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jueves, marzo 31, 2011

Dientes blancos

Hace siglos que vi un programa en televisión en que un americano de camisa de leñador y dientes blancos, casi fluorescentes, decía lo obvio, que en esta vida no se es feliz sin un proyecto.

Una ilusión.

La gente, cercana o lejana, que se deja ir es porque, sin que haga falta que te lo diga un yanqui de sonrisa colgate, ha roto los hilos básicos con la ilusión de construir un sueño.

En mi caso es básico: Suena el despertador, desagradable, y busco en mi cabeza un proyecto, una motivación.

Afortunadamente siempre hay cosas.

La primera es mi amor. Todo lo que sea pensar en mi pareja y su futuro es sinónimo de felicidad.

La segunda es Iván. Y con Iván mi familia entera.

La próxima novela, la próxima película, nuestro verano cercano en Nueva York, la semana santa en el Algarve, la novela por terminar de Paul Auster, liquidar la próxima Visa de Bankinter, evitar que el alcalde de Sevilla sea el carca de Zoido, pensar en asistir a un concierto de Zazie en París, creer que es posible una Libia libre, que Palestina encuentre su sitio digno en el mundo, soñar con una España con pleno empleo, asistir a una conferencia de Rosa Montero, que Isaac triunfe con su empresa de maniquíes, que mis hermanas logren consolidar su espíritu emprendedor tras tantos años de lucha...

Me sigo despertando con ganas de vivir...

lunes, marzo 28, 2011

Algarroba

Cuando dejé la casa familiar para irme al piso céntrico de la Alameda que terminaré de pagar en veinticinco años, le regalé a mi padre mi viejo ordenador, ya por entonces casi una reliquia.

A mi padre el ordenador le sirve, le servirá cuando aprenda a utilizarlo, como simple máquina de escribir. Especialista en Historia de España, su único interés es poder escribir la vida y obra de todos nuestros reyes, escritores, políticos... No se puede ser más feliz que mi padre haciendo árboles genealógicos de nuestra monarquía.

Contento con el regalo de su hijo, impaciente por aprender, se plantó en el Corte Inglés. Buscó dónde estaban los ordenadores y a algún encargado enchaquetado para preguntarle:

Yo quiero un libro para aprender a utilizar un ordenador.

Al parecer, el dependiente le preguntó:

¿Qué sistema operativo utiliza?, ¿MS-2?, ¿Windows?

Mi padre, altanero y guasón, le respondió:

Como usted siga hablándome así, cojo la puerta y me voy.

De eso hace más de diez años, y sigue escribiendo a mano las biografías reales.

Fue por esa época cuando un compañero de trabajo al que tengo especial cariño, en esos tiempos en que empezaban a instalarnos ordenadores personales corporativos a cada uno, recibió una llamada de un proveedor de San Sebastián. Mi despacho era contiguo al suyo, separándonos un panel de cristal que no llegaba al techo. De pronto, me pega un grito:

¡Salva!

Me asomé por el cristal para preguntarle en qué podía ayudarle. Él, con diez o doce años más que yo, tapó el auricular para preguntarme:

Este hombre me quiere enviar el plano de una pieza por internet.

Y me lo decía como si al proveedor vasco se le hubiese ido la cabeza.

Claro, le respondí, dale tu correo electrónico de Renault.

Me miró con cara de pánico, así que se lo apunté. No había más que poner su nombre, un punto, su apellido y @renault.com.

Se lo dejé encima de la mesa y me quedé esperando el final de la conversación.

Sí, sí, tenemos correo electrónico.

Entonces empezó a deletreárselo. Lo malo fue cuando llegó a mitad de camino:

Eso es... mi apellido y luego... algarroba... renault punto com.

¡¿Algarroba?!

Grité yo.

¡¿Algarroba?!

Gritó él.

No se me olvidará su cara al teléfono.

viernes, marzo 25, 2011

Química

A las personas se las puede clasificar según infinitos criterios, pero uno de los más sencillos sería el que las divide en interesantes y las que no lo son.

