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lunes, diciembre 26, 2016

Peor

2016 ha sido el año del triunfo de los amargados. De aquéllos que, jodidos por serlo, actúan para que el mundo se vuelva hostil a aquéllos que lo disfrutan.

La proporción es alta, pero no nos ganarán. Son un ejército de almas incómodas con su cuerpo que se las afanan para hacer de nuestra sociedad algo despreciable que esté a la altura de lo que ellos son, que se relamen pensando en que las leyes se elaboren con las tripas y que la culpa de que lleven una vida frustrada no está en ellos, sino en los demás, especialmente si esos otros valen menos que ellos o tienen menos derechos, seguramente porque sean de fuera.

Son los que creen que todo tiempo pasado fue mejor, aunque tengan que adulterar sus recuerdos para extraer imágenes de felicidad, los que piensan que la mezcla, la diversidad o el diferente son malos de por sí.

Tienen un lema sencillo de memorizar, 'cuanto mejor, peor', y ése es su peligro, que son gentes binarias que actúan embelesadas detrás de líderes analfabetos que no saben que el mundo es lo que es gracias a los que pensaron justo lo contrario que ellos.

A los amargados se les combate con una sonrisa de amor.

jueves, diciembre 22, 2016

Joven

Nos habían cursado una invitación para asistir a un comité de automoción de la Asociación Española de la Calidad. El director de la fábrica delegó la representación en mí y con ese cometido me planté en Madrid el miércoles pasado. Nos recogían en Atocha y conocía con antelación el orden del día.

Días antes, un directivo del Instituto Renault, con sede en Valladolid, me contactó para decirme que él también participaría. Quedamos en vernos allí. Me quedé con su foto tras investigar en su tarjeta electrónica de empresa.

Seríamos 70 personas. La media de edad, alta. Mucho traje de chaqueta. Asistí con atención a la primera parte del comité, en un salón de actos a medio llenar. Al no ver a mi compañero de Renault, decidí enviarle un wasap. Me respondió excusándose:

'No he podido ir por un problema de última hora, pero he enviado a alguien de mi equipo. Hace por buscarte en la pausa del café'.

Cuando terminó la primera charla y anunciaron la pausa, me quedé entre los últimos en salir para hacerme ver. Ya por fin un hombre se me acercó.

-¿Salvador?

-Sí, soy yo.

-Verás, no estaba seguro. He estado intentando buscar desde mi asiento, hasta que he visto por fin a un tipo joven.

Se me subió el ánimo al oír eso.

-Hombre, muchas gracias.

-No... Pero no eras tú.

miércoles, diciembre 14, 2016

Izan

Seguramente por no tener hijos, tengo una sensibilidad especial para sorprenderme con los niños a los que quiero. Además de a mi sobrino Iván, hay un chavalillo de 3 años con el que he pasado largas horas desde que naciera en San Sébastian: Izan.

En euskera 'izan' significa 'ser'.

Este pasado puente hemos estado en su casa, la de mis amigos Txema y Paula, padres de Izan. Al estar ellos trabajando algunos de esos días, he tenido mucho tiempo para pasear con él y comprobar cómo va avanzando en su dominio del lenguaje. Me cuenta todo de sus compañeros de clase, con esas 'eses' tan marcadas del norte. No para de hablar.

A mí me gusta preguntarle, para ponerme al día de sus progresos y poder calibrar hasta qué punto comprende las cosas, cuál es su nivel de conocimiento del mundo que le rodea. Él, simpático donde los haya, no huye ninguna respuesta.

Íbamos caminando por La Concha cuando le pregunté:

-Izan, ¿tú sabes dónde vivimos Fran y yo?

-En Sevilla -respondió raudo.

-Ahá. ¿Y tú? ¿Dónde vives tú?

-En mi casa.

-Ya, pero... ¿dónde está tu casa?

-No muy lejos de aquí -me respondió serio, señalando hacia atrás, extrañado de mi despiste y de mi risa floja.

Me contaba Paula, su madre, que un día llegó del colegio y le preguntó:

-Amá, ¿tú sabes decir tacos?

Paula negó rápidamente con la cabeza, pero él se adelantó.

-Yo sí se uno.

-¿Cuál? -Preguntó Paula.

-¡Tonto!

-Ay, mi niño. Pues sí, sabes decir un taco.

-Venga, dilo tú.

Paula se lanzó:

-¡Tonto!

-¡Hijoputa! -Respondió él.

Días después le comunicaba a su madre lo que había decidido hacer cuando fuera mayor.

-¿Qué harás, mi niño?

-Cuando sea mayor, diré todo el tiempo ¡hostia!

lunes, diciembre 05, 2016

Emoción

El sentido de la emoción tendría que llevar asociado un potenciómetro, un regulador que permitiera aumentar o disminuir nuestra capacidad de sobrecogernos o inmunizarnos ante determinadas situaciones con que la vida nos regala.

La edad lleva a la repetición y ésta nos priva sutilmente de las sorpresas cotidianas, de forma que cada día que pasa nuestra manera de sentir una puesta de sol es menos entusiasta que la del día anterior; esa rutina vestida de negro que nos confina a un ver pasar el tiempo sin las pulsaciones de otras épocas.

Al no tener libro de instrucciones, ni termostato de emociones, el único método para no dejarnos llevar por el desencanto de lo ya vivido es nuestra inteligencia emocional, saber encontrar los resortes, donde no parece haber sino páramos infinitos del mismo amarillo plano, para enlazar esa plaza con tu infancia, ese olor con tu padre, ese café con el de la primera vez, ese vuelo en avión con aquéllos en que el estómago se revolvía de emoción ante lo desconocido.

La pasividad no es medicina, no, para encontrar la chispa al episodio de cada día. Hay que lucharlo, buscar los ojos, proyectar el futuro, tirar de recuerdos, estirar el alma contra la impavidez a que nos lleva lo ya conocido.

Cada año que pasa somos menos propensos a la sorpresa, más proclives al desencanto de las frustraciones confirmadas, pero también hemos vivido otras experiencias, somos más sabios, hemos aprendido a apreciar lo que es hermoso y no nos hace daño.

La vida no vale con vivirla, hay que pensarla, retorcerla, airearla, recolocarla de perfil, taparle sus agujeros, darle capas de pintura, desobedecerla incluso, arriesgarla a veces, para entenderla, y disfrutarla así, cada día.

miércoles, noviembre 30, 2016

Así

Es muy recurrente la falsa disculpa del 'yo soy así ' cuando se mete la pata. No hay mayor problema si los errores son llevaderos, porque aún no nació quien actúe sin tacha; lo desagradable empieza cuando la persona en cuestión abusa de su asumido defecto 'de fábrica' para fastidiar.

No creo en los maleficios ni en la irreversibilidad cuando éstos se aplican a los comportamientos humanos. Siempre estamos a tiempo de corregir el rumbo.

Hablarle sin respeto a un camarero, para mí, entra en la categoría de lo imperdonable. El abuso de la posición de cliente es detestable de todo punto. Pocas cosas me sublevan tanto como la no infrecuente prepotencia de quien paga.

La falta de solidaridad al volante es otro hábito fácil de encontrar a diario, como lo es el desprecio al diferente.

Cuánta gente no hay, por otro lado, que no sabe escuchar, que no considera a los demás si no es para contarles su vida, cansinos en su analfabetismo emocional de ególatras malcriados, ineptos para ponerse en la piel de quien se sienta a su mesa.

Son pautas, sin embargo, que acaban por perdonarse o asumirse de tan vistas.

Pues mire, no. El camarero, el que conduce a tu lado, quien te ofrece un pañuelo en un semáforo o quien aguanta con una sonrisa forzada tus mediocridades no tienen por qué saber que tú eres así.

Y si lo eres, ¡cambia!

domingo, noviembre 20, 2016

Andaluz

Suele ocurrir que a quien se ridiculiza de forma constante acaba por cabrearse. A nadie le gusta que se le perdone la vida un día sí y otro también, ni que se le utilice para ocultar las propias vergüenzas.

Yo nací en una tierra llena de historia, con mezcla de sangres y culturas, acogedora, alegre, buena interpretadora de la vida y de la muerte, elegante en su forma de enfrentar el futuro sin perder su alma. Un lugar del mundo donde no triunfan los discursos nacionalistas ni excluyentes porque somos ciudadanos universales que relativizan las soflamas del odio. Mi tierra, terriblemente imperfecta, sí,  está maleada, como otras, por actos corruptos, tiene cierta querencia por el presente que penaliza lo vanguardista, está salpimentada de picaresca y desconfianza por lo público. Pero Andalucía es un territorio que lucha con dignidad por su día a día, orgullosa sin banderas de formar parte de una España que no siempre la entiende.

Ya no son sólo los nacionalistas catalanes, sino determinada clase política madrileña, los que nos desprecian con discursos paternalistas y agresivos para empequeñecernos como pueblo. ¿Qué sería de nosotros sin su dinero?

Un andaluz paga los mismos impuestos que el resto de españoles. Desgraciadamente nuestro tejido industrial es menor, el nivel de paro más alto y las sedes centrales de todas las grandes empresas que operan en nuestra comunidad están radicadas en Madrid o Barcelona, donde pagan sus impuestos.

No insulten más nuestra inteligencia porque el andaluz es un pueblo sabio que no va a permitir que se rían de los suyos. No busquen provocar en nosotros sentimientos de agravio que rechazamos, no nos hagan refugiarnos en nuestras razones para priorizar a la tierra que nos vio nacer frente a aquéllos que se mofan de la Andalucía a la que amamos como es: libre, grande y orgullosa.


lunes, noviembre 14, 2016

Pecho

Llegué a punto de cumplir 18 años a mi playa de La Antilla de todos mis veraneos, tras disputar los que serían mis últimos campeonatos de España de remo. En la puerta del chalet me esperaban mi madre, que me había comprado unos zapatos de deportes nuevos, y mi tía Elo.

