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miércoles, mayo 30, 2012

Sainte Opportune

Hace ya más de diez años desde que me fui a vivir a Francia, y unos siete desde que volví a vivir a Sevilla.

Hoy vuelo de nuevo a mi querido París por cuestiones de trabajo y mañana, como siempre, tendré el encuentro inexcusable con mi amigo Guillaume a las nueve de la noche en la plaza de Sainte Opportune.

Me llevará a un nuevo sitio para cenar y nos pondremos al día de nuestras vidas. Él me hablará, en su perfecto español, de cómo le van estas primeras semanas a Hollande, de las andanzas de su hermana en Argentina, de los comederos de cabeza de su madre desde Niza, de su nuevo puesto en el ayuntamiento parisino, de su gato Augustin y, sobre todo, de su vida sentimental, muy movida últimamente, quemado por la capacidad del ser humano para estar haciendo la puñeta, más veces de lo aconsejable, por no entender que el amor tiene que ser correspondido.

Yo le hablaré con mi francés de fuerte acento español acerca de mi nuevo puesto en Renault, del proyecto inacabable de una película que será maravillosa pero en la que estamos pendientes de que a alguien le dé por cumplir sus compromisos, le avanzaré la trama de mi nueva, y muy avanzada a estas alturas, novela, que transcurre en gran parte por esas calles de París por las que tantas veces me paseé con él, le contaré cómo se vive esta profunda crisis económica en España. Le pondré al día de mi familia, mis amigos y mi amor.

Luego iremos a tomar un gintónic en el bar más cutre de París, siempre los elige así, para terminar apurando el último metro que a él le lleve a la avenue Laumière y a mí al hotel de turno que me haya tocado en suerte por la zona de los Grandes Boulevares.

Hace ya diez años desde que compartimos charlas intensas sobre lo divino y humano. A ratos en español, a ratos en francés.

Qué hermoso es visitar una ciudad cuando sabes que hay alguien que te espera, que se interesa por tu vida y tú por la de él.

Jueves. 9 de la noche. Place de Sainte Opportune. París. Guillaume.

martes, mayo 29, 2012

Lo que no decimos

Los afectos no son siempre producto de la generosidad inocente de quien los da o los recibe; las relaciones humanas, mal que nos pese, tienen también un componente calculado, quizás inconsciente, de miedos a no encontrar nuestro lugar en el mundo.

Es duro reconocer que en nuestra más estricta intimidad hemos barajado todas las muertes de todas las personas que nos importan, calculando todos los escenarios posibles en que encontrarnos, situaciones extremas y radicales de indefensión, soledad, triunfo o desasosiego.

Imaginar los múltiples, infinitos futuros que se nos abren para llegar al único real que nos espera, prepararnos de forma más o menos inconsciente para cualquier eventualidad, temiendo en diferentes grados, dependiendo de nuestra fortaleza inferior, a nuestro porvenir, único e individualizado, que sólo nos corresponderá a nosotros, a nadie más, vivir.

Juego peligroso el de no establecer las relaciones de forma pura, transparente, aunque ¿a quién se le puede acusar de ser débil por entrar en estrategias de defensa de su propio destino?

Cuidamos a los nuestros porque los queremos pero, en cierto grado, porque también queremos cuidarnos a nosotros de no ser personas aisladas en un mundo imprevisible. Establecemos alianzas con gente interesante y, a menudo, nos justificamos a nosotros mismos con el argumento de que es porque sí, porque nos aportan, porque les ofrecemos una visión diferente de las cosas. Y es cierto, pero nos guardamos lo que no decimos.

Es jodido admitir que también juegan factores egoístas en nuestra conexión con el resto de la humanidad; construimos estructuras para, queriendo, hacernos querer.

Uno sería más maduro, sano, auténtico cuanto más libertad ejerciera en la selección de sus relaciones, no condicionado por ningún factor externo que no sea el de la generosidad.

Somos, más de lo quisiéramos admitir, animalitos perdidos en medio de la jungla de la vida buscando nuestro sendero, acompañándonos de aquéllos de quienes nos fiamos y a quienes queremos tratar bien para que, el día que nos sintamos en peligro, vengan a socorrernos.

Soñamos por anticipado con nuestra muerte y la de los nuestros, anticipamos situaciones dramáticas en nuestro reflexionar de cada día, preparándonos para el instante supremo en el que, cuando ya el único futuro posible se haya hecho realidad, tengamos la mano querida tomándonos la nuestra en el inevitable final.

