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jueves, septiembre 07, 2017

Talibanes

Cuando uno ve noticias en el telediario de ultranacionalistas agitando banderas contra el diferente, nunca piensa que eso pueda a llegar a ocurrir tan cerca de casa. Si acaso en la América blanca atizada por Trump o en las calles de Teherán. Sin embargo, los tenemos aquí, en la querida Barcelona, ciudad soñada por medio mundo por su calidad de vida, el espíritu abierto y cosmopolita, la de los grandes paseos arbolados y playas de arena fina a pocos metros de su catedral, la vanguardista, la cuna de la novela española de posguerra, la de calles estrechas de piedra y de cafés donde sentarte a vislumbrar el mundo.

A uno se le pone la piel de gallina escuchando cada dos por tres discursos épicos contra un enemigo, del que al parecer formo parte, entonando himnos patrios de liberación. ¡De liberación! Quieren convencer esos talibanes al mundo de que son un pueblo oprimido. Desleales, mentirosos y agitadores nacionalistas.

Afortunadamente no soy de banderas, pero duele ver que la quitan con desprecio y se ríen de nosotros en ese medio parlament vacío de aquéllos que no son bien vistos por no odiar a España.

Apena, cansa y entristece todo lo que vemos. Mucho. Estos provincianos enloquecidos con su propia egolatría no saben el daño que están haciendo al país que tanto dicen amar. Jamás la imagen de nuestra querida Catalunya ha estado tan desprestigiada.

Todo mi amor hacia Barcelona, aquella ciudad que un día me conmovió al atravesarla una tarde de verano en coche yendo hacia Bañolas. Yo era apenas un adolescente y caí rendido a sus pies. Querría volverla a ver con los mismos ojos de admiración.

Querría volver a sentirme orgulloso de ella como entonces.

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