Sabía que iba a resultar un verano difícil, pero no que estaría yo solo con ella en la casa cuando mi madre se derrumbó redonda en la puerta de su habitación. Tenía 49 años.

Mi eterna carrera de quinientos metros hasta el local de la Cruz Roja, descalzo entre veraneantes, se repite como una secuencia de terror azul en mis pesadillas.

¡Mi madre se está muriendo!

Me pedían una calma que mis pulmones no alcanzaban. Les expliqué el tumor, las convulsiones, el tratamiento. La ambulancia no tardó en llegar y las imágenes se vuelven oscuras hasta que, tumbada en su cama con el camisón de croché, me llama.

Mamá quiere hablar contigo.

Yo me senté en el borde de la cama y ella me pidió cuidar de mi padre en el futuro. Yo se lo prometí y me derrumbé en su pecho, mientras ella me acariciaba la cabeza con suavidad, diciéndome las palabras más hermosas que escucharse puedan.

Tenía 17 años y no puedo volver a esa playa de mi infancia, esa larga y arenosa playa kilométrica donde pasé una infancia tan feliz.

Donde sí tengo la suerte de volver, cada vez que quiero y sin pedirle permiso a nadie, cuando me equivoco, cuando sufro, cuando la vida me sonríe, cuando creo no entender nada, donde vuelvo es a ese filo de la cama desde donde se veía el mar y sentir el abrazo de mi madre, mi cabeza en su pecho, sus caricias y las palabras hermosas.

Eso es mío para siempre y le da sentido a todo.

miércoles, noviembre 09, 2016

Desconsuelo

Independientemente de la alta política y la lucha de poderes, lo ocurrido en la elecciones americanas de ayer produce un profundo desconsuelo a quienes creemos con convicción en el progreso de la humanidad.

Se puede decir que fue ese mismo pueblo americano el que dio su confianza, por dos veces, al carismático y humano Barack Obama, que tanto echaremos de menos; pero no vale como argumento comparar dos opciones que navegan en espacios éticos que nada tienen que ver.

Es necesario establecer mecanismos que directamente eliminen de la contienda a personas que no suscriban la Declaración de los Derechos del Hombre, a hombres que consideren a las mujeres como objetos sexuales, a personajes que utilicen el racismo como factor movilizador, a ciudadanos que no hayan cumplido con sus obligaciones fiscales.

Es retorcido el argumento de comentaristas contraponiendo el voto de latinos, mujeres, afroamericanos o gays con el voto de los hombres blancos. ¿Quiere decirse que hay que sumar todo el voto del hombre blanco en el haber de Donald Trump? ¿Es que el hombre blanco americano del siglo XXI ha salido de las cavernas? Hablamos de un país con un 6 o 7 por ciento de paro, de la nación más poderosa del mundo.

Yo no culpo a la sociedad americana, sino al hombre en sí, a su falta de dignidad y de grandeza ante el futuro, a su manera de dejarse movilizar por sus miedos, el egoísmo y la insolidaridad. Al hombre que admite que alguien de otra raza recoja su basura y le ponga la comida por delante, pero al que le molesta compartir un trozo de calle, o de país, con él.

¿Qué viene ahora? ¿Marine Le Pen en Francia? ¿La vuelta a las aldeas y el garrotazo?

Hay días perturbadores en que me confieso desconsolado por la pequeñez del ser humano, miserable y esperpéntico. 

lunes, noviembre 07, 2016

Chenoa

Viven debajo de mi casa unos chinos que no pueden ser más simpáticos. Se instalaron hace pocas semanas, cuando compraron el desavío que regentaba un hombre seco y triste como él solo, que dedicaba el día a recortar etiquetas de cartón para ir colocando precios a las latas de conserva que nadie compraba.

Es un matrimonio joven, el chino, con muchos niños. Abren casi todo el día, aun en horas en que no pasa nadie por la calle, y te atienden con una sonrisa de oreja a oreja, de forma que acabas comprando lo que no necesitas cuando vas en busca de pan. 

Junto a la tienda está la plaza de mi garaje, con una puerta amplia, automática, que se abre hacia un lado dejando ver una rampa muy inclinada hacia el sótano. A los chinillos, traviesos con energía para regalar y acento sevillano perfecto, se les excita la cara cada vez que se abre la puerta del parking, de forma que cuando subo con el coche me los veo gritando, retadores, esperando a puerta gayola a que yo salga para salir corriendo cuando me acerco. Tengo que subir poco a poco para asegurarme de no atropellarlos, pero me da apuro reñirles.

En un bloque lleno de gente mayor, esta familia china ha traído un rayo de sol y me encanta la idea de ver cómo se mezclan con los vecinos, en esta época llena de Trumps que sólo quieren lo blanco y puro, como si la humanidad no hubiese ganado siempre con el mestizaje.

Cuando creí tener a todos los niños localizados, apareció una hermana mayor con las carpetas del cole. Se arremolinaron en torno a ella los pequeños hasta que la madre la vio llegar y le gritó desde bien lejos:

-¡Ya está la comida, Chenoa!

domingo, noviembre 06, 2016

Limbo

El limbo es un lugar en el que no me gusta vivir, ni siquiera por temporadas o a trozos. Ese espacio viscoso de suelo de chicle en el que tus deudas pendientes y proyectos por rematar te ralentizan hasta el punto de no saber cuál es el siguiente paso a dar ni hacia dónde. Cuando se me presenta una oportunidad, o un problema, trato de atacar la situación de forma directa e inmediata.

La incertidumbre es sustancia propia del ser humano, pero en nosotros está trabajar en nuestra particular receta para eliminar la parte sobrante de este componente mal amigo de andar a buen ritmo. No puede elegirse una cosa y la contraria, lo que no es óbice para que la parálisis, tan cómplice de los indecisos, haga de nosotros personas en lamento continuo.

Si pienso en las personas cercanas que más admiro encuentro en ellas una capacidad innata para tomar decisiones. No hacerlo nos sumerge en la mediocridad de los que encuentran siempre la excusa para justificar el no, sin ser conscientes de que los trenes acaban por no parar en su estación.


lunes, octubre 31, 2016

Juicio

La madurez es un espacio donde no hay dogmas, éstos quedaron en el país de la juventud o en el territorio frío de los despechados. Cuando uno dice que es maduro, con toda la pérdida de frescura que eso conlleva, de oropeles, pasiones y sangre, admite que nada es definitivo.

En el terreno de la sana madurez uno está dispuesto a rehacer el juicio sobre los otros, a escuchar los argumentos para no calificar de forma extrema a nadie. Uno está dispuesto a rectificar.

Dejé mucha gente en el camino cuando no había vislumbrado este mundo en el que hoy me muevo, personas a las que etiqueté por actos concretos movido por el dolor, los celos, el egoísmo o porque realmente eran personas tóxicas para mí en aquel momento.

Sigo alejándome de la gente tóxica, no quiero nubes negras en mi vida sino gente que me aporte, pero estoy dispuesto a escuchar la opinión de otros para corregir el tiro de mis decisiones con respecto a los demás.

El ser humano es tan complejo, y tan simple, que no podemos evaluar la vida de los otros con nuestros propios criterios. Nadie busca ser infeliz, aunque haya personas muy torpes.

La madurez es comprender que somos terriblemente imperfectos y que el mundo está lleno de gente que no vale un pimiento, sí, pero también plagado de personas cercanas que merecen una segunda oportunidad.

Madurar es pensar, sentir y mirar con calma.

sábado, octubre 29, 2016

250

Soy un convencido del carpe diem, de aceptar los retos cuando surgen y de no programar los futuros momentos felices.

Tal vez por haber padecido una adolescencia atormentada, he aprendido a ser una persona fácil.

El hecho de valorar el presente como la clave del bienestar personal me hace ser un avezado gestor del tiempo. Un lema que tengo integrado desde que me conozco es el de que hay tiempo para todo. Mucha gente, en general, se queja de lo contrario, mientras se les pasan las tardes en el sofá, bloqueados frente al televisor, o no saben qué hacer cuando llega el viernes tarde y el trabajo ya no necesita de ellos.

El disfrutar de la vida, según mi teoría, no está reñido con la organización. Hay que saber cuáles son los objetivos.

En mi caso hay dos irrenunciables: mi salud y mi carrera literaria. La primera se puede ir al garete en cualquier momento y la segunda puede no llegar nunca a explosionar, pero en mi mano está hacer lo posible por que eso no ocurra.

Cada día hago deporte, aunque sea testimonial. Hay mil ejercicios sanos con los que ejercitarse en la alfombra de casa y un sinfín de senderos urbanos por los que correr. Me cuido porque me apasiona la vida.

En mi devenir como escritor tengo grabada una consigna: todos los días escribo al menos 250 palabras de mi próxima novela (siempre hay una próxima novela). No me privo de mis viajes, mi callejeo casi diario o los encuentros con los amigos, pero siempre busco el hueco al llegar a casa tras el trabajo para componer esas 250 palabras que me conectan a mi capacidad para contar historias y encontrar esa parte creativa en mí que me hace tanto bien explorar.

Tener unas rutinas que busquen lo mejor de ti y encontrar la constancia para desarrollarlas es también una manera, hay infinitas, de ser feliz.

lunes, octubre 24, 2016

Hogar

Hablaba con amigos de la gente que está enganchada al trabajo. Personas que echan 12 o 14 horas cada día de lunes a viernes y se pasan el fin de semana mirando en el móvil los correos de empresa. Hago cálculos y me sale, quitando las horas de sueño básicas, muy poca vida personal, aquélla que se comparte con la familia, esos ratos indispensables para estar con uno mismo, desarrollar tus habilidades, cuidar de los amigos, ejercitar tu cuerpo, ver una buena película, perderte en un libro, pasear sin rumbo la ciudad.

