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viernes, abril 25, 2014

Auxerre


Era una tarde tormentosa de hace diez años y había convencido a Brigitte para que me acompañara al partido de la copa de la Uefa que el Betis jugaba en Auxerre, una ciudad a poco menos de doscientos kilómetros al sur de París.

Ella, siempre dispuesta, me preguntó cuáles eran los colores del Betis y se vistió con todo lo verde que encontró por su siempre desordenada casa para, tras la jornada de trabajo, tomar juntos la A6 camino de esa pequeña ciudad de la Borgoña. Ya esa mañana le había comentado que tenía mal cuerpo y ella, en su papel autoimpuesto de madre adoptiva, se encargó de medicarme antes de emprender la ruta.

En un peaje ya cercano al destino le pedí que se echase a un lado. Abrí la puerta y vomité. Tras un rato de respiración acelerada decidimos dar media vuelta. Me insistió en que me quedara en su casa esa noche para estar pendiente de mí, aunque yo le asegurase que me encontraba mejor.

Tras una siesta larga y tardía, me desperté con el olor de una sopa y la confirmación de una nueva derrota de mi equipo.

'¿Cómo estás?'

Le confirmé que bien. Mucho mejor. Aún así, ella insistió en tomarme la fiebre. Pude comprobar que me había preparado la habitación en la que dormía algunas noches Angeline, su nieta. Incluso rebuscó en busca de pijamas de los tiempos lejanos en que allí vivía un hombre.

Sonó el pitido del termómetro. Yo sabía, con certeza, que no tenía fiebre.

'39' -me dijo con voz inquieta.

Yo sonreí en respuesta a su dulzura, me dejé acompañar, arropar y sentir su presencia cada dos horas en un episodio imborrable que los dos construimos a base de medias verdades para jugar a tiempos olvidados de madre e hijo que se quieren...

lunes, abril 21, 2014

Aragón

Comíamos en casa, la familia al completo, un día soleado tras el colegio, en esos mediodías imborrables de olor a guiso, música de telediario y siestas de sofá con la telenovela de fondo que, más veces de lo imaginado, vienen a la memoria.

Era un anuncio publicitario alentando a visitar Aragón, por sus montañas, sus riquezas artísticas, los deportes acuáticos, el turismo rural. Justo tras terminar, mi hermana Raquel suelta:

-¿Dónde estará Aragón?

Y se quedó tan pancha. Yo, que era un renacuajo, pensé que no podría vivir sin saber dónde estaba Aragón. 'El repelente niño Vicente', que dirían mis hermanas.

No sé qué tiene la Geografía, pero reconozco que me pone, como a ese Luis Cernuda también pequeño que desplegaba los grandes atlas en su patio sevillano de luz insultante de la calle Acetres.

Estudié ingeniería, pero entre las tardes universitarias de café que más recuerdo no hay motores ni ecuaciones diferenciales, sino aquéllas, por ejemplo, en que me retaba, con Elisa y Mariángeles como víctimas, a escribir en una servilleta cincuenta ciudades francesas, o italianas, o inglesas, y narrarles algún episodio o peculiaridad de cada una de ellas.

Tal vez de ahí mis ansias de viajar, de poner colores y caras a esas ciudades perdidas por el mundo que se abrían a mí en cada novela, periódico o película de sobremesa televisiva, sin saber por qué me motiva tanto escuchar a cualquier persona hablar de su pueblo, su país, sus costumbres; algo que, por otro lado, enamora: saber que alguien desconocido atiende con tanta atención las explicaciones acerca del nido propio.

Sí, reconozco que mis sueños están plagados de territorios remotos que no sé cuánto tienen de imaginarios ni cuánto de mí se encuentra en el hecho de soñarlos.

sábado, abril 12, 2014

Aeropuerto

Estoy encantado con mis clases de inglés.

Somos 3 alumnos y 2 profesores, nativos, uno de Londres y el otro un escocés criado en Manchester. Para definir en qué grupo entraba, me propusieron ir de cervezas. Tras tres horas hilarantes de conversación en inglés decidieron inscribirme en el grupo en el que estoy.

Las clases son en su casa, dos horas intensas en las que nos ponen en todo tipo de situaciones sin enredarnos con clases gramaticales. Paso de ser un director de supermercado que ha sido cogido robando en las cajas a través de las cámaras de seguridad, a un concursante que debe convencer a un tribunal de esqueletos con guadaña de que tiene derecho a seguir vivo.

Los dos guiris, eficientes, habladores y un poco flipados, nos preguntan por las cosas que se encuentran en esta Sevilla a la que llegaron hace dos meses a la aventura. Y se dan cuenta de que están con sevillanos atípicos que les explican las rutinas de la ciudad con ojos críticos.

Me chiflan los sevillanos que ejercen ese derecho a ser ciudadanos críticos con su ciudad.