Se trata de un criterio subjetivo, pero nadie mejor que uno mismo para saber quién te llama la atención o no. Por sensibilidad, belleza, inteligencia, bondad, cultura, estilo o simpatía.

Para el segundo grupo, el de la gente insulsa, no dedico mucho tiempo.

Para el primero, podría hacer una segunda distinción: con los que hay química y con los que no.

Evidentemente, si no hay química y a mí me parece interesante esa persona, hay un cierto toque de frustración en mí. Y cuando no hay química, poco se puede hacer. Casi todas las estrategias te llevan a reforzar la falta de feeling.

Pienso, por ejemplo, en una periodista con la que suelo coincidir, porque compartimos muchos amigos comunes, con la que me siento transparente. Me dice hola por respeto, pero al mismo tiempo me hace sentir insustancial. Por mucho que participe, dé mi opinión u ofrezca mi mejor sonrisa, no dejo de ser para ella un perteneciente a su segundo grupo, el de los no interesantes.

Como ella, me he cruzado con personas de gran valía a las que no he provocado ninguna sensación, algo dañino para mi vanidad. O tal vez sano.

Cuando tú, como ser humano, provocas nada en otro ser humano, lo mejor es seguir siendo tú. Las relaciones humanas son así. No hay que buscar estrategias. Hay que admitir que, de vez en cuando, somos transparentes.

martes, marzo 22, 2011

Explosión

Habiendo pasado más de media vida en Suiza, en una pequeña ciudad alpina que necesita una pala en pleno invierno para quitar un metro de nieve si quieres sacar el coche, mi tía Maribel siempre ha dicho que en Andalucía no sabemos lo que son las estaciones, saltos radicales de paisajes, del blanco al verde y del verde al marrón de hojas caídas.

Yo debí nacer escarabajo de tanto como me gusta el sol.

No sé qué hay en mí que siempre me hace soñar con noches de verano tomando cervezas en la Alameda. Sinónimo de la alegría de vivir. Tal vez porque mi cuerpo piense que el frío es la muerte.

Viajar te abre los pulmones, los ojos, los sentidos y con ellos la curiosidad, la capacidad de disfrute, la apertura de mente. Es tan tremendo el error de creerse en el centro del mundo como no saber valorar lo que se tiene.

En este día intenso, que pasará para siempre, he ido de un lado a otro como si el mundo se acabase mañana; pero tras tomarme un té con una escritora onubense encantadora he vuelto a casa por esa Alameda que resume mis imágenes de felicidad para toparme, en un callejón y por sorpresa, con una explosión de azahar indecente, enviándome a épocas lejanas y cercanas, a toda una vida de primaveras que vuelven una y otra vez.

Sé que no vivo en el paraíso, pero a veces se parece tanto...

domingo, marzo 20, 2011

Ni el Rey

Con mi hermano David siempre he tenido la relación que define a la unión de dos personas extrañas que se quieren.

El pequeño de la casa, fue el único que quedó fuera de la habitación del hospital donde falleció mi madre.

David nos esperaba, acunado por nuestros familiares, en la planta baja de esa clínica de infausto recuerdo. Tenía quince años. La familia, sin la madre, se desperdigó en dolores y vidas nuevas que se abrían.

Dejó de estudiar, se convirtió en un chaval complicado, desubicado, rebelde.

El verano siguiente a tan dolorosa pérdida, mi padre decidió alquilar un apartamento en nuestra playa de siempre, La Antilla. Mis hermanas ya tenían su propia vida, así que entre semana estábamos a solas mi hermano y yo. Recuerdo que yo no dejaba de estudiar las asignaturas pendientes de mi difícilisimo primer curso de ingeniería mientras David disfrutaba de su pandilla de entonces.

Una noche, mientras yo veía la tele tirado en el sofá de ese apartamento de muebles provenzales, un amigo de mi hermano llamó, excitado, a la puerta. A David y otros dos chavales los habían cogido tirando piedras a unas obras abandonadas del pueblo. A falta de padre, fui yo a rescatarlo. En el cuartelillo de la Guardia Civil estaba los tres niños, acojonados, aguantando los malos modos que por entonces se estilaban.

