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miércoles, noviembre 30, 2016

Así

Es muy recurrente la falsa disculpa del 'yo soy así ' cuando se mete la pata. No hay mayor problema si los errores son llevaderos, porque aún no nació quien actúe sin tacha; lo desagradable empieza cuando la persona en cuestión abusa de su asumido defecto 'de fábrica' para fastidiar.

No creo en los maleficios ni en la irreversibilidad cuando éstos se aplican a los comportamientos humanos. Siempre estamos a tiempo de corregir el rumbo.

Hablarle sin respeto a un camarero, para mí, entra en la categoría de lo imperdonable. El abuso de la posición de cliente es detestable de todo punto. Pocas cosas me sublevan tanto como la no infrecuente prepotencia de quien paga.

La falta de solidaridad al volante es otro hábito fácil de encontrar a diario, como lo es el desprecio al diferente.

Cuánta gente no hay, por otro lado, que no sabe escuchar, que no considera a los demás si no es para contarles su vida, cansinos en su analfabetismo emocional de ególatras malcriados, ineptos para ponerse en la piel de quien se sienta a su mesa.

Son pautas, sin embargo, que acaban por perdonarse o asumirse de tan vistas.

Pues mire, no. El camarero, el que conduce a tu lado, quien te ofrece un pañuelo en un semáforo o quien aguanta con una sonrisa forzada tus mediocridades no tienen por qué saber que tú eres así.

Y si lo eres, ¡cambia!

domingo, noviembre 20, 2016

Andaluz

Suele ocurrir que a quien se ridiculiza de forma constante acaba por cabrearse. A nadie le gusta que se le perdone la vida un día sí y otro también, ni que se le utilice para ocultar las propias vergüenzas.

Yo nací en una tierra llena de historia, con mezcla de sangres y culturas, acogedora, alegre, buena interpretadora de la vida y de la muerte, elegante en su forma de enfrentar el futuro sin perder su alma. Un lugar del mundo donde no triunfan los discursos nacionalistas ni excluyentes porque somos ciudadanos universales que relativizan las soflamas del odio. Mi tierra, terriblemente imperfecta, sí,  está maleada, como otras, por actos corruptos, tiene cierta querencia por el presente que penaliza lo vanguardista, está salpimentada de picaresca y desconfianza por lo público. Pero Andalucía es un territorio que lucha con dignidad por su día a día, orgullosa sin banderas de formar parte de una España que no siempre la entiende.

Ya no son sólo los nacionalistas catalanes, sino determinada clase política madrileña, los que nos desprecian con discursos paternalistas y agresivos para empequeñecernos como pueblo. ¿Qué sería de nosotros sin su dinero?

Un andaluz paga los mismos impuestos que el resto de españoles. Desgraciadamente nuestro tejido industrial es menor, el nivel de paro más alto y las sedes centrales de todas las grandes empresas que operan en nuestra comunidad están radicadas en Madrid o Barcelona, donde pagan sus impuestos.

No insulten más nuestra inteligencia porque el andaluz es un pueblo sabio que no va a permitir que se rían de los suyos. No busquen provocar en nosotros sentimientos de agravio que rechazamos, no nos hagan refugiarnos en nuestras razones para priorizar a la tierra que nos vio nacer frente a aquéllos que se mofan de la Andalucía a la que amamos como es: libre, grande y orgullosa.


lunes, noviembre 14, 2016

Pecho

Llegué a punto de cumplir 18 años a mi playa de La Antilla de todos mis veraneos, tras disputar los que serían mis últimos campeonatos de España de remo. En la puerta del chalet me esperaban mi madre, que me había comprado unos zapatos de deportes nuevos, y mi tía Elo.

Sabía que iba a resultar un verano difícil, pero no que estaría yo solo con ella en la casa cuando mi madre se derrumbó redonda en la puerta de su habitación. Tenía 49 años.

Mi eterna carrera de quinientos metros hasta el local de la Cruz Roja, descalzo entre veraneantes, se repite como una secuencia de terror azul en mis pesadillas.

¡Mi madre se está muriendo!

Me pedían una calma que mis pulmones no alcanzaban. Les expliqué el tumor, las convulsiones, el tratamiento. La ambulancia no tardó en llegar y las imágenes se vuelven oscuras hasta que, tumbada en su cama con el camisón de croché, me llama.

Mamá quiere hablar contigo.

Yo me senté en el borde de la cama y ella me pidió cuidar de mi padre en el futuro. Yo se lo prometí y me derrumbé en su pecho, mientras ella me acariciaba la cabeza con suavidad, diciéndome las palabras más hermosas que escucharse puedan.

Tenía 17 años y no puedo volver a esa playa de mi infancia, esa larga y arenosa playa kilométrica donde pasé una infancia tan feliz.