Más grave es aún cuando, en la mayoría de los casos, presumen de esa carga agotadora de trabajo. Enviar el último email antes de salir para dejar constancia de las horas a las que se sale, tener la luz encendida del despacho para que no haya duda de quién es el último en cerrar.

Son personas, en muchos casos, desorganizadas y que no confían en sus equipos. Distribuyen su tiempo laboral partiendo de la base de sus doce horas de trabajo, con lo que los ritmos se congelan y permiten reuniones interminables, poco atentos a la vida personal de los demás, charlas largas de café y conversaciones insensatas a horas prohibidas.

Pueden ser desorganizados, sí, o incompetentes para realizar sus tareas, o sencillamente egocéntricos, pensando que la calidad de una persona se mide en la duración de las jornadas de trabajo, refugiando su mediocridad tras discursos de quienes se sienten imprescindibles.

El otro día, sin embargo, un compañero de trabajo me dio la clave: 'no soportan estar en casa'. Me impresionó la sentencia por ser tan evidente y no haber pensado en ella. Gente que huye de su propio hogar.

Mi objetivo cada día es rendir al máximo para conseguir los mejores resultados en el tiempo preciso para no descuidar todo lo que de mí debe hacer una persona completa, de forma que al día siguiente llegue fresco para volver a dar lo mejor de mí a la empresa de la que tan orgulloso me siento.

Nadie, en su lecho de muerte, se lamenta de no haber trabajado más.

jueves, octubre 20, 2016

Casete

Ayer asistí a una conferencia, en el seno de mi empresa, en que se hablaba del futuro inmediato del automóvil. Hay grandes líneas de investigación abiertas que se pueden resumir en dos: el coche eléctrico y el coche autónomo. Me quedé con una frase clave: 'en los próximos diez años veremos avances equivalentes a los 50 años que dejamos atrás'.

El otro día, paseando por la costa de Málaga, soñé con la posibilidad de que pudiera grabarse el pasado como un gran time-lapse, desde siglos atrás. Dar marcha atrás a la cinta y ver cómo iban desapareciendo las grandes torres, el hotel Don Carlos, los edificios de primera línea de playa, las urbanizaciones crecidas en las laderas de las montañas, hasta llegar a los originales pueblos blancos, más esquivos con el mar. Seguir dando hacia atrás hasta que el rastro del hombre casi desapareciera, tener la posibilidad de ver esa naturaleza montañosa totalmente desnuda de artificios e incluso llegar al momento en que se uniera el estrecho de Gibraltar.

Pensé, más tarde, en dar a la cinta hacia delante. ¿Qué aparecería? ¿Subirá realmente el nivel del mar hasta comerse los paseos marítimos, las ciudades? ¿Cómo de altos serán los edificios si avanzáramos la cinta a 1 año por segundo?

Seguro que, en ese vídeo, de golpe aparecería un coche despegando, luego dos, luego una multitud, en el 2200, en el 2075 o tal vez en el 2022... En los próximos diez años avances como en los pasados 50.

No sé hasta qué nivel el hombre asumirá con serenidad esta progresión geométrica de la tecnología, invadiendo espacios para supuestamente hacernos la vida más fácil. ¿Hasta qué punto la comodidad arrastrará de nuestros miedos?

El otro día paseaba con mi sobrino Iván y, no sé cómo, salió el tema de la música. Tú sabes lo que eran los casetes -le pregunté para explicarle cómo grababa yo mis canciones favoritas de los 40 principales- ¿verdad?

Era una cosa así -gesticuló con sus manos-, cuadrada. ¿No?

sábado, octubre 15, 2016

Silencio

Soy un apasionado del silencio. Lo busco y protejo los espacios donde lo encuentro.

No renuncio a nada por ello, sigo siendo una persona sociable a la que la comunicación le parece esencial. Me gusta la calle, el jaleo, la música, la charla y, sobre todo, la risa contagiosa.

El silencio no debe, a mi entender, circunscribirse a los minutos previos a conciliar el sueño. Estoy convencido de que es necesario enfrentarse a él a menudo, con todos los sentidos, y regodearse; tenerlo como compañero de paseo, en el sofá, frente al ordenador, haciendo deporte, cocinando.

Hace tiempo que no corro por esas inmensas playas de Conil con auricular. Escuchaba canciones escogidas de entre mis listas de favoritas, pero me perdía el sonido de la naturaleza, el rugir del mar, el viento siempre presente en Cádiz. En casa, a determinadas horas de la tarde, mientras escribo, se escuchan las golondrinas a través de la ventana.

Nunca existe el silencio absoluto, ése dicen que sería insoportable, pero sí podemos elegir el silencio de la introspección, nuestra dosis diaria de clausura, el dejar venir los fantasmas y sudarlos, el soñar la consecución de nuestros proyectos y sonreírnos, el pensar en la vida de los que queremos, con calma, dedicando horas a sentir como sienten ellos; encontrar el espacio para imaginar el mundo entero o a trozos.

Bucear hacia dentro para sincronizarnos con la naturaleza a la que pertenecemos y entender, aunque sea por ínfimos instantes preciosos, esa parte de nosotros que es inmortal.

lunes, octubre 10, 2016

Caña

Dice Fran que siempre salgo de casa con la caña de pescar. No lo niego. Mariángeles se mofa con cariño de mí al comentar que siempre que viene a alguna de mis cenas o fiestas está expectante para ver qué invitado desconocido, para ella, aparece. Tiene razón también.

Espero seguir así muchos años, con capacidad para integrar gente nueva en mi vida.

A determinadas edades hay quien dice que ya tiene su cupo de amistades cubiertas. ¡Yo no! Tengo, y la gente que me conoce lo sabe, grandes amigos. Pero el mundo es grande y, pese a lo frustrantes que resultan muchas personas y actitudes, sé que aún existe gente circulando por cualquier lado a la que estoy destinado a encontrar y tomar un sincero aprecio, que serán imprescindibles en mi futuro.

Me decía el otro día Nuria lo mucho que disfrutó tomando una cerveza con un par de portugueses a los que conoció en el bar de El Corte Inglés. ¡Claro que sí!

La pena, le comentaba yo, es la poca oportunidad que nos damos los humanos para conversar e interesarnos por el otro, para charlar con los de la mesa de al lado en el restaurante, para comentar un cuadro con alguien desconocido mientras visitamos un museo, para entablar conversación con quien acaba de reconocer que lee a Murakami, que le encanta Venecia, que viaja con una ONG, que es creativo, bloguero, inventor de máquinas inservibles o pescador de personas sin pescar.

miércoles, septiembre 28, 2016

Mirada

Me miró fijo a los ojos, sentado en el borde de la cama y sin fuerzas para levantarse, el penúltimo de sus días. La cabeza había desconectado de un cuerpo en ruina y entre Iván y yo conseguimos acompañarlo, pasito a pasito, en su último paseo entre el dormitorio y el salón. Me miró fijo a los ojos en un efímero instante de lucidez y su mirada comprendía toda una vida, sus ojos pequeños casi infantiles de quien no quiere ver que todo se acaba; una mirada de derrota, de alerta, de amor y miedo.

Se me heló la espalda.

Los meses han pasado, las rutinas han hecho su trabajo y el sol de verano ha quemado las imágenes más terribles; pero esa mirada no desaparece, como un testigo ancestral de padre a hijo.

Las risas se han vuelto transparentes, tengo mil proyectos y sigo levantándome tempranísimo cada día para desayunar con tiempo pensando en el día por venir.

No vienen las lágrimas, que algún día aparecerán en catarata; él se me aparece en sueños, afortunadamente, para recordarme que está vivo en mí. Llegan los abrazos de entonces, cuando yo me acercaba a él para decirle que mi vida era de esta y aquella otra manera, que las cosas iban bien, que cuidaría de todos.

¡Cómo lo echo de menos!

miércoles, septiembre 21, 2016

Hablar

Tengo una gran amiga que comenta con transparencia que vota al Partido Popular. Tengo otra gran amiga que manifiesta en público su fidelidad a Podemos. Yo, lejano al voto de estas dos opciones, las quiero y las admiro.

Hubo una época no necesariamente antediluviana en que creí que esto no era posible. Pensaba, en mi ingenuidad, que no podría tener nada en común con quien tuviera convicciones políticas opuestas a las mías. Si ve el mundo de esa manera, me decía, no tenemos posibilidad de entendernos.

Ahora, en cambio, me gusta organizar cenas en casa con amigos que sepan explicar con pasión sus diferencias sin temor a la controversia, pero sin gritos.

Hay que ponerle corazón a nuestras convicciones y saber defenderlas, tanto como saber escuchar las del otro y darle su espacio.

No me muevo con fascistas ni con muertos de hambre, ni con corruptos o ladrones, ni me gusta que haya odio en los argumentarios. Ése ya se lo dejamos a los políticos profesionales.

Cada vez estoy más convencido de que nuestra sociedad no estará del todo madura hasta que no sepamos escuchar las razones del otro sin presuponerle maldad.

Yo aspiro a convencer a los demás de cómo debería gobernarse el mundo, pero hay millones de mundos imperfectos posibles.

lunes, septiembre 12, 2016

Ego

Ser un buen patriota es querer a tu país por haber nacido en él. Así pienso. Es obsceno pensar que tu país es mejor por ser el tuyo, no lo elegiste tú. Es como la familia de uno: la quieres porque es la tuya, no porque sea impecable. La quieres con sus momentazos y sus miserias, y siempre haces lo posible por que vaya a mejor, en lo económico, en lo social, en lo afectivo.

