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jueves, octubre 29, 2015

Fallar

Me digo que soy muy exigente. Y lo soy. Y me disgusta.

Me decía que era exigente con los demás. Y lo era. Y me relajé.

Cada uno que se ponga sus límites para llevar sus coherencias hasta donde quiera, que luche con sus miedos como mejor pueda, que abarque tanto como sus brazos alcancen, estén o no estirados o en tensión. No es justo el juicio hacia formas de entender los compromisos.

Cambié la exigencia hacia los demás por criterios relajados para rodearme de amigos y así pasar de la crítica a la observación, dejando que fluyan las energías de los enganches y desencantos con la naturalidad de las relaciones que no se fuerzan.

Existen, a pesar de todo, situaciones en que no se puede fallar. No vale el estrés, la familia, el trabajo ni las depresiones como excusa cuando una persona que te importa necesita imperativamente de ti.

Hay ceremonias, hospitales, enhorabuenas, tanatorios, lágrimas, cambios, desengaños, declaraciones y vacíos ante los que uno no puede renegar con excusas del día a día. Hay llamadas que son imprescindibles, besos necesarios y silencios cercanos imperativos.

No hay pereza posible cuando el destino abre una de sus puertas a los tuyos entre rosas o nubes, en esos días cumbres en que la vida de los otros, de aquellos otros que queremos que sean nuestros, se decide.

domingo, octubre 25, 2015

Smartphone

Este mediodía de nubosidad variable hemos compartido en familia unas cervezas disfrutando de la gran terraza del Parador de Carmona que te ofrece, desde una altura considerable, una panorámica amplísima de enormes kilómetros de vega fértil.

Ante la insistencia de uso del móvil para hacernos fotos y consultar datos del sitio, y ante la posibilidad de que le regalásemos un smartphone, mi padre, lejos de ser un carca, reivindicó las enciclopedias como base de la información y criticó la tecnología de datos como enemiga del esfuerzo y la memoria.

-A mi edad ya no tengo tiempo de aprender estas cosas.

Entonces quiso derivar hacia un panegírico estadístico que sustentase su teoría de lo poco que le queda por vivir, que rebatimos sus hijos con el placer que supone aprender sin necesidad de resultados e ironizamos sobre nuestra lucha lejana por meterle en el mundo de la tecnología.

-El día que te regalemos el smartphone, te mueres -ironicé yo.

Entiendo ese conflicto interior de las personas de su edad que se quedan con el pie cambiado al ver todo un autobús lleno de gente joven mirando una pantalla de móvil, o ante aplicaciones que envían fotos en directo desde cualquier lugar del mundo, sin olvidarnos de los emails que sustituyen a las cartas, los mapas dinámicos que dirigen tu coche sin memorizar 'por dónde íbamos a esa playa cuando erais pequeños'.

Él asume determinadas ventajas de lo moderno refunfuñando, pero lo hace alertándonos de lo que nos dejamos por el camino, mientras nos explica que las réplicas de las espadas toledanas del parador no tienen que ser muy distantes del 1.300.

Hace diez años, casi a escondidas, hizo un intento en El Corte Inglés. Se acercó a una dependienta de la sección de Informática y le preguntó qué libro podría comprarse para entender un ordenador 'desde que le das al botón de encendido'. Entonces la chica, para situarse, le preguntó si el sistema operativo del ordenador de su hijo era Windows o Macintosh. A lo que mi padre le contestó:

-Señorita, si usted sigue hablándome así, me voy.

miércoles, octubre 21, 2015

Agoreros

Es tal vez pasada la infancia y pubertad cuando comencé a distinguir ya con cierta nitidez a aquellos mayores que sonreían con condescencia ante mis primeros proyectos vitales, los que me decían que era muy enclenque para hacer remo, demasiado pasional para defender mis argumentos o caricaturizaban mi inocencia para creer en el primer amor.

Son personas por lo general inteligentes, de humor sarcástico y mirada oblicua que sermonean con frases cortas el sinsentido de vivir: las amistades te fallarán, el amor no dura, algún día te pegarás el batacazo en el trabajo o mírame a mí, que lo fui todo.

Los más inteligentes enmascaran sus fracasos para consolidar sus argumentos, aunque suelen ser individuos acomplejados por un reconcome interior sazonado de envidia por no saber apreciar sus propias grandezas, y sí la de los otros. Atacan con frases aparentemente certeras que hunden su raíz en una verdad para ellos incuestionable: La vida es una mierda.

El problema de raíz es que su verdad se sustenta en el implacable futuro, que todo lo destroza; en la muerte como única certeza.

Yo, sin embargo, los enfrento negando la mayor: la única verdad es el presente; incluso el futuro existe sólo como artificio del propio presente. El futuro nunca llega porque siempre que se hace realidad es en el momento en que lo vivimos.

Vivir condicionado por las derrotas que vendrán es ser equivocadamente inteligente. La única realidad es el ahora, es este momento en que escribo, o éste en el que tú me lees. Lo demás son conjeturas que no pueden marcar nuestra capacidad para recrearnos, para bien o para mal, en lo que somos.

Tenemos que cuidar de nosotros porque somos únicos y abrir nuestro corazón a los principios de la ética y la bondad porque son la base de futuros presentes armoniosos. Futuros que existirán en presente de la primera persona del singular.

sábado, octubre 17, 2015

Humanidad

Se da por supuesta en todos nosotros esa en teoría inherente cualidad del ser humano, pero no todos podemos distinguirnos por tenerla como estandarte.


