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jueves, abril 28, 2011

Iphonitis

Reconozco que caí rendido cuando me lo enseñaron en un centro comercial gaditano. Me quedé prendido del 'iphone'. Esa debilidad tenemos los humanos y esa capacidad tienen las grandes compañías para llevarnos por caminos imprevistos.

Tengo ya un historial de dos años de fotos hechas con ese móvil, que me dedico a revisar de forma rápida en tiempos muertos. Anoto cada cena, viaje, cada ocasión especial en su agenda. Oigo música paseando por la playa, veo qué tiempo hará mañana, escribo emails, anoto ideas para el blog, me organizo las tareas, juego a sudokus, me sirve para situarme en el mapa en lugares desconocidos, me llegan mensajes de facebook, grabo impresiones sonoras cuando me llegan a la mente, vigilo al euribor, anoto mis gastos, consulto horarios de vuelos... y se lo dejo a mi sobrino Iván para que juegue inyectando a unas bacterias que se mueren de risa o hablándole a un gato que te imita. Y disfruto como un enano viéndolo reír.

Sí, atrapado como muchos, que ahora tienen el 'iphone 4' y se ríen de mi viejo 'iphone 3'.

Hay momentos en que, cenando en algún restaurante, estamos cuatro personas entretenidas con nuestros móviles intergalácticos, sin hablar entre nosotros.

Hay veces en que, como una rutina de drogadicto, vamos encendiéndolo continuamente en busca de mensajes que no llegan o informaciones que no nos importan.

Caí rendido al 'iphone', pero espero que la enfermedad no sea grave (aunque sólo sea el 'iphone 3').

domingo, abril 24, 2011

185.024

Una de mis más grandes frustraciones al pensar en la muerte es la imposibilidad de cubrir mi curiosidad respecto al futuro del género humano.

Es consuelo de tontos pensar que ningún otro ser humano coetáneo a nosotros será capaz de conocer con certeza qué pasará cuando los milenios avancen en ese inexorable caminar del tiempo hacia adelante.

Sé que estamos viviendo en estos últimos siglos avances en conocimiento, industria, tecnología o política que no tienen parangón con otras épocas de la historia. Todo va acelerado y esa explosión de cambios acrecienta mi curiosidad por el porvenir.

Cada vez estamos más globalizados y, supongo, pasadas decenas de miles de años habrá una sola raza, todos estaremos mezclados tras todas las combinaciones posibles cuando las fronteras comiencen a diluirse sin remedio, siendo las distancias geográficas una quimera.

Sería un único ser humano con ojos orientalizados y piel más marrón que la mayoritaria en el mundo occidental. Una sola raza humana.

Seremos, deduzco, una sola nación. Los organismos internacionales deberían ser cada vez más potentes. Empezaremos por una moneda única mundial, quizás para el 2.500 y de ahí, poco a poco, llegaremos a un único estado democrático. Sería maravilloso.

Las religiones, si para entonces existen, se fundirán en una, mucho más cercana al animismo japonés que al cristianismo que nos es más cercano. Basada en la espiritualidad de un hombre que se dará el valor justo y no tendrá remilgos en asumir su falta de certitudes.

Me aturde pensar en la superpoblación. ¿Habrá chavales jugando tras un balón en playas desiertas en el 185.024?, ¿habrá besos de amor?, ¿cenas de amigos?, ¿familias unidas con padres reconocidos?

¿Habrá el mismo miedo a la muerte?

Desde el 185.024 se verá el 2.011 como un número prehistórico y, tal vez, la única noticia de este siglo que vivimos sea que hubo un primer presidente negro del extinto imperio norteamericano, imperio que precedió al chino...

Y habrá seguro en el 185.024 quien se plantee qué rápido va el tiempo, que se diga qué será del hombre más allá del 300.000.

Ojalá exista alguien por entonces que pueda plantearse un mundo mejor.

miércoles, abril 20, 2011

Huida

Decía Luis García Berlanga que, cada vez que había Fallas en su tierra, huía de Valencia. Pero, al mismo tiempo, echaba de menos no estar allí.

Mi madre, muy creyente, me llevaba a ver las procesiones cuando pequeño. Me emocionaba viéndola llorar a lágrima viva viendo pasar el palio de la Macarena. Ella me lo contaba muy fácil.

'Mira, mira cómo vienen meciéndola, mira cómo le tocan música para quitarle el dolor. Todos los años viene con su gran manto para arrastrar con él todas nuestras penas'.

El paso llegaba, ella se quedaba paralizada, me agarraba y se iba ese cortejo de duelo, dejando lleno de plañideras sevillanas el recorrido a su paso.