Así entiendo yo mi cariño por España. La quiero porque me tocó nacer aquí. Y quiero que mejore porque es el lugar de los míos.

El problema es cuando se alardea de país porque uno piensa que es 'el más guay', el de la sociedad más avanzada, los que trabajan de verdad, los que ganan más medallas, los que no tienen nada que aprender de los vecinos, ni nada que compartir.

Mucho de eso hay en los nacionalismos más rancios. El Brexit no es sino eso, un egocéntrico canto a la supremacía de un pueblo que se considera elegido y no quiere que otros, los otros, le digan cómo tienen que hacer las cosas, ni desea compartir su riqueza con esos que no son tan brillantes como ellos.

El nacionalismo se entiende cuando se mimetiza al plano individual. Yo, guapo, alto y bien situado, no tengo por qué ser solidario con quien no lo es. Los que me rodean son sanguijuelas que se arriman a mí por lo que yo les aporto.

No se dan cuenta los nacionalistas de que nadie es más que nadie y de que los egocéntricos que sólo saben mirarse al espejo acaban por quedarse solos, hipnotizados con una belleza que acabarán viendo ellos solos.

Yo coloco una bandera con una estrella en mi balcón para decir a los que no tienen mi sangre que aquí hay un patriota que no quiere a su país por ser el que le vio nacer, sino porque es el mejor país entre los países, y tú, pobre diablo, no has tenido esa suerte.

Yo me quedo con el balcón con macetas y una mesa para observar a la gente pasar. ¡Qué gusto! 

jueves, septiembre 08, 2016

Tontos

Desde la distancia de quien no se dedica a la cosa pública, uno tiende a pensar de forma subconsciente que los grandes dirigentes mundiales están hechos de una especial madera, que tienen agallas para enfrentar situaciones críticas, capacidad para empatizar con los pueblos a los que representan, liderazgo para tirar de ellos y un intelecto por encima de la media para poder mover tantos hilos sin aturullarse. 

España tiene un máximo dirigente que tira por tierra toda esa teoría y te hace dudar de las verdaderas razones que hacen llegar a una persona a responsabilidades tan altas.

Un hombre como Rajoy que es capaz de aprobar el nombramiento de Jose Manuel Soria como representante del gobierno español en el Banco Mundial con un sueldo estratosférico pocos meses después de que los españoles hubiéramos escuchado con estupor las declaraciones contradictorias y mentirosas del que fuera ministro de Industria antes de caer de su cargo por su incompetencia, un presidente que autoriza esta felonía es una persona, por encima de todo, de una cortedad emocional grave, de una falta de empatía con el pueblo y una ineptitud inexcusable, sin aprecio por la ética ni respeto a los ciudadanos. No todo se corrige con la rectificación. No se nos puede tomar por tontos y luego hablar de despiste.


sábado, septiembre 03, 2016

Serio

El gran desafío del hombre es cómo vivir una existencia que no tiene sentido en sí: no hay un objetivo concreto que cumplir ni hay que llegar a ningún lado. De ahí que cada cual tenga que aplicar sus metodologías personales para motivarse en el corto y el largo plazo.

Yo me aplico una que me va muy bien: entender la vida como un juego. Considero que tomarse las cosas muy en serio es perjudicial además de ridículo. Quien dramatiza con el trabajo, los amigos, la política o la familia, quien camina aprisa por la ciudad con mal humor acaba por transmitir una ansiedad que comienza por destruirle a sí mismo y a contaminar todo lo que le rodea.

Aceptar el sinsentido de le existencia es el axioma fundamental a asumir para encontrar una vía de salvación, e incluso para construir el propio destino con alegría. Se requiere ser valiente y la clave es aplicar mucho amor.

Hay sólo un aspecto del ser humano como tal, sin embargo, que sí me tomo en serio: la maldad.

Precisamente porque esta vida nuestra es un espacio confuso en el que tenemos que aprender a desenvolvernos para salir adelante y para cuidar de los nuestros, y tal vez porque la entienda como un gran juego del que somos partícipes, no soporto quien aprovecha para zancadillear a los demás, el que aplica su inteligencia en destrozar, corromper, envidiar, difamar, engañar, maltratar, ridiculizar, despreciar.

Sólo la maldad me hace ponerme serio. ¡Y se manifiesta de tantas maneras!

jueves, agosto 25, 2016

Sumas

Por mucho que alguien se escape a un lugar idílico en un día laborable de cualquier mes del año, siempre encontrará gente allí disfrutando de una experiencia que para esa persona es excepcional. Si un día se pega un homenaje merecido en un restaurante de lujo, encontrará mesas llenas de comensales que charlan allí con toda naturalidad. Cuando vaya a un concierto majestuoso de ópera, acabará aplaudiendo emocionado entre una multitud entusiasmada y podrá preguntarse: ¿pero dónde he estado metido yo?

El ser humano, por lo general y de forma subconsciente, tiende a pensar que esos que viajan, se relamen con servilletas de seda y viven la dolce vita son todos los mismos y muchos más de los que son.

Si su equipo nunca gana una competición, uno llega a creer que es un desgraciado por no conseguir nunca nada, sin razonar que la inmensa mayoría de los clubs no ganan jamás.

Agrupan a los triunfadores en un 'todos menos yo' que los hace pequeñitos y provoca el efecto contrario al de sentirse privilegiados. Hacen sumas raras que suelen dejarlos en el escalafón inferior del disfrute.

Hay que guiñarle el ojo al que aplaude junto a ti o se baña en aguas cristalinas de un paraíso, porque ellos, como tú, sois triunfadores por entender que la vida está llena de momentos excepcionales para sentirse únicos; momentos irrepetibles que no todos saben aprovechar, creyéndose intrusos en un paraíso inmerecido.

lunes, agosto 22, 2016

Muero

En una de las paradas de nuestro viaje por Europa de estas vacaciones recién terminadas, mi sobrino Iván me imitaba, con risas, y repetía con voz impostada una frase mía:

-Muero por llegar a Gante y ver el Políptico de Van Eyck.

Yo simulé una cara de cabreo y él insistió:

-¡Es que tú te mueres por todo!

Sí. Desde que él me lo dijo, caí en la cuenta de las veces que uso esa expresión. 'Muero por volver a Nueva York, por pasear de nuevo por Lisboa, por volver a atravesar en camioneta la Cordillera de los Andes, o a patearme los templos de Kioto entre geishas, o a comer pollo al sultán en una azotea de Bursa, o pescado y licor de ciruelas en el mercado de Pusán, o recrearme otra vez con el retrato del matrimonio Arnolfini de Van Eyck en la National Gallery, o por bañarme al anochecer en la playa granadina de La Herradura, o por vivir de nuevo la noche ténebre del Jueves Santo en la iglesia de San Miguel y San Gaetano de Florencia, o por tomar un antojito en la Venta Esteban de Jerez, o por leer un nuevo libro de Murakami, o de Auster, o por pasear una vez más Barcelona con Rivo y Ángels, o Hamburgo con Gabi, o Ámsterdam con Fernando, o por recorrerme una mañana más cada rincón de la catedral de Sevilla...'

Muero por seguir vivo y teniendo intacta la capacidad de emocionarme.

miércoles, agosto 17, 2016

Nadal

Estos días de verano, aunque intento mantener la forma y seguir haciendo ejercicio diariamente, he ganado kilos y he perdido fondo a la hora de correr. Los días de levante en Conil no han ayudado al no poder salir de casa si no era para meterme en el coche o en un bar a tomar cervezas.

Esta semana, en Marbella, conseguí al fin salir a correr por los alrededores de la urbanización donde estamos. Suelo hacer de media 10 km, pero esa vez a los 4km iba muerto. Al ser un circuito pequeño, la tentación de escaparme al apartamento y darme un baño en la playa era enorme.

Entonces pensaba en los gritos de ánimo que di a Nadal en sus últimos partidos en los Juegos de Brasil, ¡qué fácil exigir un esfuerzo más desde el sofá a un tipo que acababa fundido cada encuentro!, y sacaba fuerzas para 4 km más.

Necesitamos muchos Nadales que nos inviten a obligarnos a ser mejores.

lunes, agosto 15, 2016

Presumida

Dejando de lado la belleza, cualidad sobre la que no tenemos gran capacidad de control, me gusta la gente presumida, la que se mira al espejo, sin obsesiones, la que se cuida, la coqueta, sin dogmas, la que se preocupa por dar a los demás, porque quiere verse bien, lo mejor de sí misma. Las abuelas vestidas de flores, los chavales que se peinan, aunque sea para despeinarse, la señora que se pega un toquecillo de rímel, el tipo que busca combinar bien la ropa, aunque no acierte.

Quien se cuida es porque se quiere y quiere ofrecer lo mejor de sí. Quien se sonríe al espejo antes de salir, quien se guiña el ojo es porque sale a la calle a comerse el mundo, porque se siente parte activa de él.

Yo tengo un punto presumido porque me gusta ser como la gente que me gusta.

miércoles, agosto 10, 2016

Domo

Subían Raquel e Iván a su habitación del hotel de Gante cuando, en el ascensor, una camarera de la limpieza de origen asiático les preguntó:

-Spanish?

Mi hermana asintió y entonces la limpiadora se acercó para preguntarles:

-Domo?

Siempre insegura con su inglés, mi hermana se quedó bloqueada, con Iván medio escondido detrás. La mujer insistía:

-Domo?

Cinco minutos después, Iván nos contaba a carcajada limpia la escena. Raquel me preguntaba qué significaba 'domo' y yo busqué en el traductor de google colocando todos los idiomas asiáticos posibles. No aparecía nada.