Una película reciente de ciencia ficción, género del que me confieso adicto en coherencia con mi espíritu soñador, mostraba a una sociedad futura en la que cada individuo debía elegir al llegar a la mayoría de edad, y de por vida, pertenecer a una de cuatro posibles secciones:la científica, la política, la policial y la humanitaria, creo recordar. A pesar del reduccionismo cinematográfico, sí que es cierto que todos nacemos con tendencia a tomar un rol cara a la sociedad.


Es dentro de ese reparto de funciones sin duda el humanitario el que más admiro, y envidio.


Hace un año mi padre pasó una muy mala racha de salud que afortunadamente ya está lejana. Los cuatro hermanos andábamos asustados viendo la debilidad de un hombre que lo es todo para nosotros.


Fue en ese período cuando mi hermana Mónica tomó el mando. Pasaba las noches sin dormir atenta a cada ataque de tos de mi padre, lo incorporaba cuando se le hacía difícil respirar, le organizaba las pastillas. Le reñía al tiempo que le preguntaba a cada momento cómo se encontraba.


Siempre ha sido así. Pasar por un mal trago, sea o no de salud, es menos malo cuando sabes que tienes a alguien incondicional a tu lado, como Mónica, que te cuida.


No tiene precio tener al lado gente humana sin artificios, que se preocupa por ti sin premisas, enseñándote en cada gesto el sentido real de nuestra existencia, en una lección serena de bondad.

domingo, octubre 11, 2015

Instantes

Hay instantes que borran mil desengaños.
Fue un desgarrador wasap de Montse hace unos meses el que me removió por dentro y en el que me hacía partícipe de un inesperado episodio de salud que le obligaba a introducir una pausa en su intensa y brillante vida laboral para dedicarse a cuidar de sí misma con todo su empuje, que es mucho y bueno.
A esa noticia demoledora siguió una bajada de ella a Sevilla para vernos antes de comenzar el tratamiento. El almuerzo en el Eslava fue una delicia, con la sensibilidad de nuestra amistad a flor de piel.
De Montse guardo escenas imborrables de veinte años atrás, cuando empezamos a trabajar en Renault y nos planteábamos si estábamos hechos para ese trabajo industrial, vestidos de monos azules y portando una caja de herramientas recién salidos de la universidad. Nos tomábamos con humor nuestros desconocimientos e hicimos piña con los compañeros de mantenimiento con los que nos tocó trabajar. Sabíamos que la empresa nos estaba formando, que llegarían tiempos en los que nos sentiríamos más útiles y que, a fin de cuentas, éramos unos afortunados.
Como dos personas que se quieren, fuimos haciendo vida fuera del trabajo, conociendo nuestras familias, los amigos, los amores.
Llegó el día en que su amor tiró de ella hacia Madrid; la vida no tiene puertas. Y con Montse se fueron unas risas contagiosas que aún hay compañeros que recuerdan entre las altas naves de la fábrica.
La distancia nunca fue el olvido para nosotros. Emocionante fue cuando ella me contó con la lágrima saltada en un bar de Atocha que iba a ser madre, o cuando coincidimos un frío invierno en Grazalema para celebrar el fin de año, o aquella tarde en que me presentó mi novela de Andrea en un café madrileño, con su niña correteando entre el público.
Este pasado viernes quise compartir con todos aquéllos que acudieron a la presentación de mi última novela por qué la dedicatoria iba dirigida a ella, pero no me dio tiempo a terminar. Fran me hizo gestos desde el fondo de la sala para que me callase; Montse había cogido un AVE esa misma tarde para entremezclarse entre el público sin que yo me apercibiese. El abrazo que nos dimos entre aplausos me pareció el principio del fin de este episodio amargo que le ha tocado afrontar como lo hacen las personas que aprecian la vida.
Hay instantes que te hacen ver que el mundo podría ser maravilloso.

martes, octubre 06, 2015

Gustos

Me encanta hablar con Iván.

El hecho de haberlo visto crecer desde pequeño sin convivir con él a diario hace que los cortos espacios de distanciamiento me permitan apreciar con más claridad sus cambios, sin perder por ello el roce que me haga perderle la pista de este sobrino único, ¿existe ese término?, al que quiero tanto.

Es precioso ver desde la distancia cercana cómo se va moldeando su carácter, su timidez social al tiempo que su capacidad de integración, tal vez dada por convivir entre adultos; su miedo al riesgo; la influencia que en él ejercen mis hermanas; la relación guasona con su abuelo, cuyas crisis de salud ha vivido de cerca; su predisposición a viajar a cualquier lugar que le propongas.

De él presiento un hombre con amistades sólidas, conversaciones largas y un gran sentido de la responsabilidad, que ya empieza a desarrollar con apenas 12 años.

Lo que uno no se plantea, cuando llegan estas reflexiones acerca de una persona tan pequeñilla a la que adoras, es que él también te observa. Que esos años vividos no son unidireccionales y él va formando un retrato de esas personas grandes con las que le ha tocado convivir, sin elección previa.

Hay días en que, sin filtros que limiten su capacidad de análisis, te suelta una fresca que te hace sentir de nuevo un niño. Íbamos en coche los dos, charlando. Le planteé una serie de planes para pasar la tarde y él me iba preguntando. Yo no quería influirle en ningún caso, a lo que él sentenció:

-Si yo ya lo sé: que a ti te gusta todo.