Yo traté de imponerme calma y pregunté qué delito habían cometido. Me respondieron de forma chulesca. Les dije, con muchos nervios, que los chavales estaban asustados y no merecían ese trato. Uno de los guardias civiles, se abalanzó sobre mí y me rompió la camisa, empujándome contra la pared.

Entonces salió David. Mi hermano cogió a ese hombre y lo levantó como si fuera un muñeco.

¡A mi hermano no lo toca ni el Rey!

jueves, marzo 17, 2011

Saragoza

Puedo entender que Lola Flores hablase mezclando las 'eses' y las 'zetas' en un batiburrillo de no saber dónde ponerlas, porque cuando no se sabe escribir todo es disculpable, pero no es admisible que políticos andaluces se refugien en sus orígenes para justificar un mal hablar.

No hay colores políticos. Desde Celia Villalobos a Diego Valderas pasando por María José Montero, me duelen los oídos al escuchar a paisanos míos utilizar sonidos diferentes para pronunciar la misma consonante.

Saragoza, Zaragosa... No.

De gente que nos represente no podemos permitir que se escuden en su 'andalucismo' para hablar mal.

De andaluces es 'sesear' o 'cecear', pero de personas preparadas no se puede permitir hablar de forma incoherente.

Que se nos escape una 'ese' o una 'ce' en un descuido no es problemático, pero hablar sin criterio sí redunda en nuestra imagen de pueblo descuidado.

Tenemos que luchar por nuestra dignidad y ser un poco más exigentes con nosotros mismos.

Quiero mucho a mi tierra como para no quejarme de la indolencia que supone refugiarse en supuestos dialectos para hablar como analfabetos.

Zaragoza o Saragosa... nunca Saragoza.

martes, marzo 15, 2011

La mochila

No sé cómo uno llega a enredarse tanto contra sus sueños.

Tras haber vivido una época en que todo parecía que podía comprarse, esta generación que ahora se asusta ante las cifras de paro y la involución económica, parece tener un solo objetivo, desembarazarse de lo superfluo, de esa mochila que hemos cargado a nuestras espaldas a base de notarías, visas e hipotecas que coartan nuestra libertad para poder enfrentarnos al mundo con unas fuerzas que no sabemos si tenemos.

A mí me pesa esa mochila que yo mismo he decidido cargar a base de empeñarme en cosas materiales que no sé, ahora, si necesito.

Además de todo ello me debo considerar afortunado por tener un coche, un piso céntrico y medio apartamento en la playa, sin poder protestar por tener hipotecado tres cuartas partes de mi salario y la libertad de elegir radicalmente otro camino en mi vida.

Vamos, sin darnos cuenta, enmarañándonos en una prisión a medida que perdemos la juventud.

Una de mis grandes ilusiones es hacer más ligera esa mochila, que esas visas se vayan esfumando, la hipoteca se haga menos ingobernable y en unos años pueda decir que mi rumbo lo dirijo plenamente yo.

¿Quién tiene el valor en estos tiempos de arriesgar la seguridad de una nómina? Estamos condenados a agradecerla eternamente porque nosotros mismos nos hemos metido en la trampa de no poder ver otro horizonte que el de asumir que estamos comprometidos, de por vida, con nuestro banco.

Amor fatal.

domingo, marzo 13, 2011

Nada que hacer

No hay mayor placer visual que aterrizar un día sin nubes en cualquier lugar del mundo.

Es tan lento ese acercarse a la tierra y el avión ralentiza tanto su velocidad que se puede disfrutar de un espectáculo bestial, inimaginable para la humanidad durante milenios. Ver tu mundo desde el cielo, las personas como hormigas, los ríos como pasillos de agua calma y las ciudades como juguetes de lego.