'Domo' se convirtió para nosotros en la palabra fetiche del viaje. Cuando apareció por la ventana del metro la enorme imagen del Atomium, gritamos al unísono: ¡Domo! Cuando en cualquier bar se nos explicaba del tirón la lista de comidas en holandés nos preguntábamos: ¿Domo? Cuando llamábamos a la puerta de nuestras habitaciones del hotel, con los nudillos, la contraseña era: 'Domo'.

Tras un invierno durísimo por la muerte de mi padre, estos días recorriendo Europa al grito de ¡Domo!, salpicado de la risa contagiosa de la inocencia de Iván, nos ha llevado a la edad del pavo, a reconciliarnos con nuestros huesos y a sentir que la vida es más fuerte que todo.

Domo.

miércoles, julio 27, 2016

Terror

Lejos de banderas, soy un ser profundamente europeo. Antes de tener ningún tipo de responsabilidad profesional, apenas comenzando la universidad, ya me iba con mis amigos de tren en tren para atravesar fronteras, leer idiomas diferentes y observar paisajes. Me recuerdo como si fuese ayer sentado, con menos de veinte años, en unas baldosas de la estación de tren de Estocolmo como feliz espectador del trasiego de gente rubia caminando con prisas de un lado a otro.

Recorrer este viejo continente tuvo el efecto inicial de hacerme sentir muy pequeño, al ver la enorme diversidad de culturas, lenguas y conglomerados urbanos, cuando aún no sabía que me estaba haciendo grande como persona al abrir los ojos al espectáculo de contemplar las gentes de los países que conforman el origen de una de las grandes civilizaciones de la humanidad. Visité Berlín cuando tiraron el muro y atravesé  de un lado a otro con una emoción que se me salía del corazón.

No sé definir si admiro más la cultura francesa, la inglesa, la alemana, la italiana, la de los países nórdicos o mi propia cultura hispana, pero sí sé que todas son fundamentales para conformar lo que hoy somos. No se entiende nuestro presente sin Voltaire, Dante, Kant, Cervantes o Lord Byron.

Un continente que ha estallado mil veces en guerras de incomprensión, en atroces carnicerías durante siglos, para definir fronteras o imponer religiones, y que por fin ha encontrado sus leyes básicas de entendimiento en una organización plurinacional apoyada en los derechos y libertades más amplios que nunca hayamos tenido.

Una organización burocrática y perfectible, seguro. Gris, lenta y aburrida, tal vez. Pero bendito aburrimiento el que nos permite construir un futuro en paz.

Pasado mañana comienzo unas nuevas vacaciones por la Europa del norte de Francia hasta llegar a Holanda, con la ilusión de transmitirle a mi sobrino Iván un pellizco de la emoción que supone para mí patearme sus calles, con la alegría de llevar a mi hermana Raquel por los rincones donde se movieron Rubens, Rembrandt o Carlos V, en tanto nos avasallan noticias que, una vez más, anuncian su declive, atacada por fanáticos que sólo buscan la destrucción de la armonía de un pueblo culto; armonía que tan costosa ha sido de alcanzar.

Los radicales se buscan para deshacer lo conseguido por generaciones, que entendieron que las luchas fratricidas quedaron atrás; radicales que vienen para imponer el terror, el odio y la vergüenza. Radicales que llegan de fuera o que surgen de dentro, analfabetos y pijos, salvajes y cultivados, mediocres, pusilánimes, rencorosos, provincianos, egocéntricos y despreciables hasta decir basta.

Yo quiero enseñarle a Iván lo mejor de Europa y decirle que esa tierra es suya, que hay que amarla porque nosotros venimos de ahí y estamos obligados a defenderla de quien la odia, porque quien odia a Europa como sentimiento universal es el peor de los fascistas, el más rancio, el menos solidario, el más desmemoriado, torpe y necio.

viernes, julio 22, 2016

Aburrimiento

Yo he vivido, aunque pequeño, la emoción de mi madre escuchando el mitin final de campaña de Felipe González en el Prado de San Sebastián en el año 82, y vi sus lágrimas.

Sé de política todo lo que puede saber una persona muy interesada en ella, que ya desde que recuerdo le robaba a mi padre el ABC para leer los cambios profundos que fue experimentando mi país desde que un día nos dejaran a todos los hermanos sin colegio, atemorizados por la muerte de Franco.

Echando la vista atrás resulta apasionante haber vivido la construcción de una democracia en paralelo a la construcción de la persona que hoy soy yo. Pactos básicos para reformar un país dividido por cuarenta años de dictadura y convertirlo en un referente avanzado en derechos humanos, seguridad social universal, libertades individuales, conquistas sociales, descentralización, integración en las instituciones europeas.

Nos gustasen o no, había líderes que tenían un proyecto robusto que ofrecer a la ciudadanía.

Estos meses de parálisis constituyen, a mis ojos, una muestra desalentadora de esa falta de liderazgo y agallas que se necesitan para arrastrar a una población machacada por larguísimos años de crisis hacia nuevos retos colectivos.

Los seres humanos no sólo podemos vivir de proyectos personales y desconectar de lo que a nuestra sociedad, como grupo, le inquiete e ilusione.

Son tiempos de aburrimiento y desencanto. Nunca abrí con tanta desgana las páginas de esa política que me apasionó desde que recuerdo.

miércoles, julio 20, 2016

Ficción

Cuando tomé la decisión de estudiar ingeniería, una de mis mayores preocupaciones venía de tiempo atrás, cuando me operaron de estrabismo en quinto de EGB. Nací con bizquera y esa operación, que me quitó complejos y un parche infantil eterno en el ojo, trajo consigo un ingrediente extraño: mi incapacidad para ver en tres dimensiones.

Me ponían a prueba con máquinas rudimentarias para ver diapositivas, una especie de anteojos, y yo hacía esfuerzos por ver lo que los demás veían.

Una de las principales asignaturas de la carrera era el dibujo técnico y yo sufría pensando cómo iba a aprobarla nunca si mis ojos no tenían la alineación necesaria para ver en 3D.

Tal vez ese temor produjo que fuese la primera asignatura que aprobase.

De la misma forma que yo padezco de esa carencia, creo que no todo el mundo tiene el cerebro preparado, por no decir el alma, para entender la ficción.

Recuerdo un compañero de estudios que me decía que no iba al cine porque él no se podía sustraer del hecho de que tras los actores había todo un arsenal de cámaras, luces y técnicos. Yo le intentaba explicar el porqué yo conseguía abstraerme de todo eso y meterme en la historia. Él me miraba con ojos atentos, pero no le llegaba a convencer.

Entrar en lo inventado y creértelo, aunque sea en el instante en que lo lees o visualizas, te hace cargar la mochila de recuerdos robados, que te enriquecen sin saberlo.

Ver el mundo creado por alguien ajeno a ti es sanísimo. Lo decía hace pocos días en un discurso memorable Ana María Matute. La necesidad de la ficción para el ser humano. Existe desde siempre.

Necesidad de escapar de la unicidad de su existencia para hacerse partícipe de otras.

Afortunadamente tuve la suerte, como tantos, de nacer con el don de saber introducirme en espacios inventados por otros. Verlos con sus ojos y dejarme llevar.

martes, julio 19, 2016

Conflicto

Hay personas que te lo dicen así:

-No soporto el conflicto.

Hay quien lo utiliza, el conflicto, para imponerse a las primeras. Levantan la voz porque saben que las otras no quieren problemas. Hay muchas otras, desgraciadamente, que no funcionan si no es con un mal gesto. Gente a las que le va la marcha del tono duro para avanzar.

El conflicto es inherente al devenir de cada día. Es fruto de nuestra libertad. Consecuencia de los choques entre nuestras decisiones, así como entre nuestros actos y los de los demás. Es el equilibrio de fuerzas necesario que evita la parálisis, y nos hace crecer. Suena mal, sin embargo, la palabra. Conflicto suena a agresividad y mal rollo, a golpe y destrozo, a morir un poco.

La sal de la vida es precisamente el decidir a cada momento qué queremos ser, a partir de pequeñas decisiones o grandes pasos. Decir sí o no es renunciar a algo, en una vida que no tiene borrador posible. Pero también es ganar un espacio propio. El camino correcto puede estar aquí o allá, afortunadamente hay miles. Donde nunca está es en la cabeza agachada ni en los ojos cerrados. Ni en la imposición a otros ni en la mutilación propia.

Una persona brillante es aquélla que afronta con serenidad las contradicciones del día a día, que crece cuando se equivoca, que piensa en los demás cuando decide, que escucha y se deja oír, que no se bloquea ante los cruces de camino.

Los indecisos arrastran una triste mochila pesada y repleta de lamentos, ¡qué pudo ser de mi vida!, de todos los colores y tamaños.

lunes, julio 11, 2016

Risa

Hubo en tiempo en que me atraía el dolor.

La universidad se ofrecía como un tiempo infinito, la gente entraba y salía de mi mundo sin descanso, los miedos peleaban con el proyecto de no saber muy bien qué querer ser, de tan grandes que se abrían las puertas de la vida para mí; el sexo aparecía como enemigo, a la muerte la sentía perseguirme y los complejos desafiaban a mi espíritu racional; las llamadas de los viernes que no llegaban para tomar copas, los amigos que dejaban de jugar a ser niños y una familia que parecía deshacerse.

Entonces aparecían personajes aún más desgraciados que yo, y me enamoraban. Cuantos más dramas familiares, más puntos ganaban; sus temores, impotencias y desconsuelos me hacían más fuerte. Era menos desgraciado teniendo a ellos, los marginados de la alegría, a mi lado.

Hubo, sin embargo, rendijas que fueron dejando entrar el sol: mis mañanas remando por el Guadalquivir, los viajes por Europa descubriendo un mundo impresionante, las novelas deslumbrantes del fin de siglo americano, las noches locas de alcohol junto a mis hermanas...

