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miércoles, agosto 03, 2011

Portugal

Son los mismos paisajes, la misma tierra arcillosa, las playas arenosas, los arbustos y pinares a ambos lados del Guadiana.

Me gusta atravesar esa frontera porque me hace más humano viajar a Portugal. Ayuda a colocarte en tu sitio, a ver que otras posturas son posibles y no necesariamente menos buenas. Que el mundo es grande.

Son extremadamente educados, tristes y parsimoniosos. No hablan a voz en grito y son humildes. Adoran a su país sin dejar de criticar sus miserias.

Viajar a Portugal es sano porque venimos de un país que necesita reflejarse en ese espejo tan cercano. A nuestra energía impetuosa, a veces desquiciada, le seduce esa otra manera de ver el mundo que implica este país milenario.

Los amigos portugueses que tengo me da la sensación que lo son para siempre, algo que no es siempre evidente en nuestra tierra.

Portugal es el Norte en el Sur.

Yo paseo por Portugal sin sentirme en mi casa, pero tampoco extranjero.

4 comentarios:

Miguel dijo...

Bonito y a la vez desconocido país para mucho de nosotros.
A mi tambien me gustan sus gentes, sus paisajes, sus playas, su gastronomía... En definitiva, que me siento muy comodo en Portugal, Salva.


Miguel

Anónimo dijo...

Acho que tens razão em tudo! É por isso que aprendí falar português e vou passar muitos fins-de-semana no Algarve, no Alentejo, em Lisboa... Peixe grelhado, pastel de nata (ou de Belém), e uma bica! Ummmh!

Anónimo dijo...

Estoy totalmente de acuerdo, querido Salva,meterse en Portugal es darse un baño de serenidad.El sábabo estuvimos en la playa de Manta Rota,muy cercquita de la frontera.¡Qué placer! Ni voces, ni gritos, ni niños pisándote la toalla,ni marujas gritando cómo hacen el salmorejo...Y en bares y restaurantes, qué amablidad por parte de los empleados. Tenemos muchísimo que copiar de nuestros hermnanos del otro lado del Guadiana.Tienen un toque british, que me encanta...
Tengo la suerte en verano de tenerlos al ladito.

Antípodas a 20 minutos de Portugal.

Pabloski dijo...

Yo también veraneo al lado de Portugal y todos los años me hago una excursión costeando con la moto hasta llegar al cabo San Vicente.
Aquello parece el fin del mundo; paso un rato disfrutando de los acantilados y me como unas sardinas a pie de playa que me saben a gloria.
Además de la amabilidad y humildad de nuestros vecinos portugeses me llama la atención la limpieza de sus playas y el agua cristalina.
La vuelta a Islantilla me devuelve a la realidad: tenemos mucho que aprender de ellos.