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lunes, septiembre 28, 2015

Espejos

Callejeamos por los vericuetos de Venecia una noche fría cuando aún no existía Tryp Advisor, en busca de un restaurante escondido entre vidrieras para una cena romántica rebuscado entre las recomendaciones de nuestra guía de la ciudad. La chimenea daba una calidez de cuento de hadas a la humedad que lo invadía todo y estábamos fáciles para descorchar un vino decente con el que pausar al máximo ese rato de placer.

Ya veníamos extasiados tras visitar la Scuola Grande di San Rocco, en una visita de espejos en mano para apreciar los frescos de Tintoretto sin que las cervicales nos metieran prisa.

Una cena sin móviles hablando de Tintoretto en Venecia suena tan cursi como lo es realmente, pero la cursilería a veces nos hace olvidar las miserias de la rutina venenosa que nos impide disfrutar en grande del anciano y maravilloso mundo que nos rodea.

A nuestro lado había una mesa con un matrimonio de edad mediana, a quienes no prestamos atención hasta que el camarero les preguntó:

-¿Españoles?

Ellos asintieron. Se cogían la mano e imaginé que su cena habría versado sobre cualquier tema cursi como el nuestro.

-¿De dónde vienen? -insistió el camarero.

-De Barcelona -respondieron.

El chaval, enteradillo y provocador, quiso apuntarse un tanto.

-¡Ah, de Barcelona! Entonces no son españoles…

La chica le cortó en seco.

-Sí, somos de Barcelona y españoles.

No me gustan las patrias ni banderas, pero he de confesar que esa respuesta categórica me atraviesa el corazón cuando pienso en tanta inquina acumulada por aquellos que se sienten robados por mí.

El vino entró aún más dulce.

miércoles, septiembre 16, 2015

Seis

Dicen que soy un dormilón, y lo soy, pero las horas a las que uno se levanta a diario y lo mucho que me gusta trasnochar me llevan a buscar, como un perrillo, cualquier cojín para echar una cabezada; sin que ello signifique que no me guste: pocos placeres mayores que el de ir pasando de la consciencia al mundo de los sueños. Si eso es posible vivirlo varias veces al día, ¡fenómeno!


Quien critica a los dormilones suele ser aquél que no sueña o cree no soñar, quien, por tanto, ve en el dormir un tiempo perdido y va por la vida con la mecha encendida.


Con los años, las capacidades adolescentes de sentir chispazos de felicidad ante cada descubrimiento se va aminorando y comienzan a retorcerse los mecanismos para llegar a sentir cosquillas en la cabeza, por eso hay que dejarse llevar por los hábitos simples en los que la vida te mece con dulzura.


Suerte que no me supone gran esfuerzo el despertarme, pasearme la casa a oscuras cada mañana entre zumos, estiramientos, primeras planas de periódicos y el sonido del silencio de la ciudad. Salir al frescor de las calles solitarias disfrutando de un escenario urbano y fantasmal sólo hecho para mí.

lunes, septiembre 07, 2015

Canelones

Me gusta metaforear con las cosas importantes que no termino de entender para, de alguna forma, tener una imagen infantil de cómo se conforma el mundo.

Quizás sea por lo idealizados que tengo los canelones con foie que nos hacía mi madre de pequeños, pero hay una animación visual que se me suele repetir en las tardes de sofá de luces apagadas en que estoy a solas: 'el canelón gigante'.

Como si de un Principito se tratase, navego por el espacio encima de un canelón inmenso de pasta, extendido, sin enrollar, con sus perfiles en forma de diente de sierra y su superficie blanda color marfil. Ése es mi territorio y por él me muevo con soltura. Mi propio canelón. Asomándome a cada esquina y disfrutando del viento interestelar.

En el canelón me posaron al principio de mis tiempos, hasta que la primera decisión vital se presentó y tuve que decidir en qué lado de mi canelón me iba situando. La infancia apenas causó rasguños en mi cuadrilátero. No solía correr peligro. El gran canelón empezó a rajarse en la adolescencia con cada circunstancia que me despertaba al mundo de los mayores y debí hacer por situarme en el lado bueno, aquél en el que queda la mayoría de la pasta fina donde seguir navegando.

Así mi canelón fue haciéndose más pequeño cuando elegí estudiar ingenieros, mi carrera de filología inglesa se desgajaba hacia ninguna parte, o cuando abandoné la práctica del remo, o cuando me peleé con Mariángeles, ya no había posibilidad de una juventud compartida con ella, o cuando entré a trabajar en Renault, o cuando me fui a vivir a París, cuando dije adiós a amores y amistades, cuando acepté la oferta de la primera editorial, cuando me separé de mi pandilla de siempre… Trozos del canelón que se escapan, inhabitados, para siempre.

