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domingo, octubre 02, 2011

Penas

La inteligencia emocional es uno de los grandes avances en la investigación del ser humano de los últimos decenios. Al menos, así nos lo han vendido. Definida como la capacidad del hombre para entender al otro, ponerse en su piel, manejar sus propios sentimientos y entender los de las personas que tiene alrededor.

Cada vez más valorado a nivel laboral, soy consciente de su importancia en las relaciones nuestras del día a día.

¡Hay tanta gente analfabeta en ese sentido! Personas que tienen cualidades tremendas a nivel intelectual, o bien situadas socialmente o con grandes dotes para actividades específicas y apreciadas que, sin embargo, se hunden ante una mirada o no saben acercarse al círculo social que les rodea sin meter la pata.

Uno de los mayores fallos que yo observo a ese nivel emocional en lo que respecta a las relaciones sociales, o de amistad, es el querer utilizar la pena como argumento. Pretender, enmascarado en una proyección de compasión, llegar a la fibra sensible del amigo a través de la desgracia.

Todos tenemos nuestra dosis de dolor. Sí, cierto que algunos parecen haber nacido estrellados, pero son pocos. Recrearnos en nuestras miserias para retener a gente querida es una estrategia perversa.

De inteligentes, emocionalmente hablando, es dar lo mejor de nosotros mismos en nuestro contacto con la sociedad. Primero por una cuestión de generosidad, segundo por sentido común y tercero, por egoísmo. Egoísmo porque, siendo una persona que transmite buen rollo, estamos lanzando boomerangs de buen rollo hacia nosotros.

La gente no quiere más problemas de los que ya tiene y no debemos, nunca, abusar de las penas.

Cuando éstas vengan, que vendrán, tendremos todo un ejército de amigos que estarán ahí, pendientes de nosotros, para confortarnos sin tener que explicarles nada.

1 comentario:

Dol dijo...

Sí, querido, pero a veces forma parte de la amistad contar también las pequeñas miserias, eso nos hace humanos; aunque es verdad que como dices alguna gente se engancha (nos enganchamos) al victimismo.
...
Cuando chasquees los dedos en mi dirección voy a por tu libro , no lo dudes.