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miércoles, noviembre 23, 2011

Paolizado

De la misma manera que hay alimentos liofilizados o bebidas pasteurizadas, yo soy un individuo paolizado.

Nos conocimos hace diez años en la rue Montorgueil de París. Hacía un frío intensísimo y nos tomamos no sé cuántas copas de vino.

Paolo, italiano llegado a París con 19 años, se me apareció como un ángel a sus cuarenta. Su risa abierta sin complejos era una llamada a la Vida. Sí, a la Vida con mayúsculas, a la bien entendida, a la que no se deja guiar por nubes negras ni se aprisiona en luchas de antemano perdidas.

A Paolo todo le parece bien. Si le propones una tarde de charla te responde 'perfecto', si le dices que te acompañe de viaje te grita 'fantástico' y si anulas cualquier cita respeta tu decisión.

Yo me fui paolizando con el tiempo. Aprendí de él a no buscar excusas para justificar los 'noes'.

Sortear los obstáculos no significa no verlos, disfrutar de la vida no significa no sufrir. Temer a la muerte es sano, reírte del mundo también, aceptar nuestras limitaciones, no pretender el paraíso en cada momento, dejarte llevar por las personas queridas, querer sin esperar nada a cambio, no buscarle tres pies al gato, admitir los defectos en el otro, las debilidades en el otro, las dudas en uno mismo.

Echo de menos esos paseos por las calles cercanas a Bastilla en que él me explicaba con detalle la vida de Akenatón, el nacimiento de la civilización judía o su infancia por las calles de Bolonia. Pasear con Paolo era hacerlo sin rumbo fijo ni hora de recogida, porque lo importante era el paseo en sí, ese momento preciso, esa vida maravillosa que él encuentra en cada detalle.

Paolo vivía en un estudio de 15 metros cuadrados, trabajaba por libre traduciendo a infinitos idiomas y se regodeaba a solas tumbándose en el parquecillo de Les Halles para coger un rayo de sol en pleno invierno.

Yo sé que estoy paolizado, que desde que lo conocí es como si me hubiera caído en una bañera de prozac. Hay personas así, que aparecen un día por tu mundo y éste cambia.

Vi de golpe las cosas con sus ojos y me dije: '¿qué hay en esta vida que me pueda hacer perder la esperanza?'

Viendo la vida tal como es, tan jodidamente bella como es, tan puta y maltratadora, me paolicé un día para reírme de ella, con ella, liberándome de prisiones que no me llevaban a nada.

Recuerdo a ese Paolo que hace tanto tiempo no veo y me digo, 'qué placer haberme cruzado con él'.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

He identificado a tu Paolo con mi Riccardo. Salvo hablar de Akhenaton, lo hacía todo igual. También me enseñó muchas cosas, pero en Venecia, donde pasé una larga temporada también por trabajo. Siento una predilección absoluta por ese país, en parte gracias a Riccardo.

Salu2

Fernando

Anónimo dijo...

No puedo evitar recordar a mi gran amigo Kuki, que fue la alegría, la juventud y la VIDA personificadas.

El destino quiso que la última imagen que me quedase de él fuese su cara de veinteañero con sonrisa pícara.

Siempre lo recordaré así y siempre lo echaré de menos.

Un saludo
Rivo