Tuve un amigo, incondicional de lo rompedor, culto y creativo, al que cuando le preguntaban los turistas llegados a Sevilla cuál era su lugar preferido de la ciudad él respondía:

'El aeropuerto. Para salir disparado de esta ciudad cateta y ombliguista'.

Yo no estoy de acuerdo con él, pero me gusta que haya gente que se escape de ese provincianismo extremo, una forma más de nacionalismo rancio, que tienen en ciertas dosis las ciudades que se creen imprescindibles.

El secreto, seguro, está en el lugar medio. Allí donde se consigue construir un entorno atractivo en el día a día sin necesidad de regocijarse en autoalabanzas.

Esta semana Lewey, el londinense, me preguntaba por la Semana Santa. Yo le explicaba cómo se prepara la ciudad, pero en mis ojos se vería que yo no era de los que se integraban en esa estructura preparatoria...

Y entonces él me dijo: 'Creo que me iré a la playa, porque yo ya vi procesiones en Madrid y Bilbao'. Entonces a mí me salió el genio más sevillano de indignación:

'¡No compares!'

jueves, abril 10, 2014

Utopía

La situación que vive nuestro país es terriblemente dura, de ahí que episodios como el que estamos viviendo estos días tras el desalojo de la Corrala la Utopía nos enfrenten de lleno al punto de miseria al que hemos llegado.

Cifras escalofriantes que retratan cientos de miles de desahucios en los últimos años.

Nuestros gobernantes han evitado la posibilidad de la dación en pago, que hubiera permitido hacer menos cruel la vergüenza que supone tener que abandonar el hogar por la imposibilidad de abonar las cuotas inmisericordes de hipotecas que se firmaron en tiempos en que esta pesadilla era imposible de imaginar.

Los sucesos de hoy no son sino un titular más de la indefensión del ciudadano frente al derrumbe de un sistema financiero que ha sido lo primero que se ha buscado salvar. Estaremos endeudados de por vida, como nación de ciudadanos libres, para pagar los desmanes de banqueros sin escrúpulos que aparcaron la ética para hacer la bola cada vez más grande, con cláusulas abusivas, informaciones sesgadas y primas multimillonarias con las que asegurar un futuro insolidario.

Pero la solución al entuerto no puede ser la de pisotear los derechos de quienes no ocuparon viviendas vacías. No se puede promover la ilegalidad a pesar de las utopías. Las doce mil familias sevillanas que están en lista de espera de una vivienda social no tienen derecho a ver como, una vez más, se ríen de ellos.

Quien ocupó la Corrala estaba desesperado, no lo pongo en duda, pero no podemos nunca premiar al que se salta las normas si queremos seguir pensando en una nación futura de ciudadanos libres.

Lo fácil, muchas veces, es injusto.

domingo, abril 06, 2014

Compañía

Salvo si la confianza no es plena, conversar con los amigos acerca de cuestiones transcendentales es enriquecedor, en cuanto a que suelen ser materias que digerimos en solitario una parte importante de nuestras vidas sin tener esa oportunidad de darles salida y compartir nuestros más profundos territorios así como conocer los de los demás.

A mí, que me considero una persona espiritual y agnóstica, reivindicando esa contradicción muy apropiada, a mi entender, para definir la existencia, me gusta dialogar acerca del fenómeno religioso.

Sí, debo admitir que me da un cierto repeluco ese tipo de frases en que te dicen 'yo tengo a dios a mi lado' o 'no sé lo que es la soledad al lado de Cristo'... Porque ni en mi cabeza, ni en mi alma, entra ese concepto de fe.

Tampoco asumo el ideario ateo, porque negar la existencia de dios es igual de aventurero que aceptarla. Es todo cuestión de fe. Y yo, la verdad, soy muy pequeño como para estar convencido de nada.

En una cena en casa que celebramos hace poco, entre amigos de verdad, Nuria, mujer a la que admiro, con la que me río y de la que nunca dejo de aprender, me preguntó desde su esfera cristiana más o menos militante:

-Pero Salva, ¿debe ser más duro para ti vivir sin sentirte acompañado?

La compañía la aclaraba elevando la cabeza al cielo.

Yo reivindico la capacidad de encontrar la plenitud en la tierra sin necesidad de compañías de otras dimensiones. Mi compañía se llama Ética y es ella la que me mueve. El sentido de mi vida lo dan las cosas bien hechas, la evolución en positivo como persona y el amor por los demás.

Sí, el mensaje de ese Cristo que yo no veo por ningún lado, pero que transmitió al mundo, eso sí, que hay una forma cabal de darle sentido a nuestras vidas.

Mi padre, tras una mala racha de salud, me lo decía: 'envidio a esos viejos que creen en otra vida'. Y yo le decía: 'papá, no tienes nada que envidiar'.

Mi padre es el ejemplo de lo que yo entiendo por una existencia coherente: Un hombre bueno.

Si luego hay algo, 'dios dirá....'