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jueves, junio 29, 2017

Tablet

He sucumbido en mi lucha por que en determinadas reuniones de trabajo mis compañeros tengan apagado el ordenador. Tras tener convencido al personal de la importancia de proyectar toda la atención sobre aquél que tiene la palabra, comenzaron los primeros elementos subversivos a utilizar argumentos potentes.

-Salva, estoy anotando lo que se dice para archivarlo.

Poco importaba que yo supiera que, mientras alguien exponía un tema, el elemento subversivo usara su ordenador para chatear con otros colegas o responder emails que nada tenían que ver con nuestros encuentros de trabajo.

La subversión fue tomando forma.

-Desde mi tablet voy enviando consignas en directo a mis equipos, Salva.

Yo transigía sin convencimiento. Cada vez eran más los que se sentaban alrededor de la gran mesa con la mirada perdida en sus pantallas luminosas. Cada vez más solitario el ponente delante de grupos ajenos a sus explicaciones.

La subversión llegaba a lo bilateral. Ya mi jefe tomaba su tablet para anotar mis preocupaciones. Al principio me quejaba, pero luego asumí que las conversaciones se iban haciendo a distancia a pesar de estar a un metro.

Todo el mundo almacenaba peticiones y quejas en dinámico, tanto que llegabas a tu sitio y ya tenías el resumen de lo hablado al otro lado de la puerta.

Ahora soy yo quien recibo a los míos en mi despacho y dejo la libreta a un lado. Les miro a la cara, les sonrío y me disculpo:

-Aunque me veas tecleando en el ordenador, no hago sino resumir aquello que me estás diciendo.

Ellos me creen, pero las lucecillas del otro lado de la pantalla me dicen que les traiciono.

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