Hace pocos meses, con mi natural atracción por la geografía, un avión de Japan Airlines aterrizaba en el aeropuerto tokiota de Narita. El día estaba despejado, llegábamos desde Corea y memoricé la ciudad de Chiba en la aproximación a la pista.

Hoy veo una refinería de esa ciudad en llamas, una central nuclear ardiendo y ese Japón tantas veces visitado relamiendo sus heridas.

Hay películas morbosas acerca de catástrofes. Es impactante ver olas arrasar con todo lo que aparece a su paso a una velocidad de vértigo y observar los coches como si fueran clics de famóbil siendo tragados por el mar.

Ayer, al cerrar el telediario, pusieron las imágenes con música de Bach. El dolor era inmenso.

Personas que no son juguetes muriendo ahogadas sin remisión. ¡Cuántas historias anónimas!

El pueblo japonés es fuerte. De peores ha salido.

Ahora sólo pienso en ellos, en su dolor y en su fuerza para recuperar la vida.

No hace mucho me paseaba por las calles de Tokyo, observando con admiración esa cultura milenaria, comprando libros con los que entender su caligrafía, que cada día miro un rato en casa.

Todo lo construido por el ser humano, incluso por el japonés, es nada cuando la naturaleza se rebela. Estructuras de hormigón se vienen abajo con olas de diez metros.

Ante la brutalidad de esta naturaleza que nos hace vivir, no hay nada que hacer.

viernes, marzo 11, 2011

Fácil

Con el tiempo uno aprende a apreciar determinadas características en la gente que le rodea.

A mí me gusta la gente fácil. Sin ser fácil sinónimo de simple. Me gusta la gente compleja, en cuanto a que tenga un mundo interior amplio, pero al mismo tiempo accesible, receptiva, atenta, cercana.

A Santi lo conocí en la biblioteca provincial de Sevilla. Nos habían invitado, junto a Javier Márquez, como autores jóvenes con publicaciones recientes para hablar del difícil mundo editorial.

Tanto él como Concha, su editora, me encandilaron.

Ese día salí pitando de allí porque había quedado, pero memoricé su libro: 'El que no vuela es porque no quiere'. Algún tiempo después lo compre, lo leí. Relatos cortos donde determinadas obsesiones se repetían, con un lenguaje directo, terrible e inocente a la vez. Le escribí gracias a que me hice con el email el día de la charla.

Por entonces vivía en Manchester.

En una de sus visitas a Sevilla quedamos. Volvió a aparecer Concha, su editora, que me habló de su pintura y nos invitó a una exposición hermosa en un bar de Triana donde se confundían dos temas enfrentados, el nacimiento de su hijo (a ella la conocí embarazada) y la muerte en accidente de moto de su hermano.

Santi se fue a vivir a Brasil y a Concha la retuve como contacto irrenunciable en esta Sevilla en la que a veces parece difícil, cada vez menos, encontrar gente que te provoque.

Hace meses apareció de nuevo Santi por Sevilla, al parecer para vivir por una larga temporada.

Santi es de las personas que sabes que te escuchan cuando te tomas una cerveza una noche cualquiera. Es casi imposible que te diga que no cuando apetece dar un paseo, organizar una cena o pegarte una fiesta.

El otro día me contó acerca de su sequía literaria. Tiene ideas buenísimas que no voy a contar a nadie, gente con superpoderes y 'mostros' que nos atacan. Quiero que se lance a escribirlas.

Me gusta la gente fácil.

martes, marzo 08, 2011

Caracuerno

Durante años el perfil que a mi entender reflejaba lo que era un 'caracuerno' se llamaba Xabier Arzalluz. Y estoy lejos de clasificarlo así por su espíritu nacionalista, faltaría más, cada cual es libre de pensar a su manera.

Pero ese hombre era, es, tan desagradable, habla con tanto desprecio y desprende tanto odio en su discurso que lo nombré presidente honorífico del gremio de los 'caracuernos'.

Estos días, con Arzalluz en retirada, estoy pensando destronarle de su corona y pasársela a José Mourinho.