Yo mantengo mi terreno amplio aún, donde caben mil proyectos y mucho amor, futuros amigos, libros, fiestas y alegrías de otros a quien quiero. Vuelo cómodo por el espacio levantándome de vez en cuando para evitar que desgarros como la muerte de mi madre vuelvan a causarme destrozos incontrolados en mi pequeño planeta canelónico.

Hay cuchillos voladores, sin embargo, que atacan sin piedad tu mundo sin que tus decisiones puedan hacer más que asumir cuál será el lado del canelón en que te tocará caer.

Es duro el día que empiezas a asumir que siempre mengua, tanto como divisar que hay gente querida cuyo canelón apenas le deja espacio para estar de puntillas.

viernes, septiembre 04, 2015

Guay

La iglesia de San Bernardo estaba a rebosar. Hacía tantos años que no iba, desde los tiempos en que vivía mi abuela, que la imaginaba más recogida. Allí estaba ya mi padre, mis hermanas e Iván que, inquieto, me preguntaba en susurros incontenibles cada cinco minutos cuánto faltaba para terminar la misa.

-¿No conociste a mi tía Cuqui?

Iván negó con la cabeza y eso me dio una idea del tiempo pasado sin verla.

-Ella era una tía 'guay' -le expliqué-. ¿Sabes cómo puedes comprobarlo?

Él me miró con la cara con la que miran los chavales que se adentran en terrenos desconocidos, yo observé los grandes ángeles sosteniendo los candelabros y entendí que, a su edad, estos escenarios impresionan; más aún cuando ya no viven en una generación de misa los domingos y fiestas de guardar, sino en una sociedad desacralizada, afortunadamente, que abandonó a la iglesia hace ya muchos años.

El cura habló de mi tía como una mujer de fé, y yo miré a mi hermana Mónica, que me cruzó una mirada de asombro.

Cuqui era una mujer de corazón y uniforme blanco, siempre resuelta entre los pasillos del Virgen del Rocío echando un cable, y una sonrisa de tranquilidad, y caricias, a cualquiera de los que tuvimos que pasar alguna vez por sus habitaciones o quirófanos. Era una mujer curranta y divertida, de la que recuerdo su risa hueca, los enormes vasos de coca-cola y su noviazgo con mi tío Pepe. Cuqui, para mí, era una imagen dulce de mi adolescencia.

-En esta iglesia hay cientos de personas, eso demuestra que muchísima gente la quería. Que era una mujer 'guay'.

-Si se muere un 'esaborío' no viene nadie, ¿verdad? -Confirmó Iván con media sonrisa.

-Muy poca gente.

A poco de jubilarse los dos y sin previo aviso, mi tío Pepe se queda a solas con sus tres hijos veinteañeros y el rictus roto de la incomprensión.

Allí nos abrazamos primos, tíos y amistades de mi época adolescente enfrentando un sinsentido más. Me abracé a sus hijos por la necesidad de hacerlo, de transmitirles mi dolor más sincero y mi solidaridad más pura. Perder a una madre es atravesar un río muy caudaloso que para siempre queda atrás.

-¿Sabes lo que es un pésame? -Le pregunté a Iván.

miércoles, septiembre 02, 2015

Hinchable

Alquilamos una furgoneta para llevar muebles a nuestro piso de Conil tras la pequeña obra que le hicimos este invierno. Al volver a casa para cargar decidimos meterla en la plaza de garaje para no interrumpir el tráfico. Yo fui dirigiendo la entrada por la rampa desde fuera hasta darme cuenta, tarde, de que iba a quedar encajonada.

-¡¡¡Para!!!

La furgo se quedó a medio camino. Pusimos el freno de mano y estudiamos la situación a sabiendas del movimiento continuo que tiene nuestro garaje. No había más remedio que tirar hacia arriba marcha atrás.

Justo cuando arrancaba, yo, desde fuera, veía como se hinchaba, hacía un ruido enorme y volvía a clavarse contra el techo del garaje.

-¡¡¡Para!!!

Aquello olía a humo de neumático y desesperación.

-¡La furgo se hincha!

Fran me miraba como quien mira a un loco.

-¿Cómo que se hincha?

-Que se infla. En cuanto le das hacia atrás la furgo se hincha.

Volvimos a intentarlo porque lo ocurrido no tenía lógica, mientras yo pensaba en la dificultad de meter una grúa en esa ratonera para tirar del muerto hinchable. De nuevo el humo y el ruido.

-¡¡¡Para!!!

Así hasta tres veces. Nos plantamos e intentamos razonar, pero no hay lógica que sirva cuando te atenazan los nervios, de modo que a la cuarta decidimos tirar hacia detrás arrasando con todo. A fin de cuentas la habíamos alquilado con seguro a todo riesgo. El ruido fue de los que se quedan grabados y el techo de la furgoneta se quedó hecho cisco.

Ya con la cerveza en la mano Fran dedujo:

-Creo que el freno de mano tenía más recorrido.