Yo sé con qué mano sueño.

sábado, mayo 26, 2012

Cavernícolas

Hoy leía en la prensa que 'nada hay más horrible ni lamentable que dos pueblos que se lanzan el uno contra el otro cantando himnos nacionales'.

Cuando la ideología es la nación, vamos apañados.

A la tierra se la quiere porque es donde has nacido, porque sus paisajes y olores son los tuyos, porque tu gente la habita, porque su forma de vivir la has ido haciendo tuya pero no porque la consideres mejor que otra. ¡Qué error!

El nacionalismo como pensamiento es perverso de raíz, por mucho que se quiera justificar ahondando en agravios e injusticias. El que tiene en la nación el elemento último de su ideario está condenado a defender  errores, contradicciones, convirtiéndose en un fanático que sólo ve los males en el otro.

El nacionalista español que vive en Madrid, Sevilla o Las Palmas ve en el vasco a un cavernícola que sólo sabe levantar piedras, el nacionalista catalán ve en el español de Extremadura, Andalucía o Castilla a un ser analfabeto al que sólo le gusta estar bajo el sol de un bar del pueblo lanzando escupitajos mientras deja el tiempo pasar.

Decía Bandrés que el nacionalismo se cura con autopistas. Con autopistas, con lectura, con conversaciones, con ganas de entender al otro.

Esperanza Aguirre, nacionalista española soberbia, hubiera querido cerrar un campo de fútbol para no oír silbidos sin saber que está demostrando poco patriotismo, del que tanto presume, al no querer admitir que en su querida España hay muchos que no quieren estar dentro. Y si tú, patriota, quieres que estén y compartan una misma nación, no es la mejor forma despreciándolos y tratándolos como apestados. Una España diversa, respetuosa con las distintas sensibilidades, multicultural y protectora de sus diferentes pueblos siempre será más sana que otra castellana y homogénea, inexistente como tal nada más que en el ideario de los cavernícolas del terruño. Desde esa caverna poseedora del verdadero pedigrí de lo español se desdeña todo lo que suene en otra lengua oficial que no sea la suya, acaparando símbolos que de esa manera nunca serán de todos por el simple hecho de que se lo han apropiado para una causa que, por ejemplo, no es la mía, andaluz castellanohablante progresista.

Artur Mas, nacionalista catalán perseverante, utiliza su ideología para descargar todo lo malo de una gestión política en lo 'español', consiguiendo de esa manera victimizar su gestión, de la forma más infantil y efectista posible: si algo mejora en Cataluña es por nuestra gestión nacionalista, si algo derrapa (sea lo que sea) el culpable es Madrid. Se gobierna fundamentalmente para el que tiene a Cataluña como única patria, inalterable al hecho de que en la gran metrópolis barcelonesa se oiga castellano en cada esquina y no haya represiones a las que agarrarse para justificar agravios que no sean los económicos, como si un catalán por el hecho de serlo pagara más impuestos que un andaluz o un gallego a igualdad de salario. Todo son agravios, pero no se recuerda al ciudadano cómo el hecho de participar de este proyecto común que es España les permitió organizar unas Olimpíadas espléndidas, con la inversión descomunal asociada, o que gran parte de las multinacionales ubicadas en Barcelona lo están allí para instalarse en España, distribuyendo desde Cataluña y pagando impuestos a su comunidad. No, esas cosas no se cuentan porque no conviene saber que el cavernícola español se alimenta, se asea o se viste con productos catalanes, que lee novelas mayoritariamente editadas, en castellano, en polígonos barceloneses. No se explica que, para que un país funcione, hay que redistribuir la riqueza para que no se queden descolgados sectores o territorios más débiles o menos preparados. Algo así no se pone en duda a nivel de una ciudad; todo el mundo entiende que hay que invertir más en los barrios más atrasados y con menos infraestructuras para no convertir tu urbe en un territorio comanche.

Echo de menos quien establezca puentes en este viejo país entre quienes piensan y sienten diferente. Los que somos mayoría dejamos el campo abierto a la lucha entre separadores y separatistas, a sus trifulcas revestidas de himnos y banderas. Me siento tan feliz paseando por Barcelona o San Sebastián que me niego a pensar que nuestro único futuro sea vivir en mundos separados. Tenemos tanto en común que me preocupa que ningún político invierta en ese camino de entendimiento, hacer esfuerzos en resaltar que en esta España no hay más cavernícola que el que no quiere ver que somos un pueblo sabio, antiguo, tolerante y rico en culturas y lenguas diversas.