Sin darme cuenta, los años fueron desescamándome de nubes negras que me buscaban para hacerse resonar sus penas. Me aburría la tragedia de sus vergüenzas. Fui, como por ensalmo, acercándome como una lapa a gente que sonreía, que lo hacía todo el rato y sin venir a cuento. Descubrí lo hermoso que es vivir al lado de quien se apunta a todo y no pregunta a cambio de qué.

Ayer regresábamos a Sevilla, desde Marbella, por el camino de Ronda. Empezaba a anochecer y propuse una parada para tapear. Fran y Nuria aceptaron la propuesta por aclamación.

jueves, junio 30, 2016

Noches

Hace algo más de un mes que hago mucho deporte, no duermo por las noches de un tirón y compro más ropa que nunca.

Tal vez es la reacción inconsciente de un ser humano ante la muerte de un padre bueno, un impulso extra de vida, negación de la degradación y protesta incontrolable ante la impotencia de no poder retener entre mis manos a quien me colocó en este mundo de locos.

Despierto por las noches sin terror ni angustia. Me giro, me coloco bocarriba y adivino el techo en la oscuridad silenciosa, repaso escenas sin sentimentalizarlas y trago saliva para no despertar al amor de mi vida.

Nunca supe qué era el insomnio y sé que volverán los plácidos sueños de despertarse con la luz del sol. Hay calma, sin embargo, una tranquilidad suprema que no sé qué período de mi vida presagia, como si en cierta forma me hubiese vampirizado y entendiese claves inexplicables que me acercan a la esencia de lo que existir implica.

No sé cuándo aterrizaré de estos vuelos a otro mundo que no era el mío, ni en qué momento dejaré de hacer flexiones como si mi cuerpo fuera a arrugarse de no hacerlas; aun siendo consciente de que debo volver a sintonizar con la mirada de los otros, las conversaciones cerveceras, las noticias del telediario, los reproches laborales, las neveras llenas, las cenas prometidas, las risas que entendía, los papeles ordenados, las canciones que me gustan, los sonidos que ahora no escucho, las rutinas tontas que me hacían tan feliz.

lunes, junio 27, 2016

Español

Rajoy se asoma al balcón de Génova y se oyen gritos de 'yo soy español, español, español'... y yo me pregunto: ¿de qué país soy yo?

Un grito del nacionalismo más rancio, casposo y futbolero para cantar que ha ganado un partido de corruptos.

Confieso que anoche viví con alivio el batacazo de Podemos. No quiero un país dirigido por un egocéntrico prepotente que tiene como modelo económico el chavismo y que quiere repartir pagas universales sin saber de dónde sacar el dinero. España merece mucho más. La política es más compleja que cuatro eslóganes.

Pero, ¿dónde están esos políticos que reclamamos? ¿Dónde el líder que nos presente las cuentas al detalle y sus proyectos construidos de justicia social? ¿Dónde el que consiga emocionar nuestro intelecto y no nuestras tripas?

Respiraba aliviado al ver la cara de Pablo Iglesias consternado y me enfrentaba desde mi sofá a un desfile de banderas españolas en la calle Génova.

¿De qué país soy yo?

miércoles, junio 22, 2016

Ámsterdam

Este verano vuelvo a una de mis ciudades fetiche: Ámsterdam.

Siempre me prometo conocerla en invierno, pero siempre acabo volviendo en verano, cuando una marabunta de gente escandalosa la pasea como un parque de atracciones.

Es igual. También me gusta Venecia a pesar de las multitudes cruzando el puente de Rialto o Estambul y las aglomeraciones del Gran Bazar.

Iremos con mi hermana Raquel e Iván; ya tenemos los billetes de avión, los hoteles y los pasajes de tren que nos permitirán comenzar la ruta en la coqueta Lille, para atravesar territorio belga en múltiples paradas por Bruselas, Gante, Brujas y Amberes.

No sé quién está más ilusionado, si los que van por vez primera o quienes repetimos por enésima vez este viaje por ciudades empedradas llenas de canales donde las cervezas casi se mastican.

Sueño con el rato que pasaremos viendo el políptico del Cordero Místico de Van Eyck en la catedral de San Bavón gantesa, o con las carreras que se pegará Iván en el parque Leopoldo de Bruselas mientras buscamos la pagoda, o la cena que nos tenemos prometida en el Kleine Zavel de Amberes desde que lo descubrimos hace años. O volver a hipnotizarme con la diminuta lechera de Vermeer en el Rijksmuseum.

Viajar también es anticipar los días que se disfrutarán.

La otra noche, esperando en la barra de un bar a unos amigos, no pude sustraerme a la conversación de dos mujeres. Hablaban de organizar un viaje e iban descartando ciudades sin contemplaciones:

-Ahí ya he estado.

Haber estado es un argumento muy endeble para desechar una nueva aproximación, seguro que sorprendente, a las ciudades que un día te enamoraron.

viernes, junio 17, 2016

Vestuario

Entreno en un gimnasio muy pequeño de la calle Rosario. Tan pequeño, que el vestuario tiene capacidad para 4 taquillas y no más de 3 personas al mismo tiempo. Tan apretujado todo, que si abres la puerta apareces retratado en medio del local.

Reconozco que soy excesivamente pudoroso. No haría nudismo ni en una isla desierta, por si acaso. Es algo que no sé de dónde me viene, pero me gustaría corregir.

Una gran cantidad de los tipos que acuden al gimnasio, tras cambiarse, la mayor parte de las veces sin saludo previo ni despedida, sale por la puerta del vestuario y se va, dejándola abierta de par en par. Poco importa que el de dentro esté en pelotas, sea pudoroso o, simplemente, no se quiera ver en paños menores en medio de una conversación entre chicas.

Hay días, tras la ducha, en que me planteo realizar un análisis estadístico de la gente a la que le importa un bledo lo que le afecte a los demás, que ven a la gente con la que se interrelaciona como bultos con ojos o accesorios de baño.


domingo, junio 12, 2016

Lalola

Acudimos este viernes noche a la taberna animados por los comentarios entusiastas de una amiga muy de fiar en temas culinarios. Con la vespa, los pantalones cortos y muchas ganas de disfrute, nos plantamos en un restaurante de Los Remedios encerrado entre grandes bloques de hormigón.

Habíamos reservado previamente, pero nos colocaron en una mesa alta al tener el resto ocupadas por dos grandes grupos, bastante ruidosos.

Elegimos de la carta de vinos: 'Cortijo de los Aguilares', un tinto de Ronda que nunca defrauda. No tenían. El camarero, simpático, tomó un boli y nos tachó de la carta todos los que estaban agotados. Pedimos un 'Lalama', un gallego de la Ribera Sacra que ya habíamos probado otras veces. Al rato llegó para decirnos, apurado, que acababan de servir el último.

Preguntamos por aceitunas para picar algo mientras tanto.

-Ponnos el que tú veas. Un tinto rico, potente -le pedimos.

Entretanto pasó a explicarnos todos los platos que se habían caído de la carta. Mucho por memorizar. Cuando vino con un 'Predicador', caliente de estar a pleno ambiente de preverano sevillano, ya teníamos las ideas claras. Le rogamos por una cubitera con hielo donde meter la botella.

Pedí un salmorejo de aguacate, Fran una ensaladilla y unas sardinas en tosta para compartir. Unos fideos fritos con ternera del fuera de carta para terminar.

Seguían sin llegar las aceitunas.

Las sardinas eran, o sabían, a anchoas. Es posible que fueran sardinas marinadas, pero a mí no me gustan las anchoas, así que esperé a los fideos. El salmorejo estaba rico, pero tardé en averiguarlo porque me lo trajeron sin cuchara.

Cada copa de vino era un vaso de Colacao. Las aceitunas llegaron al tiempo que los fideos, que no eran fritos sino caldosos. Y conseguimos, al fin, la cuchara del salmorejo.

El camarero vino a preguntar qué tal todo.

Fran, con una sonrisa, le preguntó:

-¿De verdad quieres saberlo?

El camarero apretó los tacones y dijo que sí.

La crítica fue rotunda, pero constructiva. Pedimos para terminar, con la botella de vino casi sin comenzar, una tarta casera de galletas.

-De galletas, galletas... no es.

-No te preocupes, tráenos la cuenta.

No vino la cuenta, sino el propietario-cocinero a disculparse. Nos preguntó el detalle de las secuencias de la cena y lo suavizamos para no 'condenar' a nadie. Le aclaramos que veníamos animados por una amiga incondicional con el local.

-A esta cena estáis invitados.

-Ni mucho menos -respondí-. Nos habéis pedido opinión y os la hemos dado.

-Lo siento, pero ésta es mi casa y aquí mando yo. Y no vais a pagar nada. Yo he creado este espacio para que la gente disfrute.

Ya tenemos la reserva hecha para el viernes próximo. Iremos dispuestos a gozar de la mejor cena.

lunes, junio 06, 2016

Kitty

Limeña del 37, Kitty es una bella peruana chiquita de manos angulosas, hablar pausado y nariz pequeña de la que me había hablado con adoración mi amigo Fernando antes de conocerla ayer.

Embaucado por su conversación durante una cena de domingo, pude disfrutar del sabio arte de la escucha cuando a tu lado encuentras alguien que sabe romper el silencio con frases bien construidas de un pasado rico en experiencias.

Ella me habló de cómo decidió venirse a Europa por no seguir sufriendo mal de amores con un divorciado treinta años mayor que ella, animada por su madre, 'una muñeca de porcelana' que no sabía siquiera que para preparar el té había que prender el fuego; me contó de sus veintitantos años en Lisboa, de sus hijos y nietos portugueses y de un viaje inolvidable que hizo a Sevilla en los 80, cuando se alojó en un Alfonso XIII de camas tan altas que sólo podía llegar de un salto; de cómo entre tres mujeres muy jóvenes montaron la tercera agencia de viajes más grande del Perú.

