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jueves, marzo 16, 2017

Amargor

Llego al aeropuerto el pasado viernes al mediodía. Reconozco que estoy especialmente contento por salir de viaje. Hay poca gente para ser comienzo de fin de semana.

- No hay mucho movimiento, ¿no? -comento a la azafata de facturación.

No hay respuesta por su parte.

Una hora después, es ella misma quien toma mi tarjeta de embarque. Le doy las gracias.

No hay respuesta.

Esa misma noche llego a Venecia. Busco un restaurante en el que cené con Elisa. No lo encuentro. Entramos en una 'ostería' clásica a las espaldas de San Marco. Nos atiende un camarero que bien podría tener 70 años. La espalda encorvada, un caminar dificultoso entre las sillas y una sonrisa en la boca. Nos explica con paciencia, en un español aprendido en años de turismo impersonal, las especialidades de la casa. Cada diez minutos se acerca sonriente.

-Tutto bene?

-Tutto bene.

Es mucho más costoso no ser amable. Ser amable no aporta sino beneficios para la salud. Es barato y contagioso, reconfortante, te hace crecer, subes dos centímetros de estatura, pierdes años, ganas en admiración de los demás, sientes el poder de la vida.

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