¿Quién se ocupa de entremezclarnos?, ¿quién de hacernos menos intolerantes?, ¿por qué no luchamos por entender que no hay territorios malditos?

martes, mayo 22, 2012

Despiste

Es desagradable tener que decirle a una persona querida que te falta al respeto por una cuestión aparentemente nimia, como es la de la falta de puntualidad.

Cualquier despiste es perfectamente perdonable siempre que sea ocasional, el problema es cuando esa circunstancia se transforma en norma.

Llegar tarde por costumbre a las citas es intrínsecamente egoísta, denota falta de consideración hacia quien espera y es éticamente reprobable. 

Sé que vivimos en un mundo de prisas y parece que el hecho de criticar la impuntualidad pueda parecer una enfermedad más de nuestro tiempo, asociada a la impaciencia.

La coquetería o el despiste para justificar no cumplir con el pacto que supone verse en un determinado lugar a una hora es una prueba de egocentrismo infantil que descalifica a la persona que lo ejerce.

No valen frases desgastadas tipo 'soy así' o 'siempre llego tarde'. Hay que saber ponerse en la piel de cualquier persona a la que valores; lo que nos hace deducir que si a esa persona con la que te has citado la dejas esperando indefinidamente a que a ti te dé la gana de aparecer estás demostrando poco afecto por aquélla.

Todo nos lleva a la educación, tan poco tenida en cuenta en estos tiempos de crisis. Educación para saber que tan válido como uno mismo es el vecino, el amigo o el hermano, algo que parece de primero de básica. 

La impuntualidad como práctica desacredita, sin tapujos, a quien la ejerce.

Pensar en el otro como si fueras tú, ésa es una buena práctica: la coquetería del despiste es un disfraz de aquél que no valora al prójimo.

Tú quieres verme, dime dónde y a qué hora, que allí estaré sin falta.

sábado, mayo 19, 2012

Obsesión

No hay nada más perjudicial para el amor que la obsesión.

La obsesión del amante la huele el ser amado y le asusta.

Amar es darlo todo, sí, pero sin convertirse en un pelele sin valor en función de la devoción por aquella persona a la que ames.

Contado así parece de perogrullo, pero no han sido pocos los casos ni una o dos las amistades a las que he visto arrastrarse por encontrar el camino de llegar a obtener la recompensa a sus desvelos.

Se consiguen, a veces, victorias temporales gracias al bombardeo, pero nunca duran mucho ni son auténticas.

La vanidad recrecida de aquel que recibe un amor tan incondicional es mala compañía para una historia de amor, se pervierten los papeles y el desequilibrio corrompe todo.

Aceptar la derrota a tiempo es mejor que dejarse avasallar por las ganas de querer a una persona que no ve en ti aquélla con quien compartir su vida.

Sí, hay historias que han funcionado a base de insistencia de uno de los dos, sobre todo si el carácter más despreocupado, ingenuo o complejo de quien no se quiere comprometer hace de las suyas.

Insistir es hermoso cuando se habla de querer, perseverar también es buena medicina en temas de amor, darlo todo y no dudar.

Hay un momento, sin embargo, en que todo se emponzoña, en que las estrategias para llegar al objetivo pasan factura al propio protagonista, en que uno comienza a abandonar amistades de las que no quieren oír consejos, en que se encierra en su agujero de dolor por no querer ver la realidad de admitir que no eres la persona que el otro querría.

La frontera entre la perseverancia y la obsesión la marca la madurez de una persona.

Todos hemos hecho locuras por amor. Pobre quien no tenga en su bagaje un período de su vida en que ésta no tenía sentido por no ser correspondido.

El problema es cuando no se llega a admitir, nunca, la derrota.

miércoles, mayo 16, 2012

Abstracción

La vida es hermosa viviéndola, pero lo es también, y mucho, cuando la piensas; cuando reflexionas acerca de la capacidad del ser humano para abstraerse de lo evidente y construirse realidades paralelas que le den satisfacción.

Creer, por ejemplo, que nuestras ciudades tienen alma y pensar en ellas como seres vivos, existentes y sensibles. Tomar la colectividad como algo más que colección de individuos, creyendo que Sevilla, por ejemplo, se apena o disfruta como una mujer a veces maltratada, otras seductora.