Me pidió, con la belleza de la mirada de sus ojos curiosos, ayuda para conseguir un retrato que perdió, en blanco y negro, de la Macarena vestida de monja, mientras me hablaba de todas las vírgenes que decoran su casa de Miraflores.

Vestida con un traje azul turquesa de flores, peinada como una princesa, esta mujer de 79 años me explicó entusiasmada cómo viven los indígenas en el lago Titicaca, su viaje a Tasco, en México, 'una ciudad como un pesebre' y su boda en Tánger, ante la imposibilidad de que su portugués se divorciara.

Andaba preocupada por las elecciones de ayer en Perú, harta de ser gobernada por un 'cachaco' y mostraba una emoción indisimulada ante cada plato que le traían para probar.

Yo la escuchaba con avidez, sumergido en el incomparable placer de dejarte transportar por las palabras de quien lo ha vivido todo y aún tiene ganas de seducir.

viernes, junio 03, 2016

Le Mans

A Le Mans se llega en poco más de un par de horas de coche desde París.

Es un lugar coqueto para vivir, aunque difícil para un andaluz por su clima áspero; con una catedral fortificada sobre un montículo que impone su carácter, enredada entre calles de piedra donde se comen rilletes, un paté de cerdo tan rico como graso, delicioso para probar con un vino blanco de Sauternes; calles protegidas por unas murallas que defendían este viejo territorio de las Galias, enclave futuro de disputas entre católicos y calvinistas.

Sólo conocida por sus 24 horas, fue cuna del ferrocarril francés y es buena puerta de entrada para visitar el País del Loira.

Allí, a Le Mans, tuve que desplazarme innumerables veces cuando trabajaba en París. Con una enorme fábrica de transmisiones en pleno núcleo urbano, me lanzaron el encargo de participar en varios grupos de trabajo que trataban de llevarla a ser número uno de su sector en resultados de calidad. Fui bien recibido por una gente que habla un 'patois' difícil de entender para quien ha aprendido francés con fascículos de Planeta-Agostiini.

Tras la primera visita que hice a la fábrica, acompañado de mi jefe, me despedí de él para hacerme con la ciudad. Era un martes, aún hacía luz, y tenía todo Le Mans para mí. Él, sin embargo, me comentó con tanta torpeza como cortedad:

'El turismo es para los fines de semana, Salvador'.

Yo lo miré con cara rara, le dije hasta mañana y me lancé a la búsqueda de las rilletes a la sombra de la catedral.

miércoles, junio 01, 2016

Magia

Hans Castorp es un recién licenciado en ingeniería naval alemán de principios del siglo XX que acude a un balneario suizo, situado en lo alto de una montaña, junto a Davos, para visitar a su primo, Joachim, enfermo respiratorio crónico.

Con la cabeza llena de proyectos y la sangre caliente de su juventud, a Hans le asignan una habitación en el sanatorio para acompañar unos días a Joachim. Allí descubre todo un universo de personas sin grandes perspectivas de futuro que han conseguido ralentizar el tiempo. Conoce a gente maravillosa y mezquina de distintas nacionalidades, todos adinerados, la mayoría cultivados, que comparten desayunos, paseos por los caminos que bajan hacia el valle, baños calientes en sus saunas, discusiones políticas alrededor de café y licores, y cenas con bailes de salón, donde nadie habla de enfermedades y la muerte se presupone, pero se esquiva.

En ese balneario encuentra a Madame Chauchat, una joven rusa, maleducada de dar portazos, que lo embauca al perseguirlo con la mirada en cada encuentro.

Los días pasan y Hans Castorp, huérfano de padres, comienza a sumergirse en ese otro tiempo, narcotizado y perezoso, que adormece sus ganas de volver a la ciudad para construir la vida que se le suponía. Tanto es así, que comienza a simular toses ruidosas para, con la complicidad del médico del sanatorio, ser catalogado como enfermo pulmonar y poder entregarse sin excusas al espacio de esa Montaña Mágica.

Ése es el resumen que tengo en mi cabeza del comienzo de la grandiosa novela de Thomas Mann que me transporta, cada vez que pienso en ella, a los paisajes de un pasado que he creído vivir, a mi propio balneario. 

Llevo días retozando con historias de Proust, Gavalda y Vila-Matas, en una suerte de reencuentro con mis propios mundos en el que diseñar pócimas nuevas, enjuagues de melancolía y recetas de felicidad futura. Noches tristes y hermosas en que despierto sin sobresaltos cuando el mundo duerme para escuchar el silencio, para mirar al ser amado y poder encontrar, poco a poco, las claves para ingresar allí donde todo vuelve a cuadrar, en mi futura montaña mágica.

miércoles, mayo 25, 2016

Olor

Cierro los ojos para concentrar toda mi memoria en traer el olor de mi padre.

Cada vez que le besaba su frente en sus últimos días en el lecho de muerte, su aroma tan personal me inundaba por completo y pensaba cómo poder retenerlo en un tarro al que acudir para visualizar con claridad sus recuerdos en lo que me queda de vida. Esos maravillosos años felices de la infancia o las cervezas en la terraza soleada de su bar Jamaica.

Es potente el olfato como sentido. Basta oler un guiso o pasear por una plaza para que las imágenes de lo que viviste un día se hagan presentes con cierta magia.

Son 48 años los que he convivido con su aroma, con su abrazo protector y su conversación entretenida. 48 años viéndolo cuidarnos, perder a su mujer y volver a levantarse, redescubrir el amor y esforzarse por hacer frente a las necesidades de sus hijos.

Es terrible la sensación de desconsuelo que deja un padre al irse.

Ya no queda madre ni padre a quien abrazarse, ni amores incondicionales que soporten todo. Ya no tendremos a quien buscar con la mirada cuando las olas rompan encima nuestra, para confirmar que nos vigila desde la orilla.

Antes de incinerarlo, le di un beso en su cuerpo frío, y su frente no desprendía olor alguno.

Quedan, sin embargo, sus ojos en nosotros, la generosidad con los amigos, la risa fácil y el amor a la familia. Queda la vida para vivirla también con él.

lunes, mayo 16, 2016

Orégano

Vivir es decidir y decidir implica abandono de opciones a las que no se puede volver, lo que es maravilloso y frustrante al mismo tiempo.

Siempre pensé en dios como un enorme ordenador frío que contabilizase nuestras decisiones, que serían inmediatamente puntuadas para ir clasificando a los humanos en grandes tableros digitales en función de parámetros asociados a las principales virtudes: bondad, fidelidad, generosidad, solidaridad, compasión, ternura...

A veces pienso en ese tablero, oculto para los humanos, y me planteo dónde estaré situado yo, dónde lo estará la gente que me importa.

Dice Kundera que 'la felicidad es el deseo de repetir', de volver al lugar donde algún día encontramos el sentido profundo de la existencia, allí donde nos sentimos ligeros, livianos, donde todo cuadraba. Esos momentos llegan. Más a menudo de lo que pensamos. Esos instantes en que piensas que sí tomaste las decisiones acertadas.

Ocurre, también a menudo, que tratas de volver a esos sitios mágicos, físicos o imaginarios, y te das cuenta que nada vuelve a ser igual. ¡Qué decepción cuando crees retornar al lugar en que un día todo se conectó!

Hay una pequeña pizzería en Brooklyn que se llama Orégano. Tienes que comprar el vino en la enoteca al otro lado de la calle y te dan de postre una tarta de queso al pistacho indescriptible. Nunca volveré. Porque creo que, al contrario de lo que dice Kundera, la felicidad se revienta al repetir.

viernes, mayo 13, 2016

Modernizada

En el competitivo mundo de la industria en el que me muevo quien no corre vuela, por la necesidad imperiosa de fabricar de forma rentable para sobrevivir. El futuro nunca está garantizado, el cliente siempre es libre de elegir a otro.

Una de las formas de mantenerse líder es hacer las cosas como el mejor, algo que sólo se consigue sabiendo qué y cómo producen, se organizan y planean su estrategia los que están en cabeza de la rentabilidad.

A esto le llaman 'benchmarking': copiar las mejores prácticas.

Un término más dentro de los muchos que incorporamos de otros idiomas para entendernos en nuestra fábrica de Sevilla. Ya cuando nos asociamos con Nissan empezamos a tomar palabras japonesas con las que empezamos a familiarizarnos. Un 'poka-yoke' es un dispositivo antierror, el 'gemba' es un taller y 'dojo' es un espacio de formación, vocablos que se unían a los ya usuales en francés, lógicos por la nacionalidad de nuestra empresa matriz. El oficio es el 'métier', los registros de datos se hacen en 'borderaux' y cuando nos presentamos en equipo hacemos un 'tour de table'.

La unión de Nissan con Renault hizo que se instalara el inglés como idioma de consenso, introduciendo en nuestro día a día el 'kick-off' para lanzar una nueva dinámica de trabajo, el 'ramp-up' para la subida de producción de un modelo o el 'lead time' para definir al tiempo base de montaje de cada producto.

Un batiburrillo de palabras fácilmente traducibles al castellano que no cesa de incrementar.

La última, con sonido arcaico, viene del inglés y significa modernizar: 'retrofit'.

Ante la disyuntiva de comprar una nueva máquina o renovarla, sin darnos cuenta hemos ido adquiriendo esta expresión, de tal forma que ya nos suena habitual la expresión 'hacerle un retrofit a tal o cual medio de producción'. La estética lingüística poco importa en la industria del automóvil.

