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sábado, febrero 26, 2011

Operación Salmorejo

A la semana de haberme mudado a París, tras haber firmado un contrato de entre tres y cinco años de trabajo, me entró un ataque de pánico. ¿Qué he hecho con mi vida? Era pleno enero, apenas había luz del sol, las temperaturas eran gélidas y no conocía a nadie allí. Mi puesto, además, era de nueva creación y había que darle contenido a partir del trabajo con personas de distintas direcciones que me miraban con el recelo con que se suele mirar a un extranjero que viene a ocupar un asiento del que no saben si es merecedor.

Así que, a pesar de no encontrar un vuelo barato, organicé mi primera Operación Salmorejo. Llamé a todos mis amigos sevillanos y los cité en el bar Eslava un viernes por la noche, a sólo una semana de haberme ido, para invitarles a unas cervezas y unas tapas de Salmorejo.

Fue emotivo.

El tiempo fue pasando, yo me fui adaptando a mi nueva ciudad, a sacarle punta a mi trabajo y a soportar mejor el tráfico, el frío y el carácter parisino. Las Operaciones Salmorejo continuaban, pero se espaciaban cada vez más en el tiempo.

Cuando ya íbamos por la novena o décima, apenas venía nadie a tomar esas cervezas. La distancia es el olvido.

Mi apartamento de París, en pleno barrio latino, era anfitrión de múltiples visitas de amigos y familiares que me hacían feliz.

Llegó el día, tres años después, del regreso a Sevilla. Dejaba atrás una experiencia enriquecedora, una ciudad a la que vuelvo muchas veces al año, amigos franceses y una sensación de haber superado con éxito una etapa de mi vida.

En Sevilla me reencontré con menos amigos, los auténticos, los que casi nunca fallaron en mis sucesivas Operaciones Salmorejo.

A menudo me cruzo con los otros, los que me llamaban 'hermano', los que rápidamente se organizaron viajes de quince días a mi piso de París y que no supieron mantener el hilo abierto.

Nos cruzamos, yo les miro a la cara y me susurran, sin sonido, un hola endeble.

Entonces entendí que el viaje había tenido una cualidad más, había filtrado lo auténtico de mi vida emocional.

miércoles, febrero 23, 2011

¿Dónde quedan?

Leí que en Bengasi, en la costa este de Libia, los manifestantes contra el régimen de Gadafi se acercaron a una comisaría para solicitarles unirse al pueblo. Los policías abrieron las puertas y la gente, entusiasmada, entró. Pocos minutos después, con 23 manifestantes ya en el interior, cerraron a cal y canto y los acribillaron con balas en la frente.

Todos somos culpables de haber asumido como normal que existiesen Libias.

Un Diablo vestido de túnica insulta al Islam escupiendo amenazas contra su pueblo, invocando ríos de sangre, bombardeando con la aviación a la patria que dice defender.

La gente, en cambio, sale, grita, se lanza contra la sinrazón de haber aguantado decenios, tal vez milenios de sometimiento a dictadorzuelos de harenes, banquetes y piedras de diamante.

No puedo acostarme estos días sin sentir una doble emoción, la de quien se sabe partícipe de la ruptura del mundo islámico con el fatalismo que suponía tener que asumir vivir en la edad media en plena época digital y el dolor de pensar en los muertos, héroes anónimos que están sacando a sus vecinos, a familiares y conciudadanos anónimos, de la postergación.

Yo sería seguramente el cobarde que miraría la tele horrorizado, maldiciendo a Gadafi, sin tener el valor de salir a la calle para gritarle ¡basta! por el temor egoísta a que una bala me borrara de este mundo.

Sin embargo, pienso en esos 23 valientes de la comisaría de Bengasi y me planteo, ¿dónde quedan esos héroes?

domingo, febrero 20, 2011

Al vuelo

Teníamos hambre, era domingo noche y llevábamos todo el día en la calle.

Nos gusta investigar sitios diferentes y dar oportunidad a todo emprendedor que se lanza a montar un sitio nuevo, sobre todo si éste es original, se escapa de lo de siempre y arriesga.

Le había echado el ojo a esa casa de la Alameda desde hacía mucho tiempo, en la época en que ésta era una zona degradada de Sevilla que se iba reconvirtiendo y a la que yo me decidí venir a vivir.

La restauración del local ha necesitado sin duda de dinero y buen gusto. Varias plantas, tratando de darle a cada una un ambiente. Nos fuimos a la parte alta, la terraza. Hacía buena noche. Varias mesas, más de la mitad ocupada por turistas extranjeros.

¡Perfecto!

El camarero era belga -mi curiosidad hace preguntarlo todo.