Siendo chaval me hice hermano de la Soledad de San Lorenzo. No podían procesionar mujeres por entonces y yo, el primer varón de su mejor amigo, era lo más parecido que tenía Pedro a un hijo. Fueron muchos años llegando puntual a la cita de cada sábado santo. Desfilando descalzo, primero con cirio, luego con cruz.

Hasta que la fe se me fue. Se me fue por completo.

Hay quien es tan tradicional que, incluso no creyendo, acompaña cada año a su hermandad camino de la catedral.

Yo no sé.

Me gusta enseñar la Semana Santa a mis amigos de fuera. Lo sé explicar todo, desde las imágenes a las sensaciones, y creo saber resumir la belleza de cada momento.

Hubo un tiempo en que, casi a escondidas, veía la Madrugá recordando los arrechuchos de mi madre, o me acercaba a la Plaza de San Lorenzo a ver recogerse a mi Soledad.

Hoy, como Berlanga de su ciudad, me voy de Sevilla a disfrutar de mi merecido puente de vacaciones. Me esperan Portugal y los míos.

domingo, abril 17, 2011

Lebrija

Como tantos otros fines de semana, hoy subía la autopista de Cádiz volviendo desde Conil. Conduciendo se hace difícil, pero como copiloto resulta sencillo distinguir la silueta de Lebrija en el horizonte, dejándola a la izquierda, en pleno valle del Guadalquivir, entre las marismas de arroz donde nos llevaba mi padre a David y a mí cuando pequeños para visitar las fincas en que trabajaba como perito agrícola, enseñándonos los aviones que fumigaban o las serpientes de agua que vivían en los arroyos.

Definitivamente no soy de campo.

Nunca estuve de manera consciente en Lebrija. Tal vez por aquella época alguna vez mi padre nos llevara.

No hay vez que pase y diga, la próxima vez me desvío y la visito. Sin prisas. Tiene que ser un pueblo grande, de fachadas encaladas y plazas con gente paseando tranquila.

Pero siempre queda en el olvido.

He estado en cuatro continentes y visitado decenas de países de todas religiones y culturas, pero no he pisado la tierra del mayor gramático en lengua castellana. No creo que se tardara mucho más de media hora en llegar desde mi casa, sin embargo tengo 43 tacos y sigo sin conocerla.

Sería una metáfora fácil decir que muchas vidas se desarrollan así, yendo lejos y no integrando lo cercano.

viernes, abril 15, 2011

El punto rojo

Hice la mili tan tarde y tan cerca de su supresión que todo me parecía ridículo.

Tenía 25 años, la carrera terminada y estaba rodeado de chavalitos adolescentes que me sacaban de mi abstracción universitaria, dándome de bruces con la verdadera realidad del país de esos años noventa.

Me lo tomé, en cualquier caso, con el mejor ánimo posible. No quedaba otra. Tuve la suerte de que me tocó 'Caballería' y el cuartel estaba a un par de kilómetros de mi casa.

La instrucción fue terrible. Nos trataban como a ganado. Te levantaban a grito pelado a las siete de la mañana y pretendían que te vistieras en quince segundos, dejando la cama hecha. Luego a correr, algo que al menos se me daba bien, por caminos empedrados. Ahí era un crimen ser 'gordito' porque los sargentos chusqueros molían a insultos a los rezagados.

Una mañana, tras la carrera, decidieron hacer pruebas de camuflaje.

En medio de un descampado a las afueras de Sevilla, el sargento nos explicó con desgana en qué consistía esa técnica, con frases básicas.

'Desde que suene el silbato os doy treinta segundos para desaparecer de mi vista. ¡A quien yo divise me lo cargo!'.

Sonó el silbato.

Salí corriendo como un descosido con mis botas de cuero y el uniforme verde. Pero tardé cinco segundos en darme cuenta que era casi el único que se dirigía en esa dirección. Me quedaban veinticinco segundos para rectificar o buscarme la vida camuflándome en solitario.

Me encontré con una especie de basurero de cartones y allí me metí. Tenía a un recluta compañero que se tumbó con cara de terror entre la basura. Yo, con la respiración entrecortada, cogí una caja de cartón y me la coloqué encima.

Sonó el silbato.

'¡Gilipollas!' -gritaba el sargento mirando hacia nuestro escondite.

'¡Capullo!' -y parecía que se dirigía a mí.

'¡Ven para acá!'

El sargento caminaba hacia nosotros y yo permanecía quieto. Me giré para ver al que tenía a mi lado y el sargento continuó:

'¡Ése que se mueve!, ¡el del cartón!'

