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martes, enero 23, 2018

Duda

Uno de los enemigos que tengo mejor identificados tiene que ver con el embotamiento en las decisiones por tomar que éste adversario me provoca. Microparálisis la mayor parte de las veces, pero que sumadas entre sí lo convierten en un ladrón de vida que te hace patinar en espacios vacíos.

Ese contrincante que me mantiene en tensión, sin embargo, se hace invisible para muchas de las personas que quiero. Se camufla entre los pliegues de sus ropas, se alía con las sábanas de sus camas, se confunde con el agua de sus duchas para insinuarles por qué salir esa noche con lo tranquilo que se está en casa, para tentarles con una siesta cuando les apetece un café, para obligarlos a lanzar un mensaje cuando en realidad quieren llamar a ese amigo que les importa.

Luchar contra él me lleva a veces a precipitarme por no darle cancha. No hay disyuntivas que no tengan una respuesta rápida. Si el cuerpo me pide salir a correr, me deshago de él para ir a calzarme las zapatillas de deporte. Si no quiero correr, no permito que me enrede en remordimientos.

A veces salgo magullado en mi lucha contra este enemigo de nombre femenino que me asalta en las horas bajas para decirme que no tiene sentido implicarse tanto en currarse proyectos que no me llevarán a ningún lado, porque este oponente te necrofiliza en cuanto te descuidas, jugando con esa parte de ti que ya está desengañada del mundo.

Hay días en que tengo la sensación de que caigo enredado en su tela de araña; que me coge la vuelta y me narcotiza el hermoso veneno paralizante de la duda.


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