Tardó en traernos la cerveza y la carta. Pero era domingo. No había prisa. Nunca debiéramos tenerla.

La carta estaba trabajada. Cada plato, casi dos líneas por cada uno, parecía haber estado redactado por un maître francés.

Tenía ganas de carne.

Cuando llevábamos más de media hora, con la cerveza recién puesta, por fin el belga se acercó.

Me tomaré la presa.

No queda.

Entonces el pato.

Hemos tenido día complicado. Pato acabado.

¿Qué os queda de carne?

Solomillo de buey.

Me encanta el solomillo.

Por medias se acabó la cerveza. Hubo que hacer una bajada para buscar otra. El belga no aparecía. Llegó un grupo justo a nuestro lado. La paciencia pudo con ellos. No llegaron al aperitivo.

¡Pero hacía tan buena noche!

Nos dio tiempo a pensar que comer carne tan tarde podría hacer pesado el sueño. El jaleíllo de la Alameda se iba apagando cuando llegó la ensalada.

A mi pareja le sirvieron su pescado y le pedí, por favor, que comenzara.

Estaba muy bien presentado, en un plato circular inmenso de cristal. La guarnición, escasa, parecía diseñada con pincel. Muy colorida.

Quedábamos solos en la terraza, junto a una pareja de jubilados ingleses, cuando, con el pescado ya más que digerido, llegó mi solomillo. Las tripas crujían.

Venía todo redondo, acompañado de patatas y una salsa morada, impecablemente expuesto en una tabla rectangular, inmensa, de pizarra.

El belga tenía la sonrisa de aquéllos que no se enteran de nada, o que prefieren no pensar que llevábamos dos horas esperando.

Fue a colocarme la tabla de pizarra en la mesa cuando, ¡uuupsss!, el solomillo salió rodando del plato.

Alargué la mano con reflejos que no creía tener para cazarlo al vuelo.

El guiri de la mesa de enfrente se rió de mi destreza.

El belga contuvo el aliento.

Yo me comí, feliz, mi solomillo.

martes, febrero 15, 2011

Frágil

Generalmente el ser humano no es consciente de las oportunidades con las que nace, sino que nos creemos en el derecho de presumir, aun inconscientemente, de valores que muchas veces nos han venido dados.

Si lo vemos a la inversa, despreciamos benevolamente a quien ha nacido con determinados miedos, faltas o carencias.

Creemos que, porque sí, todo el mundo está preparado para afrontar este mundo exigente de locos.

Sin embargo hay gente frágil.

Sí, hay un gran porcentaje de caraduras, indolentes y aprovechados. Desgraciadamente. Y son esas personas con actitudes denigrantes y corruptas las que más hacen daño a las personas que nacieron con menos defensas que el resto.

Yo me considero un tío fuerte, tengo ganas cada día que pasa de comerme el mundo y los proyectos pululan en mi cabeza a un ritmo que dan calambre.

Eso no me quita para saber que tengo mucha gente querida alrededor a las que se les hace una montaña afrontar su futuro, que se ahogan ante la perspectiva de un trabajo incierto o una vida sentimental que no les aporta la felicidad soñada.

A mí esa gente sana, sensible, que nació con genética tendente a ahogarse en un vaso de agua, me hacen plantearme mis propias fuerzas.

No todo consiste en escalar, pisar y criticar al que no puede o no quiere vivir en este mundo de competitividades.

'Quiero que seas frágil, quiero que seas tan frágil como yo'.

sábado, febrero 12, 2011

Pasado

En la biblioteca de mi memoria hay una escena que vuelve a mí a menudo. Mañana veraniega de playa en La Antilla, mi pandilla de entonces tumbada en la arena y risas a carcajada limpia, como sólo se puede reír con ocho o nueve años. Poco importan los motivos de esa felicidad tan sana y despreocupada que no volvería. No de esa forma.

Es teoría comunmente aceptada que el pasado hay que dejarlo atrás. 'La clave de la felicidad está en saber vivir el presente'.

Pero es que todo es presente. No hay futuro ni pasado en nosotros porque lo que existe es todo construcción de los que lo percibimos, interpretamos y disfrutamos.

En mi presente están las palmeras de chocolate que me tomaba con Mariángeles junto a la biblioteca de la Universidad, entre pausa y pausa de estudios.

Me gusta tumbarme una tarde cualquiera con las luces apagadas, en silencio, a solas y disfrutar de lo que he ido siendo.

Construyo terapias no invasivas ni químicas a base de ordenar esa biblioteca imaginaria que me lleva a ir comprendiendo por dónde están las claves de mis sentimientos.

