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lunes, julio 02, 2012

Himán

Sé por amigos del gremio que el negocio periodístico está especialmente tocado por la crisis, necesitando reinventarse para conseguir que los menores ingresos publicitarios que genera internet no destrocen la parte del pastel que es financiada por inversores privados, más ahora que las instituciones públicas están cerrando el grifo en cuanto a introducción de información pública o compra masiva de ejemplares se refiere.

A todo ello se une que las fuentes informativas se socializan. Es difícil que ocurra algo en cualquier lugar del mundo donde no haya un móvil, y algunos de alta calidad fotográfica, para grabarlo. Además la gente, el lector, cada vez tiene más ganas de expresarse, hay más criterio y más fuentes donde comparar, por lo que la proliferación de blogs, páginas informativas, algunas de ellas tremendamente especializadas y de calidad o enlaces a los medios de otros países suponen un reto aún mayor para la prensa, radio o televisiones clásicas por las que nos hemos dejado guiar desde que tenemos uso de razón.

Hasta los lectores más empedernidos, como yo, que buscan siempre el hueco para disfrutar de un buen periódico en papel en una cafetería tranquila un fin de semana cualquiera, sin que haya relojes que perviertan, entramos sin querer en la dinámica de la prisa, el café rápido y la mirada acelerada de los titulares de cuatro o cinco cabeceras para palpar el pulso a la actualidad.

Todo esto implica que hay menos dinero y, consecuentemente, las empresas del ramo tienen que recortar. ¿Cuál es el trozo más grande del queso? El personal. Eso provoca un estrés intrínseco en el profesional del periodismo, que en muchos casos acaba aceptando peores condiciones laborales, menos sueldo y más horas, para trabajar en un perímetro mayor del que no llega a controlarlo todo.

No hay que ser muy avispado para comprender que esa tensión que pone al periodista en el ojo del huracán implica, estadísticamente, una merma en la calidad del producto ofrecido y, por ende, una disminución de la confianza del lector.

El otro día leí un titular en El País, periódico que ha sido y es una de mis referencias, referido a un asunto deportivo en el que venía a decir que 'el portero era un 'himán' para los balones'.

Escandalizado por el error garrafal no tuve tiempo de ser el primero. Había múltiples comentarios criticando ese despiste mayúsculo. Aún así, y siendo una noticia de primera plana, el periódico tardó horas en corregirlo.

Sí, han eliminado a los más bajos del escalafón, los correctores ortográficos. Y los segundos serán los que vigilan por el buen uso de la página web. Después vendrán los fotógrafos menos 'brillantes', los comentaristas menos 'polémicos', y se empezará a mirar con lupa cuántas entradas provoca tal o cual articulista para sacarlo de la nómina o proponerle un tres por dos.

Ante situaciones así no queda otro remedio que pensar a lo grande, buscar alternativas diferentes y asegurar una actividad que siempre va a ser necesaria.

¿Dónde está la solución?

Mi opinión es que la calidad atrae al público y perdiéndose ésta se entra en un círculo de caída a los infiernos.

¿Cómo compaginar calidad y falta de recursos?

Con buenos gestores que sepan optimizar la oferta y adecuarla al lector. No se puede informar de todo, a todas horas y a cualquier precio.

Es fácil opinar y difícil llevarlo a cabo. El reto es apasionante, seguro.

Los que confiamos en la profesión periodística deseamos con ansia que ésta recupere su sitio a costa de una política inteligente, no miserable, de quienes tienen el poder de decidir.

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