Los nervios me hicieron recular un poco.

'¡Eres el ejemplo del perfecto imbécil al que se cargan primero!'

Yo tragaba saliva hasta que me di cuenta que el perfecto imbécil era yo.

Mi caja de cartón era de detergentes 'El punto rojo'. Su logotipo daba buena cuenta de la marca. Y eso es lo que había en medio del descampado: Un punto rojo moviéndose en el horizonte.

martes, abril 12, 2011

Aparato

Sé con certeza que nunca votaré a la derecha.

Quien esto lea puede pensar de mí como un radical o, todo lo contrario, como una persona coherente.

Habrá quien rebatiría que, en estos tiempos que corren, no hay derechas ni izquierdas. Quien opinaría que la democracia es la alternancia, que hay que ser más flexibles, dar oportunidad a todos. A algunos les puedo defraudar por esa frase contundente, otros se pueden sentir cómplices. La mayoría, seguro, indiferentes.

Pero yo sé que nunca votaré a partidos conservadores.

Entiendo que la democracia es libertad, sucesión de distintos partidos políticos y enfrentamiento de ideas. Pero no seré yo quien haga bascular las papeletas a opciones que jamás compartiré.

Jamás, nunca... sin embargo, me cuesta sentirme representado por nadie en el plano del socialismo. Más específicamente del socialismo andaluz.

Sí, es una quimera conseguir sintonizar con un partido de masas que tiene que transmitir un mensaje coherente a millones de electores. Vale. Lo admito.

Pero resulta muy duro, especialmente para aquellos que creemos en las políticas sociales, en el reparto de la riqueza, en la importancia del Estado como equilibrador de la injusticia de nuestra sociedad egoísta, en el laicismo pleno, en una fuerte Sanidad o Educación Pública, en la regulación de los mercados o en los incentivos a la mujer, al discapacitado, al inmigrante... resulta duro, digo, pensar que nos sentimos profundamente dolidos por unos políticos que no están a la altura de la situación.

No hablo de Arenas, Zoido, Rajoy o Rita Barberá... Yo no estoy en ese campo. Hablo de la vergüenza que me produce que se hayan repartido millones de euros a personas que no tenían nada que ver con las empresas a las que se concedían ayudas públicas.

El pasado fin de semana leía una entrevista al Presidente de la Junta. Se exoneraba de toda responsabilidad. 'Yo no sabía nada de los ERE's'.

Por mucho menos, en cualquier empresa, asociación o fundación decente se dimite.

Si usted no sabía que se estaban yendo millones de euros de las arcas andaluzas a estafadores sin control, es que usted no vale para el cargo. Si lo sabía, usted tendrá que dar explicaciones a la Justicia.

El Partido Socialista no ofrece más que puro 'aparato' sin la más mínima sensibilidad social. Siempre las mismas caras. Incluso las nuevas que aparecen, como la portavoz Susana Díaz, no son más que el reflejo de una política dogmática.

¿Para cuándo aire nuevo?

Queremos políticos honestos que nos hagan creer que, desde la izquierda, otro mundo es posible.


domingo, abril 10, 2011

Necrofilia

Tuve la suerte de encontrarme con un hombre culto, ya casi anciano, que me pasó un título de Erich Fromm: 'El corazón del hombre'.

Muchas son las veces en que la amplitud de miras o el acervo cultural vienen dados a partir de unas cañas de un día relajado cualquiera.

En este ensayo, el filósofo alemán hace una distinción entre las personas biófilas y las necrófilas, como dos extremos entre los que nos situamos el conjunto de los seres humanos.

Pero, ¿qué es ser necrófilo para Fromm? No es una atracción sexual por los cadáveres, ni siquiera es un sentimiento evidente de fascinación por la muerte.

Es algo mucho más sutil y consistiría en la capacidad que tienen ciertas personas, en mayor o menor grado todos, por materializar la vida. Por buscar nuestra felicidad en las rutinas, odiar la evolución, el progreso, oponerse al afecto. Alegrarse en lo más profundo con los fracasos del hombre, el genérico y el individual.

Necrófilos porque quieren atrapar la 'Vida' y paralizarla, adormecerla, narcotizarla.

Aquéllos que te recuerdan que todos acabaremos siendo ceniza, que quien sube acabará bajando, que se desesperan, tal vez sin saberlo, cuando ven sonrisas amplias. Porque su condición humana les impide reír a pulmón abierto.

Carcas en lo social y analfabetos en lo afectivo.

Desgraciadamente, todos tenemos una parte de nosotros necrofilizada. Pero eso no es un problema si lo sabemos y luchamos contra ello.