Mi presente es pasearme con mis padres y mis hermanos por la Plaza de América y cerrar los ojos, histérico, aguantando los picotazos de las palomas a las que, aunque haga treinta años, estoy dando de comer ahora.

miércoles, febrero 09, 2011

Conexiones

Soy un convencido de que la vida hay que mirarla con ojos abiertos para entenderla porque, en cuanto te descuidas, te ves en medio de ninguna parte.

Tan cierto como que no hay verdades absolutas ni maneras únicas de interpretar la vida y, por ende, las relaciones humanas, lo es el hecho de que hay determinadas reglas que siempre se cumplen.

Leí hace tiempo a Milan Kundera reflexionar hasta qué punto las relaciones con los demás no son sino una relación de fuerzas entre nosotros, los humanos.

¿Hasta qué punto nuestras acciones hacia el exterior, hacia el otro, son desinteresadas?, ¿cómo de sinceras son las sonrisas, los favores, las invitaciones a cerveza, las llamadas telefónicas, los abrazos?

Si profundizamos en el alma humana seguro que encontramos que hay mucho de cierto en esa reflexión. Aún con buenas intenciones y cariño sincero puede que nuestro subconsciente nos guíe hacia territorios que nos hacen sentirnos más queridos al querer, menos solos al ayudar, más completos al vernos como útiles al otro.

Entrar en esos terrenos, en cambio, no sé si es del todo sano. No quiero analizar hasta qué punto hay soledad, angustia o frustraciones que expliquen el universo de personas que me rodean y dan sentido a mi vida.

Creo que la aproximación más sana es jugar al juego de nuestros instintos y entender la vida como una prueba en positivo. Utilizar todas nuestras actitudes y calidades para interactuar.

En este mundo duro que nos toca vivir, sin haber elegido, tengo claro que hay que cultivar las conexiones. Yo estoy aquí y ofrezco lo que soy. Tú me aportas tus valores. Aprovechémonos mutuamente, utilicémonos sin complejos, con generosidad y las mejores intenciones.

Como dicen los chinos 'todo lo que no se da, se pierde...'

No dejemos que pasen los trenes y, un día, nos encontremos en medio de ninguna parte.

lunes, febrero 07, 2011

Temps pourri

Así autolesionan su orgullo los franceses del norte cuando hablan de la meteorología de su país. 'Tiempo podrido'.

La semana pasada estuvimos unos días intensos en París. El frío era brutal y el viento helado hacía que aún lo pareciese más. Para colmo la primera noche no funcionaba bien la calefacción en el hotel y esa gelidez se colaba por las rendijas de las antiguas ventanas de madera.

Este fin de semana estuvimos en nuestro apartamento de Conil. La mañana, espléndida, me permitió dar un paseo de dos horas bajo un sol primaveral viendo al fondo el perfil de la costa africana.

Respiraba hondo y me sentía pleno.

Recuerdo un amigo, que vivía en el pirineo catalán, que exageraba diciendo preferir un árbol de esas montañas a todas las catedrales del mundo.

Si a mí me dan la oportunidad de vivir de nuevo en París, seguramente diré que sí, que me voy de nuevo para allá, mi amada ciudad. Pero eso no es óbice para que, mientras no lo disfrute, me recree en todo lo que hace de ella una ciudad invivible.

Su tráfico, el mal humor y su 'temps pourri'.

jueves, febrero 03, 2011

Magnolia

Me tomaba un café en el Starbucks de la Campana.

Momento de felicidad. Periódico y café con dulce de chocolate blanco un día de fiesta.

Leo una entrevista a un director de cine, Manuel Benito, ganador de varios premios internacionales de cine con documentales y cortos. 'Grabé mi primera película con 8 años utilizando mis muñecos de Star Wars'.

Vivía en Sevilla.

Busqué por google información acerca suya. Encontré su productora: 'Producciones La Chari' y su email.

'Me llamo Salva, quedé finalista de un premio de novela... y me gustaría invitarte a un café'.

Tardó poco en responder positivamente.

Un café llevó a un gintónic, y el gintónic a otro café... Se fue con mi novela un día, yo con su documental otro. Un martes quedamos para un jueves, otro jueves para un martes.

Mi novela le llevó a Magnolia, una película triunfadora en Cannes en el 2000 de Paul Thomas Anderson, con Julianne Moore y Tom Cruise.

Hace una semana me la dejó. Me acosté tardísimo disfrutándola.

'Esa película presenta la historia como tu novela lo hace'.

Hoy teníamos la cita definitiva. Yo estaba nervioso. Una comida y un chupito de licor de hierbas precedieron a un pequeño conflicto de tráfico antes de aparecer en nuestro habitual lugar de encuentro.

'¿Tenemos peli?'

Le pregunté.

'Sí'

Nos dimos un abrazo.

La semana que viene empezamos.

La vida es eso.