La pasada semana no pude más que soltar una carcajada incomprendida cuando hacíamos una visita a una de las líneas de mecanizado de piezas y un directivo preguntó a un técnico, a la vista de los problemas de rendimiento, cuándo íbamos a invertir en una máquina de los ochenta con aspecto, como mínimo, mejorable.

El chaval le respondió con pasión, aclarándole con un fuerte acento andaluz que no era necesario hacer nada, que todas las tripas de esa máquina se habían renovado:

-¡Pero si está 'retrofitá'!


lunes, mayo 09, 2016

Banal

Me atrae escuchar conversaciones de las que no soy partícipe, como espía ajeno de otros mundos que no son míos. Si hay algo que envidie de no usar transporte público es la posibilidad de filtrar charlas cotidianas de gente anónima. Mi vida sevillana, con coche de ida y vuelta al trabajo, es de tertulias radiofónicas y música de spotify, donde no se cuelan voces de gente con mi acento ni nadie que no sea elegido por mí.

Envidio, racionalmente, esos parloteos en que se habla durante largos ratos de nada. Añoro, con humildad, lo banal. La capacidad para mantener la atención en un diálogo sobre alineaciones de fútbol, compras de supermercado o de previsiones meteorológicas.

Nací intenso, dramático, novelero, incómodo con frivolidades, arisco con lo soez, beligerante a mi pesar con la risa tonta, la más feliz y sana de las risas.

Hablar sin decirse nada esencial es una medicina perfecta para disfrutar del otro que yo no sé recetarme. Charlar sobre un muro blanco en días primaverales comiendo pipas junto a un amigo balanceando los pies, sin prisas ni nada que solucionar.

Debería echar de menos conversaciones así, pero mi yo más mío no las echa en falta. Es mi mente racional quien las pide. Es mi espíritu reflexivo el que me dice que debería aprender a banalizar. Pero mi cuerpo, el de carne y hueso, el que observa la vida pasar, el que adora sus espacios y es selectivo, el de los silencios buscados y las cenas largas, en cambio, me pide marcha.


jueves, mayo 05, 2016

Incendios

Jugar al límite es una opción vital por la que ciertas personas optan en su relación con los demás.

Se trataría de establecer una continua medición de fuerzas con el otro, de forma que cada momento en que hay un contacto con alguien cercano el susodicho saca el cronómetro, la balanza, el libro de notas y la cámara de fotos para controlar cómo de bien, rápido y pasionalmente ha actuado cada uno frente al otro, para anotarlo con todo lujo de detalles en el cuaderno de sus recelos.

Yo era así de joven.

Son individuos excesivamente exigentes consigo mismos, por lo general, que aplican a los demás el mismo nivel de severidad en la evaluación del otro, sin comprender que la vida no es una competición ni hay medallas que repartir al final del camino. Suele ser gente interesante, con muchos valores que, sin embargo, no empatizan con las virtudes que no le son propias.

Si uno al madurar no se aplica el cuento de quitarse de encima estos comportamientos infantiles corre el riesgo de convertirse en un incendiario dedicado a regodearse en el reproche, especialista en ver en los demás el labio seco pero no la mirada brillante, incapaz de disfrutar de la parte luminosa de su pareja para centrarse en las lavadoras no puestas y los cumpleaños no felicitados por sus amigos.

Estas personas, de cuya secta salí hace tiempo, te lanzan a la cara sus frustraciones de analfabeto emocional para hacerte reaccionar, con la torpeza de quien lo hace en la creencia de ayudarte a ser mejor. Te calientan con frases irónicas, comparaciones basadas en medias verdades y autoflagelaciones que muestran cómo ellos sí son de raza; si se pasan de frenada en sus reconvenciones, son especialistas en lanzarse en tromba a apagar el incendio con una sonrisa, seguramente sincera.

Llega el día en que los amigos juzgados prefieren dejar de dar explicaciones de sus propias flaquezas y vuelven la cara a quien hubo un día que vieron desnudo de prejuicios.

viernes, abril 29, 2016

Martín

Al calor de unos vinos, en una de nuestras cenas en casa, le pregunté a un amigo reciente cuál era la persona a quien más admiraba. Por su amplio mundo social y ser un hombre inquieto, quise conocer más de él a través de esa pregunta.

Él me respondió que a nadie. Terrorífica respuesta.

A mí cuando me preguntan eso (la pregunta me la hago yo mismo, porque es difícil que nadie me la haga) respondo que Saramago. O Benedetti. Sí, son personas a las que no he conocido, pero me parecen modelos de conducta, mentes sensibles y almas buenas.

Con el paso de los años, y este amigo reciente roza los sesenta, uno se convierte en un acumulador de desengaños. Nadie tiene el currículo perfecto para ser considerado ejemplar. Todos tienen, tenemos, taras insoslayables.

Es cierto, sí, que la lista de 'gente que no vale un pimiento' es extensa; que los egoísmos, los desplantes, la inconstancia y los feos son moneda común en nuestra sociedad. Y es tal vez por ello que de vez en cuando lanzo esa pregunta al aire. ¿A quién admirar?

Hace años entró en la vida de mi amiga Mariángeles un hombre llamado Martín. Humilde, atento y buen 'escuchador', con el tiempo he ido conociéndolo más y más a través de cenas, viajes, paseos, copas y cafés. Independientemente de lo feliz que la hace a ella, Martín es una persona que transmite tanta verdad, ¡es tan honesto!, que sabes que puedes contar con él, de corazón y en todo momento.

Entonces me rehago la pregunta y digo que sí, que tengo en mi círculo cercano a una persona más que admirar, y que lo que me mueve a hacerlo no es otra cosa que su bondad.

La bondad como atractivo; la bendita, transparente y carísima bondad.

Soy de los que piensan que hay que potenciar las cualidades de la gente. Trato de hacerlo en mis equipos de trabajo, con la familia y entre mis amigos. Hay que hacerlo. Levantar la voz con orgullo para decirle a la gente que queremos que hay cosas en ellos que admiramos.

A Martín lo quiero por hacer feliz a mi amiga de más de media vida y lo admiro por su pureza de corazón, su fidelidad como amigo, su ejemplaridad como padre y su capacidad, casi infantil, para indignarse con lo injusto.

jueves, abril 21, 2016

Voladores

Almorzaba con mi padre en la última planta del Hotel Sevilla Center, tomábamos un ajoblanco espeso delicioso, asomados al espectáculo de ver el centro de la ciudad desde tan alto, en un mediodía reciente en que él se vistió de domingo para disfrutar de una comida con su hijo como en los tiempos en que nos turnábamos para invitarnos a comer en sitios especiales.

-Me da pena pensar que me perderé los coches volando al otro lado de este ventanal -reflexionó en voz alta.

Ya hay drones que se levantan por encima de nuestros tejados filmando nuestra pequeñez, así que no dudo que antes que después esos aparatos se pilotarán y las azoteas se llenarán de zonas marcadas donde aparcar nuestros vehículos.

Es inmenso el futuro, desasosegante, inabarcable, infinito, tremendo para todo ser humano de días contados. Más alucinante aun cuando el ciclo de la vida te va llevando a los tiempos finales.

En esos mágicos momentos en que mi padre se desprende del día a día, de medicinas y crónicas cotidianas, para abarcar con una frase el destino del hombre, yo siento mis pulmones llenos y cosquilleos en la cabeza.

¿Qué será de nosotros cuando yo no pertenezca a ese nosotros del que aún soy parte?

Sé que un día, en no sé qué ciudad ni a qué altura, me encontraré tomando un vino delante de un plato de comida con alguien querido y veré un coche pasar volando al otro lado de la ventana. Sé que cruzaré la mirada con quien lo conduzca y, seguro, esa persona verá en mis ojos la mirada de mi padre.



lunes, abril 11, 2016

Amargado

Ayer vi Julieta.

Debo confesar que iba con tantas ganas como miedo de volver a sentirme defraudado. La anterior película de Almodóvar, Los amantes pasajeros, me pareció un despropósito, con un guión deslavazado de humor soez y apenas varias escenas gamberras de su primera época que salvar.

Julieta es triste, muy triste, tan triste como emotiva. Los títulos de crédito me dieron cierta pista cuando descubrí que se sirvió de varios relatos de Alice Munro para componer esta historia de ausencias. La vida puede torcerse en un suspiro y así perder, de golpe y para siempre, el paso y la ilusión de quien tropieza.

Soy relativamente influenciable por las críticas cinematográficas; en este caso quería leer, ya tras ver la peli, la reseña que Carlos Boyero habría hecho en El País. Es de sobra conocida su aversión por Almodóvar desde hace lustros.

A Boyero lo oía ya en mi juventud adolescente, cuando los viernes se me hacían una tortura al no encontrar amigos con quien salir y las puertas del sexo se abrían aterradoras para mí. Tenía un programa esas noches de viernes en que conseguí aprender a amar el cine escuchando sus crónicas, los entresijos de las producciones, las manías de los directores, los guiones adaptados de grandes novelas...

La reseña sobre Julieta es un compendio de odio visceral tan indisimulado que da grima. Porque la película puede gustar más o menos, pero hay que tener poca sensibilidad para no reconocer un mínimo de emotividad en determinadas escenas. Todo no puede ser malo en esta cinta.

Especialmente cruento es en una frase, cuando define a Ava, el personaje interpretado con maestría por Inma Cuesta, especialmente en su última escena, como una ceramista cancerosa. Se deja adivinar burla y desprecio. A mí, y entiendo que a todos los que han vivido el cáncer de cerca, esta falta de empatía hacia esta enfermedad produce algo más que repulsión.

De ser Almodóvar yo tendría bien claro mi próximo guión: la vida amargada de un crítico de cine de vuelta de todo, ya incapaz de sentir la mínima empatía por los personajes que observa en la gran pantalla.