El dolor es tener gente cercana consumida en ese afán de materializar lo humano, darle nombre y no querer, en lo más profundo, que los mortales sepamos, aunque sea por un instante, disfrutar de esta 'Vida' que, en cuanto nos descuidemos, se nos va.

jueves, abril 07, 2011

Soez

Me cuentan una escena real. Hall de una sala de cine y una mujer que deja allí a sus dos hijas pequeñas en la puerta tras sacarle entradas para ver la última de Torrente.

Quizás esta escena resuma muchos males de nuestra sociedad actual: Las prisas, el desconocimiento de la realidad, la mala educación y el gusto por lo soez.

Seguramente esa señora dejó a sus pequeñas en el cine creyendo que iban a ver una comedia simpática a lo Mortadelo y Filemón.

No me considero un tipo cerrado, pero sé que jamás iría a ver a este Torrente de tres dimensiones. Estoy en el mundo para saber que esa película integra los ingredientes más cualificados del mal gusto, de la ordinariez.

Éste es también el país en el que vivimos. Éste donde una película que protagoniza el hijo de Isabel Pantoja hace diecisiete millones de euros en quince días. De humor escatológico, apariciones de Belén Esteban y risotada hueca.

Tanto derecho tiene la gente a acudir a las salas para ver esa bazofia como yo para criticar el pertenecer a una sociedad tan falta de buen gusto.

El cine es y debe ser diversión, claro que sí, y la frivolidad es un componente necesario en esta dura vida que nos toca afrontar, ¡cómo no!

No soy un puritano para arrugarse por propuestas diferentes.

Tan sólo leo las cifras, me imagino a las dos niñas riendo a carcajada limpia en esa sala de cine y me digo que yo no me siento de aquí.

lunes, abril 04, 2011

Desde dentro

Crear es una emoción que da cuerda al corazón.

En su más amplio sentido, en el de construir de la nada, de uno mismo, satisfacer el propio ego, poner a pruebas las capacidades que uno seguro tiene para demostrarte tu lugar en el mundo.

Cuando la tarde de los jueves llega a casa Manuel y nos ponemos un té, mientras nos contamos los proyectos que hemos ido almacenando en nuestra memoria para poner en pie cada una de las escenas de la película que nos traemos entre manos, confirmo la felicidad que produce la creatividad.

Yo le hablo de una escena de Natalie Portman en Closer, él de otra de Robert de Niro en Toro Salvaje. Yo le propongo hablar con una amiga soprano para darle música a una escena aérea que él ha pensado sobre las tierras de Cádiz. Nos planteamos cómo dar vida al dolor del desamor en una joven de 23 años, cómo de rápido se movería la cámara, cómo se miraría ella al espejo. Con tarjetas pegadas en un corcho vamos endulzando con escenas luminosas una historia de dolor, mientras trazamos líneas de conexión entre los pacientes de una consulta de psicoanálisis que, contando sus traumas, destapan los desasosiegos de la terapeuta.

Y de vez en cuando paramos, saco unas magdalenas, o un vino blanco, o un gintónic... y nos decimos que ésta será nuestra gran película, que vamos a conseguir momentos inolvidables.

Que queremos enseñar una Sevilla fuera de tópicos, que se debe mantener constante la melancolía de ese 'no saber perder' al ser amado, que tenemos que conseguir actores que sean una piña.

Que tenemos todo el tiempo del mundo para crear una obra desde la pasión de dos personas que saben del placer de buscar en su interior algo que aún no existe.

sábado, abril 02, 2011

Vientos

A la gente compleja a veces no tienes toda una vida para terminar de conocerla, incluso tras compartir miles de horas, anécdotas, viajes o cenas. 

A la gente simple se la ve venir. 

Hay algo que me disgusta de cierto personal cercano, conocidos a los que aprecio en cierta medida pero que tienen la cualidad negativa de ofrecer una cara distinta según sople el viento. No se puede ser del Betis y del Sevilla, no puede uno ir de persona con mente abierta y lanzar exabruptos contra el matrimonio homosexual, no puedes presentar a cada uno de tus amigos como el principal, el mejor y el más fiel, ni decir el lunes que lo que más te gusta es el cine francés, y al día siguiente el americano. 

Es difícil confiar en gente que te dice lo que tú quieres oír. 

Se confunde bondad y calidad humana con abrazos de oso. Nos definimos por cómo pensamos y por cómo no lo hacemos, por con quién estamos y por aquéllos que cogieron otros caminos a los que renunciamos. 

La complejidad de las personas apasionadas por todo y amigas del universo es simpleza y cobardía.