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martes, mayo 29, 2012

Lo que no decimos

Los afectos no son siempre producto de la generosidad inocente de quien los da o los recibe; las relaciones humanas, mal que nos pese, tienen también un componente calculado, quizás inconsciente, de miedos a no encontrar nuestro lugar en el mundo.

Es duro reconocer que en nuestra más estricta intimidad hemos barajado todas las muertes de todas las personas que nos importan, calculando todos los escenarios posibles en que encontrarnos, situaciones extremas y radicales de indefensión, soledad, triunfo o desasosiego.

Imaginar los múltiples, infinitos futuros que se nos abren para llegar al único real que nos espera, prepararnos de forma más o menos inconsciente para cualquier eventualidad, temiendo en diferentes grados, dependiendo de nuestra fortaleza inferior, a nuestro porvenir, único e individualizado, que sólo nos corresponderá a nosotros, a nadie más, vivir.

Juego peligroso el de no establecer las relaciones de forma pura, transparente, aunque ¿a quién se le puede acusar de ser débil por entrar en estrategias de defensa de su propio destino?

Cuidamos a los nuestros porque los queremos pero, en cierto grado, porque también queremos cuidarnos a nosotros de no ser personas aisladas en un mundo imprevisible. Establecemos alianzas con gente interesante y, a menudo, nos justificamos a nosotros mismos con el argumento de que es porque sí, porque nos aportan, porque les ofrecemos una visión diferente de las cosas. Y es cierto, pero nos guardamos lo que no decimos.

Es jodido admitir que también juegan factores egoístas en nuestra conexión con el resto de la humanidad; construimos estructuras para, queriendo, hacernos querer.

Uno sería más maduro, sano, auténtico cuanto más libertad ejerciera en la selección de sus relaciones, no condicionado por ningún factor externo que no sea el de la generosidad.

Somos, más de lo quisiéramos admitir, animalitos perdidos en medio de la jungla de la vida buscando nuestro sendero, acompañándonos de aquéllos de quienes nos fiamos y a quienes queremos tratar bien para que, el día que nos sintamos en peligro, vengan a socorrernos.

Soñamos por anticipado con nuestra muerte y la de los nuestros, anticipamos situaciones dramáticas en nuestro reflexionar de cada día, preparándonos para el instante supremo en el que, cuando ya el único futuro posible se haya hecho realidad, tengamos la mano querida tomándonos la nuestra en el inevitable final.

Yo sé con qué mano sueño.

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