Integrarte, de lleno, en la historia bien contada de una novela, de una película. Tener esa predisposición natural a emocionarte, a reírte o sufrir con historias, a fin de cuenta, falsas.

Emocionarse ante el hecho inaudito de la música, grandiosa inutilidad, creada por el propio hombre; haber conseguido componer partituras irremplazables para hacernos volar a otros tiempos o a nuestro interior más recóndito de emociones. 

El hombre ha logrado, como ser excepcional que es cuando se lo propone, construir un conjunto de mecanismos potentes que dan a la vida un sentido mucho más allá del de la simple supervivencia a que se ven abocados el resto de seres vivos.

Construir un puente para pasar un río no sólo por la utilidad que supone, sino pensándolo para embellecer una ciudad.

Son miles los conceptos rebuscados en el análisis que el propio hombre hace de sí mismo, abstractos pero consistentes para definir su propia realidad, como la solidaridad, la empatía, el agravio, la indecencia, lo romántico, la perversión, el desasosiego, la añoranza...

Damos por hecho que la enorme capacidad para vivir con plenitud nuestras emociones con que el ser humano se ha ido dotando es consustancial en sí con el hombre, pero es mucho más atrayente cuando se observa con los ojos del análisis de la propia vida y el mérito que ha supuesto llegar ahí, a esta humanidad actual de la que somos protagonistas.

Cuando la vida se piensa, alucinas con su potencia.

Pena que haya tantos actos indignos, humanísimos también, que la manchen, la destrocen, la denigren.

domingo, mayo 13, 2012

Imperdonable

Es difícil de comprender que durante los últimos decenios fueran los partidos políticos que nos gobiernan localmente quienes decidieran poner a correligionarios suyos al frente de las cajas de ahorro, sin el currículum adecuado y con sueldos siderales por el simple mérito de militar en el PSOE, el PP, el PNV...

No hace mucho tiempo el Banco de Valencia, participado mayoritariamente por Bancaja, avalaba una fianza de tres millones de euros para que no entrase en prisión Jaume Matas, quien fuera presidente de Baleares y a quien se le imputan delitos muy graves.

Tres millones de euros, una cifra astronómica que no sabemos en base a qué patrimonio se concedió.

Bancaja y Caja Madrid, las dos cajas de ahorro principales que sostenían a Bankia, ahora nacionalizada, han tenido dirigentes nombrados a dedo por la cúpula del Partido Popular, éste que ahora se dedica a recortar en becas, servicios sociales y sanitarios, el que nos quiere dar cada día lecciones de ética desde el púlpito de la Moncloa.

No hay distingos. En esa mafia financiera intervinieron todos los partidos, colocando a los suyos en poltronas no merecidas para labrarse un patrimonio que cualquier mortal no consigue ni trabajando cincuenta vidas.

Es imperdonable, por tanto, que ahora vengamos los ciudadanos de a pie a pagar esos desmanes, esa época de lujo asiático en que se instalaron a base de inflar las tasaciones, de dar el 120% del valor de las viviendas en préstamos, a comprar con avaricia suelos y promociones con la única idea de enriquecerse más.

Hoy leía que el 98% de los préstamos concedidos por la también intervenida CAM eran directamente ligados al ladrillo.

¿Dónde estaba la supervisión de todo esto?, ¿cómo un país ha podido perder tanto esfuerzo ahorrador y de progreso en invertirlo en especulación?, ¿por qué los partidos políticos que nombraban no pedían explicaciones?

Sí, los ciudadanos tenemos mucha culpa por haber seguido ese sendero de la avaricia inmobiliaria, pero ¿hasta qué punto estábamos informados de los riesgos que el sistema corría?, ¿quién puede echarnos en cara no haber realizado auditorías que no nos corresponden?

Ahora pagará una generación entera los desmanes de políticos profesionales que se dedicaron a amasar fortunas en consejos de administración sin haber tenido la formación ni la ética que merecía el puesto. El agujero es enorme y allí irá a parar, a ese agujero, el esfuerzo de muchos jóvenes, allí se quedarán muchos de ellos sin poder pagarse estudios universitarios. Ese agujero va a llenar España de comedores sociales, de tratamientos médicos no realizables, de inmigrantes desprovistos de protección, de jubilados con pensiones pírricas.