Donde sí tengo la suerte de volver, cada vez que quiero y sin pedirle permiso a nadie, cuando me equivoco, cuando sufro, cuando la vida me sonríe, cuando creo no entender nada, donde vuelvo es a ese filo de la cama desde donde se veía el mar y sentir el abrazo de mi madre, mi cabeza en su pecho, sus caricias y las palabras hermosas.

Eso es mío para siempre y le da sentido a todo.

miércoles, noviembre 09, 2016

Desconsuelo

Independientemente de la alta política y la lucha de poderes, lo ocurrido en la elecciones americanas de ayer produce un profundo desconsuelo a quienes creemos con convicción en el progreso de la humanidad.

Se puede decir que fue ese mismo pueblo americano el que dio su confianza, por dos veces, al carismático y humano Barack Obama, que tanto echaremos de menos; pero no vale como argumento comparar dos opciones que navegan en espacios éticos que nada tienen que ver.

Es necesario establecer mecanismos que directamente eliminen de la contienda a personas que no suscriban la Declaración de los Derechos del Hombre, a hombres que consideren a las mujeres como objetos sexuales, a personajes que utilicen el racismo como factor movilizador, a ciudadanos que no hayan cumplido con sus obligaciones fiscales.

Es retorcido el argumento de comentaristas contraponiendo el voto de latinos, mujeres, afroamericanos o gays con el voto de los hombres blancos. ¿Quiere decirse que hay que sumar todo el voto del hombre blanco en el haber de Donald Trump? ¿Es que el hombre blanco americano del siglo XXI ha salido de las cavernas? Hablamos de un país con un 6 o 7 por ciento de paro, de la nación más poderosa del mundo.

Yo no culpo a la sociedad americana, sino al hombre en sí, a su falta de dignidad y de grandeza ante el futuro, a su manera de dejarse movilizar por sus miedos, el egoísmo y la insolidaridad. Al hombre que admite que alguien de otra raza recoja su basura y le ponga la comida por delante, pero al que le molesta compartir un trozo de calle, o de país, con él.

¿Qué viene ahora? ¿Marine Le Pen en Francia? ¿La vuelta a las aldeas y el garrotazo?

Hay días perturbadores en que me confieso desconsolado por la pequeñez del ser humano, miserable y esperpéntico. 

lunes, noviembre 07, 2016

Chenoa

Viven debajo de mi casa unos chinos que no pueden ser más simpáticos. Se instalaron hace pocas semanas, cuando compraron el desavío que regentaba un hombre seco y triste como él solo, que dedicaba el día a recortar etiquetas de cartón para ir colocando precios a las latas de conserva que nadie compraba.

Es un matrimonio joven, el chino, con muchos niños. Abren casi todo el día, aun en horas en que no pasa nadie por la calle, y te atienden con una sonrisa de oreja a oreja, de forma que acabas comprando lo que no necesitas cuando vas en busca de pan. 

Junto a la tienda está la plaza de mi garaje, con una puerta amplia, automática, que se abre hacia un lado dejando ver una rampa muy inclinada hacia el sótano. A los chinillos, traviesos con energía para regalar y acento sevillano perfecto, se les excita la cara cada vez que se abre la puerta del parking, de forma que cuando subo con el coche me los veo gritando, retadores, esperando a puerta gayola a que yo salga para salir corriendo cuando me acerco. Tengo que subir poco a poco para asegurarme de no atropellarlos, pero me da apuro reñirles.

En un bloque lleno de gente mayor, esta familia china ha traído un rayo de sol y me encanta la idea de ver cómo se mezclan con los vecinos, en esta época llena de Trumps que sólo quieren lo blanco y puro, como si la humanidad no hubiese ganado siempre con el mestizaje.

Cuando creí tener a todos los niños localizados, apareció una hermana mayor con las carpetas del cole. Se arremolinaron en torno a ella los pequeños hasta que la madre la vio llegar y le gritó desde bien lejos:

-¡Ya está la comida, Chenoa!

domingo, noviembre 06, 2016

Limbo

El limbo es un lugar en el que no me gusta vivir, ni siquiera por temporadas o a trozos. Ese espacio viscoso de suelo de chicle en el que tus deudas pendientes y proyectos por rematar te ralentizan hasta el punto de no saber cuál es el siguiente paso a dar ni hacia dónde. Cuando se me presenta una oportunidad, o un problema, trato de atacar la situación de forma directa e inmediata.

La incertidumbre es sustancia propia del ser humano, pero en nosotros está trabajar en nuestra particular receta para eliminar la parte sobrante de este componente mal amigo de andar a buen ritmo. No puede elegirse una cosa y la contraria, lo que no es óbice para que la parálisis, tan cómplice de los indecisos, haga de nosotros personas en lamento continuo.

Si pienso en las personas cercanas que más admiro encuentro en ellas una capacidad innata para tomar decisiones. No hacerlo nos sumerge en la mediocridad de los que encuentran siempre la excusa para justificar el no, sin ser conscientes de que los trenes acaban por no parar en su estación.