Callejeamos por los vericuetos de Venecia una noche fría cuando aún no existía Tryp Advisor, en busca de un restaurante escondido entre vidrieras para una cena romántica rebuscado entre las recomendaciones de nuestra guía de la ciudad. La chimenea daba una calidez de cuento de hadas a la humedad que lo invadía todo y estábamos fáciles para descorchar un vino decente con el que pausar al máximo ese rato de placer.
Ya veníamos extasiados tras visitar la Scuola Grande di San Rocco, en una visita de espejos en mano para apreciar los frescos de Tintoretto sin que las cervicales nos metieran prisa.
Una cena sin móviles hablando de Tintoretto en Venecia suena tan cursi como lo es realmente, pero la cursilería a veces nos hace olvidar las miserias de la rutina venenosa que nos impide disfrutar en grande del anciano y maravilloso mundo que nos rodea.
A nuestro lado había una mesa con un matrimonio de edad mediana, a quienes no prestamos atención hasta que el camarero les preguntó:
-¿Españoles?
Ellos asintieron. Se cogían la mano e imaginé que su cena habría versado sobre cualquier tema cursi como el nuestro.
-¿De dónde vienen? -insistió el camarero.
-De Barcelona -respondieron.
El chaval, enteradillo y provocador, quiso apuntarse un tanto.
-¡Ah, de Barcelona! Entonces no son españoles…
La chica le cortó en seco.
-Sí, somos de Barcelona y españoles.
No me gustan las patrias ni banderas, pero he de confesar que esa respuesta categórica me atraviesa el corazón cuando pienso en tanta inquina acumulada por aquellos que se sienten robados por mí.
El vino entró aún más dulce.
Ya veníamos extasiados tras visitar la Scuola Grande di San Rocco, en una visita de espejos en mano para apreciar los frescos de Tintoretto sin que las cervicales nos metieran prisa.
Una cena sin móviles hablando de Tintoretto en Venecia suena tan cursi como lo es realmente, pero la cursilería a veces nos hace olvidar las miserias de la rutina venenosa que nos impide disfrutar en grande del anciano y maravilloso mundo que nos rodea.
A nuestro lado había una mesa con un matrimonio de edad mediana, a quienes no prestamos atención hasta que el camarero les preguntó:
-¿Españoles?
Ellos asintieron. Se cogían la mano e imaginé que su cena habría versado sobre cualquier tema cursi como el nuestro.
-¿De dónde vienen? -insistió el camarero.
-De Barcelona -respondieron.
El chaval, enteradillo y provocador, quiso apuntarse un tanto.
-¡Ah, de Barcelona! Entonces no son españoles…
La chica le cortó en seco.
-Sí, somos de Barcelona y españoles.
No me gustan las patrias ni banderas, pero he de confesar que esa respuesta categórica me atraviesa el corazón cuando pienso en tanta inquina acumulada por aquellos que se sienten robados por mí.
El vino entró aún más dulce.