Es sencillamente imperdonable, y quienes nos han llevado a esto no merecen un reproche, sino un castigo judicial acorde con la barbarie provocada.

jueves, mayo 10, 2012

Espuma

En todas partes cuecen habas. A veces uno mira el panorama patrio y siente cierta desolación, aunque la estupidez no tiene por qué estar especialmente concentrada en nuestro país; simplemente es lo que nos pilla más cerca.

Sin embargo hay veces en que uno se sorprende al comprobar cuánta gente resentida, amargada y amargante hay a nuestro alrededor. Personas que se empecinan en echar espuma por la boca ante todo y contra todo.

Lo observas al pasear, en tu comunidad de vecinos, al leer los comentarios en artículos de internet, al escuchar tertulias de radio o cuando pasas un rato frente a un periódico: Ciudadanos que se regodean en la mierda, que sólo quieren que las cosas vayan lo peor posible tal vez para calmar sus propias miserias.

Es realmente descorazonador descubrir que el progreso de nuestra sociedad tiene tantos frenos que vienen desde dentro de la misma. No hablo ya de política, sino de incapacidad para disfrutar de lo ajeno, del bienestar de los otros, de la capacidad de crear, evolucionar, proponer, sentir o innovar.

¡Qué sencillo es destruir!

A todos los que echan espuma por la boca les recomendaría aplicarse su propia medicina, dejar de mirar hacia todos lados con ojos vidriosos para preparar el próximo ataque; reencontrarse, por el contrario, con ellos mismos, estableciendo ese mismo nivel inaudito de crítica visceral, pero en primera persona.

Cuando uno está en contra de todo debería de comprender que el problema no está en el 'todo' contra el que actúa, sino en él mismo y su sensibilidad capada.

Antes de lanzar invectivas, reflexionar sobre qué eres tú y qué aportas de positivo al mundo.

Habría menos odio.

lunes, mayo 07, 2012

Hollande

Sabemos que corren vientos decisivos en nuestra vieja Europa, un continente que parece no aprender de su pasado y se permite votar en masa a partidos xenófobos, fascistas y retrógrados como si no hubiéramos tenido en el pasado guerras brutales por nacionalismos inflamados como pregonan las huestes de, por ejemplo, Marine Le Pen.

En Francia se decidía, en esta época convulsa, si seguían cinco años más con un presidente conservador que hablaba sin tapujos de cerrar fronteras, llenándosele la boca de patrias, banderas y relacionando todo lo malo con el islam y el inmigrante, cómplice con Merkel de una Europa cada vez menos social y más yanqui, donde se denigra al débil, se cercena la educación y se busca la austeridad no a base de pedir esfuerzos a los mercados ni impuestos a los especuladores, sino a partir del recorte de pensiones, servicios sanitarios y ayudas al estudio.

Una comunidad europea comandada sin escrúpulos por dos países que no se acomplejaban en tratar al resto de la Unión con arrogancia, decidiendo en un despacho de Berlín o París hasta cuánto se tenían que apretar el cinturón los países periféricos.

Asemejarnos a Estados Unidos en lo peor, aniquilando protección y derechos excusándose en una austeridad que sólo hace daño a quien vive con lo justo, supeditándolo todo a adelgazar cualquier cosa que suene a solidaridad, sin preocuparse del sufrimiento de la gente corriente ni de las consecuencias que para toda una generación traerá este frenazo. Querer ser como Norteamérica sin tener la unión sentimental que allí sí tienen, ni la solidaridad que allí sí existe entre estados. Copiar lo peor sin tener las bases de una sociedad armonizada.

En estas elecciones se decidía si seguíamos por el camino de la soga al cuello, del desprecio al desfavorecido y la alabanza a los mercados o si, ahondando en nuestra historia reciente y mirándonos en el sabio espejo de nuestro pasado, se buscaba una Europa más solidaria, abierta y combativa.

No podemos asumir la degradación moral de nuestra sociedad para rebajarnos al nivel de China con el objetivo de competir con ellos, tenemos que conseguir que sea China quien se europeíce y entienda que sólo hay un camino para el progreso: los derechos del hombre, las libertades, el respeto a las reglas laborales construidas durante decenios por las generaciones que nos precedieron.