Creo que le gana en estupidez y egocentrismo.

No es suficiente con la tabarra con que los españolitos tenemos que empaparnos del Madrid a todas horas, en todos los medios; además hay que aguantar a este 'caracuerno' que siempre está enfadado con el mundo, con los suyos, con los otros y con quien no ha osado despreciarlo.

Me la refanfinfla la gente tan estúpida, creyente de su propia religión en que la única adoración es uno mismo en su pedestal de arena. Personas que se dan tanta importancia que no son capaces de entender que esta vida es un juego y que tomársela demasiado en serio crea, además de infelicidad, úlcera de estómago.

Si hay que hablar gilipolleces, al menos que se haga con una sonrisa.

Infelices.

sábado, marzo 05, 2011

Amanecer

Admitiendo que todo es física y química en nuestro cerebro, no sé cómo potenciar el proceso que lleva a mis neuronas a hacerme sentir un cosquilleo cerebral ante la contemplación de un amanecer de un día cualquiera.

Mientras me tomo el zumo de naranja y me asomo a la ventana sureña de mi salón, muchas veces, incluso con frío en el exterior, la abro para oler el día que nace y tomar la pausa necesaria antes de entrar en la vorágine devoradora de un nuevo día.

Hay veces que, como espectador privilegiado desde ese mirador, trato de encontrar ese cosquilleo que no viene, esa emoción ante lo básico que me lleva a tiempos pasados, a la esencia de mí mismo y de mi relación pasional con el vivir.

Será que la rutina, nada química, entorpece los chispazos entre neuronas causantes de esa sensación tonta y barata de felicidad total.

Lo bueno es que hay días, mañanas en que te levantas sin pensar en nada, que tomas el mismo zumo, enciendes el tostador con el mismo sueño y, como un reclamo, la ventana te llama para decirte:

Vente para acá, Salva, vente para acá y mira cómo de bonito se ha puesto hoy el sol para ti.

martes, marzo 01, 2011

Producir

Hay un término muy utilizado en Economía y, más concretamente, para explicar los atrasos de España: La productividad.

Se dice, por un lado, que los convenios colectivos que se firman impiden avanzar en este concepto porque independiza los resultados de una empresa de la política salarial de la misma.

Entiendo que una política progresista, y progresista me siento yo, no debería obcecarse en considerar que esa petición es dominio exclusivo del conservadurismo más capitalista.

La virtud tiene que estar precisamente en que los que creemos en la redistribución de la riqueza y las políticas sociales reivindiquemos la palabra productividad.

Porque para repartir riqueza primero hay que crearla.

Olvidémonos de la empresa privada y de España. Vayamos a la Escuela pública en Finlandia. Allí se trabaja y se valora al profesorado en particular, y al centro escolar específicamente, por su rendimiento.

Tenemos que ser pragmáticos y entender que nuestra evolución salarial debe ir unida de algún modo, cuantificable, a los resultados, por un lado de mi trabajo y por otro de los de la empresa, el consorcio o la institución en que yo esté integrado.

No se puede permitir que una parte importante de nuestro funcionariado sea indolente porque tenga integrado que, pase lo que pase, llegará la misma nómina a fin de mes. Ni que un trabajador escaqueado de una multinacional reciba el mismo reconocimiento que el que saca con gallardía sus tareas adelante.

Si queremos una sociedad fuerte, cohesionada y justa tendremos que eliminar determinadas inercias que nos hacen aportar menos de lo que podríamos a su riqueza y, en consecuencia, al bienestar nuestro, de nuestra familia y nuestro entorno.

La izquierda a veces ha equivocado el mensaje pensando que protegía al trabajador y, sin embargo, lo adocenaba.

Establezcamos reglas, justas, que recompensen al que más se moja, desde la más impecable defensa del trabajador.

Seamos inteligentes, entendamos que nuestro futuro está en juego y encontremos fórmulas que nos hagan crear riqueza. No para unos pocos, sino para repartirla a partir de unos impuestos justos y progresivos.