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viernes, septiembre 27, 2013

Saber

Ayer jueves salí del trabajo a las tres de la tarde con un cielo azul inmenso iluminando la ciudad.

Tenía un invitado el fin de semana y la certeza, triste en este caso, de que éste iba a estar pasado por agua. Las imágenes del Meteosat no dejaban lugar a dudas, por mucho que no existiese un rastro blanco que manchase la bóveda celeste. Se aproximaba un frente imperturbable, ya metido en Portugal, para barrer toda la península.

Ahora, bajo la lluvia y antes de salir a cenar, escribo pensando en esos tiempos cercanos, decenas de años atrás, en que no existían los satélites y la gente se planteaba hipótesis, a partir de sensaciones y leyendas, de los vientos o lluvias que el futuro inmediato le podría traer.

El saber conlleva eso, perder románticas incertidumbres para ganar certezas.

Estos últimos decenios el hombre ha avanzado tanto en el conocimiento de sí mismo y del mundo, que se ha hecho infinitamente más libre a la hora de tomar decisiones que afecten a su futuro personal y colectivo. Ya tenemos certeza de la lluvia inmediata, de un diagnóstico médico, del origen de una llamada de teléfono, de los conflictos al otro lado del mundo en tiempo real.

Aún así, bajo esta lluvia, aún hay personas poderosas que privilegian los intereses mercantilistas a la lucha contra el avance implacable de la destrucción de nuestro planeta. Son unánimes los científicos al decirnos que el Ártico se deshelará los veranos de aquí a no mucho, que las sequías se harán comunes, más largas y penosas, que los mares crecerán, que las catástrofes naturales se multiplicarán, las temperaturas subirán varios grados y desaparecerán especies.

Pero el hombre que decide, el que gobierna, lo hace como si pasease un jueves bajo un sol impúdico en Sevilla y se riese del frente inmenso de nubes repletas de agua que entra por Portugal.

El problema es que detrás de él vamos los demás.

lunes, septiembre 23, 2013

Hogueras

En el remo, a diferencia de otros deportes, a tu esfuerzo, o desgana, le delatan las hogueras. Pegas la palada y en el agua queda una marca, un remolino de agua, que da cuenta de la fortaleza de cada empuje en función del diámetro que va dejando la estela sobre el río.

Chivatas las hogueras.

Mientras remas tú solo no hay con qué comparar, pero en cuanto tienes a compañeros sabes bien quién se escaquea, o es más débil, el que es irregular, el inconstante, el bravucón... Y te retratas tú.

Cuando se corre, en cambio, la hoguera queda en el aire. Nadie más que tú sabe si estás tirando o no, resultando sencillo dejarse ir, tranquilizando la conciencia del deber cumplido en esa obsesión moderna por controlar los kilos de más.

Es jodido el mundo de los corredores, en un continuo reto de hacer más kilómetros, más rápido, en lucha constante contra la pereza, peleándonos con los demonios que nos dicen que es absurdo ese galopar a ninguna parte, diablos que te ofrecen como espejismos cervezas, paseos, una buena cama, un libro...

En cada uno está el saber si se impulsa con los talones o sólo los utiliza para apoyarse, como en la vida misma. Cada cual encuentra su motivación última para sentirse bien en su propio cuerpo, por uno mismo, por lo que quieres ofrecer de ti, o por un poco de todo ello. Nadie es tan seguro ni tan mezquino.

En uno está saber si hay fuerza y convicción, o si trotamos para creernos vivos, o si somos simplemente mortales de andar por casa.

¡Qué duro es arrancar y qué placentera la ducha del victorioso!

martes, septiembre 17, 2013

Simultáneo

Me da a mí que una fuente no suficientemente estudiada de infelicidad, vía estrés, es la de tratar de hacer las cosas en simultáneo.

Aparentemente asociado al triunfo el hecho de compaginar varias tareas al mismo tiempo, me doy cuenta en cosas mínimas que el intentar comenzar una tarea sin haber terminado otra desequilibra e incomoda, aunque sea en algo tan nimio como ponerte a preparar la comida sin haber terminado de leer el periódico. 

Al bienestar personal, amigo austero y fiel de la felicidad, se llega por caminos insondables que uno, de golpe, encuentra en un detalle. 

A nuestro cuerpo, al menos al mío, le sienta bien el atacar los placeres, o las tareas, de uno en uno y hasta el final. Se equivoca uno cuando escribe un whatsapp antes de terminar de desayunar, o se va a correr antes de dejar la ropa tendida o abre un libro sin dejar de ver el telediario, encadenando muchos coitus interruptus que te hacen creer un fenómeno hiperactivo sin ser más que un infeliz no apto para disfrutar, en profundidad, de nada. 

Si me pongo a escribir este blog, lo termino, por mucho que el móvil esté vibrando a mi lado pidiéndome cariño.

martes, septiembre 10, 2013

Anomalía

Leía este sábado, por sorpresa y con gran emoción, un artículo firmado en El País por Xavier Trias, el alcalde de Barcelona, defendiendo la candidatura de la ciudad de Madrid a los Juegos Olímpicos del 2020.

Para no inventarme frases, he buscado el artículo, fácil de encontrar por reciente, en el que Trias viene a decir literalmente 'la de Madrid es una candidatura destinada al éxito'.