Hay que saber que se tiene que racionalizar al máximo el gasto, se tiene que conseguir una función pública lo más productiva en nuestros países y debemos asumir una fiscalidad progresiva, realmente justa, en función de nuestros ingresos; pero no podemos condenarnos a no invertir en nuestro progreso, en la investigación y el desarrollo, ni debemos descuidar la formación de los que nos sucederán.

El reto no es fácil, sino complejísimo, pero no vale todo en tiempo de crisis y, por poco margen de votos, mi querida Francia ha dado un vuelco a la historia.

Hollande se equivocará, dará pasos erróneos y se tragará muchos sapos, pero el paso hacia una Europa social y más humana ha sido un paso de gigante.

sábado, mayo 05, 2012

Deleite

La felicidad hay que buscarla en cada rendija.

Lamentarse porque ella no te venga a buscar es, más que de cobardes, de torpes; el mundo no está construido para hacernos sentir bien porque sí, ni da por descontado que seamos merecedores de nada por el hecho de haber nacido, más bien al contrario.

Anoche celebramos una cena en casa homenajeando a Nueva York. La excusa: mi amiga Elisa me había pedido un listado de cosas que hacer allí, ya que se va en unos días a conocer la Gran Manzana.

¿Por qué no reunir a todos los amigos amantes de la ciudad y compartir nuestras experiencias neoyorquinas?

Gente que no se conocía entre sí, todos aceptaron la proposición.

El hecho en sí predispone a los invitados y anfitriones a ponerse guapos, a pensar en qué traer a la cena, investigando en nuestros recuerdos todo aquello que nos apasionó de nuestras aventuras en esa ciudad impactante.

No valía hacer grupos, sino mezclarse en torno a la mesa para compartir situaciones vividas en las calles de Manhattan.

Rebusqué por mi librería y encontré decenas de objetos, libros, discos, cintas, guías con Nueva York como protagonista, que coloqué como un altar pagano a la vista de todos. Estaban Paul Auster, Madonna, el Rey León, Henry James, José Luis Ordóñez, Truman Capote, Randy Crawford, Philippe Roth, Brooklyn Follies, Washington Square, Friends, Sexo en Nueva York, mi 'Andrea no está loca', Nine...

Hay mil excusas para capturar esa felicidad; aquélla que siempre es remolona con los que no hacen por buscarla.

Hubo dónuts, ensalada waldorf, brownies... y una espontánea cantando como un ángel 'One day I'll fly away'.

Un grupo de sevillanos en torno a una mesa compartiendo durante horas nuestra veneración por la magia brutal de Nueva York.

¿Snob?

Bueno... sí, ¿y qué?


jueves, mayo 03, 2012

Semáforos

No hay peor defecto que no saber reconocer los propios.

Cuando me refiero a mi tierra como una sociedad con mucho que mejorar en civismo, hay quien se mosquea y sale por peteneras con argumentos como la sapiencia del pueblo andaluz, la nobleza del carácter español o poniendo el acento en defectos de otros pueblos.

Todos esos rodeos para enfrentar la autocrítica se te vienen abajo cuando te paseas por una de nuestras ciudades: Somos especialmente insolidarios.

No vivimos entre una ciudadanía educada para guardar respetuosamente cola, ceder el paso, bajar la voz en lugares públicos, llegar a la hora a las citas o mantener limpias las calles.

El ejemplo más palpable de nuestra falta de respeto a las normas se observa conduciendo. Aquí tú eres el primero, luego vas tú y después tú, como si los coches no llevaran dentro seres humanos, ciudadanos que pueden tener la misma o más prisa que tú por llegar a algún sitio.

Es sangrante la falta de respeto a las normas, pero especialmente significativo es el acelerón cuando ya el semáforo se ha colocado en rojo.

Lo malo es romper ese círculo. Los hijos que van en la trasera de un coche donde los padres conducen como kamikazes entienden que un disco en rojo implica acelerar, pese a quien pese.

Si de pequeños observamos que tras terminar un paquete de cigarrillos se tira éste al suelo, que un perro hace sus necesidades donde le apetece, independientemente de que por allí paseen vecinos, o que en un bar hay que hablar a gritos aunque haya gente comiendo tranquilamente a tu lado, no podremos progresar.

Somos lo que somos, mucho hay de bueno en nosotros, sí, pero no querer ver los defectos que nos acompañan, graves e insolidarios, es no querer progresar en este trozo del mundo en que un día tuvimos la suerte de amanecer.