Hay infinidad de temas sobre los que uno puede pensar firmemente en un sentido en el momento actual y tomar la posición contraria un rato después sin incurrir, aparentemente, en contradicciones. Normalmente esas cuestiones son abiertas y generalistas.
¿Qué razones llevan a una mujer de cuarenta y tantos años a tener su primer hijo por inseminación artificial?
El otro día tuvimos esa discusión en casa de mi amigo Migue y los argumentos eran demoledores o admirativos, aún más extremos cuando la conversación es pasional, hay confianza entre los que charlan y está aliñada de alcohol.
Con toda la limpieza que implica hacerlo cuando no hay nombres y apellidos detrás de la pregunta, nos planteábamos: ¿Qué lleva a esa mujer a inseminarse?
Hay razones para pensar que la cordura de una persona ya realizada consciente a esas alturas de la vida de lo que quiere y de lo que no, con una capacidad enorme para encauzar su amor; del mismo modo que se puede pensar que esa mujer va a proyectar todas sus frustraciones en una criatura que va a nacer con las cartas marcadas y una presión insoportable, soterrada, que la llevará a tener como retos aquéllos de su madre; aunque, seguramente, la verdadera motivación, estadísticamente hablando, esté en el centro.
Cada cual interpreta con su bagaje personal a cuestas y su forma de ver el mundo como guía.
Cuando la mujer X se convierte en una persona de carne y hueso es cuando sí se puede analizar, con criterio, qué la llevó un día a un gabinete médico para solicitar esa inseminación artificial, y ahí se juntarán frustraciones, mucho amor por dar y ganas de cumplir un sueño. O no.
Las conversaciones de café o sobremesa que tratan de temas universales, ¿tienen sentido entonces?
Siempre.
Charlar sobre lo divino y humano nos hace distinguirnos como personas; escuchar lo que el otro piensa y sus argumentos permiten conocer mejor a aquél con quien nos rozamos a diario; interpretar los comportamientos de los demás es una manera de ponernos en la piel de los otros para entenderlo, aun a sabiendas de que no hay respuestas categóricas para gran parte de los interrogantes acerca del devenir del ser humano. Afortunadamente.
Lo más divertido, cuando uno piensa que todos tienen su parte de razón, es escuchar.
¿Qué razones llevan a una mujer de cuarenta y tantos años a tener su primer hijo por inseminación artificial?
El otro día tuvimos esa discusión en casa de mi amigo Migue y los argumentos eran demoledores o admirativos, aún más extremos cuando la conversación es pasional, hay confianza entre los que charlan y está aliñada de alcohol.
Con toda la limpieza que implica hacerlo cuando no hay nombres y apellidos detrás de la pregunta, nos planteábamos: ¿Qué lleva a esa mujer a inseminarse?
Hay razones para pensar que la cordura de una persona ya realizada consciente a esas alturas de la vida de lo que quiere y de lo que no, con una capacidad enorme para encauzar su amor; del mismo modo que se puede pensar que esa mujer va a proyectar todas sus frustraciones en una criatura que va a nacer con las cartas marcadas y una presión insoportable, soterrada, que la llevará a tener como retos aquéllos de su madre; aunque, seguramente, la verdadera motivación, estadísticamente hablando, esté en el centro.
Cada cual interpreta con su bagaje personal a cuestas y su forma de ver el mundo como guía.
Cuando la mujer X se convierte en una persona de carne y hueso es cuando sí se puede analizar, con criterio, qué la llevó un día a un gabinete médico para solicitar esa inseminación artificial, y ahí se juntarán frustraciones, mucho amor por dar y ganas de cumplir un sueño. O no.
Las conversaciones de café o sobremesa que tratan de temas universales, ¿tienen sentido entonces?
Siempre.
Charlar sobre lo divino y humano nos hace distinguirnos como personas; escuchar lo que el otro piensa y sus argumentos permiten conocer mejor a aquél con quien nos rozamos a diario; interpretar los comportamientos de los demás es una manera de ponernos en la piel de los otros para entenderlo, aun a sabiendas de que no hay respuestas categóricas para gran parte de los interrogantes acerca del devenir del ser humano. Afortunadamente.
Lo más divertido, cuando uno piensa que todos tienen su parte de razón, es escuchar.