Hablaba de emoción, de trabajo bien hecho e incluso se permitía utilizar el futuro, no condicional, para afirmar 'los de Madrid 2020 serán unos Juegos que llegarán a lo más alto'.


No pasaron ni 24 horas para desdecirse y afirmar que la ciudad de Madrid no estaba a la altura de competir con ciudades de la 'categoría' de Estambul o Tokio. Con un punto de aclaración: Barcelona, sí.

No sé hasta qué punto ese tono prepotente en personas tan aparentemente afables forma parte de una estrategia para sembrar el odio.

Y lo escribe un ciudadano de Sevilla que tendría dificultades para elegir entre Madrid o Barcelona, de tanto que me gustan.

Ese mismo día, el conseller de Cultura (ojo, de Cultura) del gobierno catalán venía a informarnos desde un atril de que no somos ciudadanos de un país desarrollado, sino que formamos parte de una anomalía histórica (llamada España).

Como anómalo que soy al formar parte de una anomalía, trato de buscar explicaciones irracionales entre argumentos tan enrevesados y dañinos para intentar entender el porqué de tanta mezquindad.

Hoy es Artur Mas quien se despacha con una comparación entre la gran movilización en pro de los derechos de los negros en la América de mediados del siglo pasado liderada por Martin Luther King, luchador incansable contra el racismo más visceral y los rescoldos de la esclavitud, y la respetable cadena humana de mañana en pro de la independencia de Cataluña.

Incluso los que siempre, y digo siempre, hemos defendido la causa catalana, comenzamos a sentir cierto hartazgo ante discursos tan reaccionarios, ante las mentiras disfrazadas de verdades a base de repetirlas, ante el odio indisimulado a todo lo que suene a castellano, ante la chulería de pensar que a mí, por ser andaluz, la compra diaria me la pagan desde la Generalitat.

Se está sembrando una semilla tan venenosa que hasta el más sensato acabará por decir barbaridades.

No permitamos el odio, no les hagamos el juego. 

Afortunadamente Cataluña es mucho más sensata de lo que nos intentan hacer creer.


lunes, septiembre 09, 2013

Small

Acabábamos de pasar una tarde soleada paseándonos las orillas del Elba a las afueras de Hamburgo cuando tomamos un autobús para volver al centro.

Tres jóvenes al lado de mí, de pie, hablaban en inglés sobre temas de trabajo. Siendo viernes, se veía que acababan de compartir unos días de formación en su empresa y se disponían a organizar el regreso a casa.

Al charlar de sus respectivas trayectorias, uno de ellos comenzó a explicar que había realizado sus estudios en Sevilla. Yo, ya pendiente de la conversación, agucé aún más los oídos.

'A beatiful, small and hot city'.

Así resumían a miles de kilómetros de mi ciudad lo que ésta significaba para un universitario extranjero que la había vivido durante años.

No pude reprimir, cuando el chaval que había estudiado en Sevilla quedó a solas, presentarme. Era irlandés, habíamos compartido profesores en la misma Escuela de Ingenieros, me habló con cariño de su piso en el Arco del Postigo y de la alegría que le suponía poder seguir trabajando en España, en el centro que Airbus tiene en Getafe.

Hablando conmigo se le encendían los ojos hablando de ese maravillosa, pequeña y cálida ciudad lejana.

miércoles, septiembre 04, 2013

Admiración

Hay un punto de hipocresía, sí, seguro, en nuestras relaciones con los demás. Poco importa que sean familia, gente cercana o compañeros de trabajo, construimos imágenes de nosotros mismos, de lo que querríamos ser, que no tiene por qué ser una; de hecho somos una persona estrictamente diferente con cada uno de nuestros compañeros de viaje en esta vida azarosa que nos ha tocado compartir.

En cualquier caso hay técnicas, sí, predecibles, para ganarnos a ese entorno que nos rodea. Y no es malo, más bien inteligente.

Una de las principales, para la gente que tiene un buen fondo, es la de la admiración. La admiración sincera.

Me explico.

Siempre hay motivos para, no ya descalificar, criticar algo en los demás, en la persona concreta con la que compartimos cada momento. Si pensamos en cada uno de nuestros amigos es seguro que encontraremos algo en ellos que nos desespera.

Sin embargo, ¡es tan fácil alabar lo mucho de bueno que hay en cada una de las personas que hemos elegido para ser felices!

Es de tontos juntarse con gente que nos amarga la existencia. Por sentido común, nos vamos arrimando a aquéllos que nos hacen reír, que nos escuchan, que valoran nuestro modo de ser, que se preocupan por nuestras inquietudes, que nos llaman sin tener nada que decirnos...

La estrategia, aquélla de la que yo hablo y que mezclo con la hipocresía, sana, es siempre encontrar la ocasión para alabar a quien quieres.

Hay mil motivos para criticar, pero en ese instante en que el veneno te lleva a hacerlo, piensa en todo lo bueno que esa persona que te aguanta, te comprende y se divierte contigo te ofrece.

Es una cuestión de puro egoísmo, si quieres ser feliz habla todo lo bien que sepas de la gente que aprecias.

Porque, además de todo, es verdad.