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salvador-navarro.com

viernes, abril 30, 2010

Inmovilismo

Sé que en todas las épocas, ciudades y sociedades existen y existirán grupos de personas que lucharán con todas sus fuerzas por mantener las cosas 'como toda la vida' han estado.

En mi propia fábrica, donde llevo década y media trabajando, tengo bien identificado a los fatalistas. 'Hay cosas que son inarreglabes porque siempre han estado así'. Es el mayor freno para progresar, desde el momento que consideramos que hay cosas que no tienen arreglo.

Hay un gran filósofo alemán, Erich Fromm, que los clasificó como necrófilos. Amantes de la muerte.

Son las personas que se alegran, inconscientemente, del mal de los demás; eso les consuela de sus propias miserias. Si alguien es guapo, 'el tiempo lo estropeará', si alguien es buena gente, 'las miserias de la vida lo pondrán en su lugar', si alguien es emprendedor, 'acabará desengañado con el mundo', si te ven feliz 'ya te llegará el momento de sufrir'.

Es esa parte enferma de nuestra sociedad que se escandaliza porque se aumenten los derechos sociales ('¡qué horror, ver a dos hombres besándose!', '¡los inmigrantes se están llevando nuestro empleo!).

Ese peso pesado con el que arrastramos que tiene forma de iglesia católica burocrática, de grupos falangistas que no quieren hacer justicia con el pasado, de asociaciones que sólo se movilizan para escupir encima de los 'diferentes'.

Se movilizan contra el aborto pero echan la vista a un lado al conocer que el cura del pueblo se aprovechaba de los niños del colegio... 'eso siempre ha sido así'.

Niegan el cambio climático porque 'el tiempo siempre ha estado loco'.

Frente a los necrófilos, los biófilos: esa gente fantástica de la que me rodeo, vital, con ganas de cambiar las cosas, aunque las inercias nos hagan pensar, equivocadamente, que otro mundo mejor no es posible.

miércoles, abril 28, 2010

¡Hay noches tan perfectas!

En que uno siente que todo tiene sentido.

Hay momentos en la vida tan plenos que uno cree haber encontrado el Gran Secreto de la existencia.

Miradas desde fuera, hacia adentro, de seres amados, de ti hacia tu amor; hay carcajadas tan sanas que no te explicas las complicaciones del vivir.

Un día recibes un chaparrón de cariño y comprendes la inmensidad de la Vida.

¿Por qué, en cambio, los hacemos tan fugaces, así de caros, rebuscados, esos encuentros con nuestro interior, la comunicación honesta con la persona amada?

El ser humano holgazanea la caricia, penetra en laberintos teniendo frente a sí la línea recta, el paisaje sereno de lo que son las claves del saber vivir.

Anoche, tras una cena espléndida de carne traída de San Sebastián, mi gran amor me escribió un mensaje para decirme lo alegre que le hacía vivir conmigo.

Benedetti lo decía: en el Amor no hay posturas ridículas ni cursis ni obscenas; en el no amor todo es ridiculo y cursi y obsceno.

lunes, abril 26, 2010

El hombre de Flores

No hace mucho aparecieron nuevas informaciones en la prensa sobre el hombre de la isla de Flores. Retuve dos datos: se trataba efectivamente de un hombre (en cuanto ser bípedo dotado de raciocinio) y tenía características que le hacían diferente en aspectos principales del hombre actual (su cerebro diminuto implicaría un nivel intelectual menor).

Por circunstancias, ese ser humano desapareció.

Mi cabeza se pone a imaginar y piensa qué hubiera sido del mundo actual con el hombre de Flores presente. Suponer que, en uno de los múltiples viajes de los 'descubridores', hubieran llegado a esa isla y se hubiesen encontrado con esa tribu.

¿Hasta dónde habría llegado el circo?

Si ya se hicieron masacres, se esclavizó, sometiendo a ultrajes a otras razas por el hecho de ser de piel diferente, ¿qué hubiera hecho el hombre actual con uno de metro veinte que tuviera un coeficiente intelectual de 10 frente a 100?

Viviendo el mundo que vivimos en que se desprecia al inmigrante como peligroso por no tener papeles, sin tener la mínima empatía para ponerse en lugar del otro ni pensar en la suerte de haber nacido en un primer mundo privilegiado, donde hemos tenido acceso a la educación, al sustento básico y al caprichoso, un mundo en que, al parecer, molesta el diferente porque implica preocupación, inseguridad, temor, desconfianza, viviendo en este mundo construido a base de luchas insanas, ¿en qué lugar nos habría dejado ese pequeño ser humano?

¿Dónde hubiésemos metido a ese hombre de Flores en una sociedad que reparte panfletos denostando a los rumanos, a los 'moros', a los 'sudacas'?

Tal vez, en cambio, ese hombre pequeñito nos hubiera servido como espejo para darnos cuenta de lo que no somos. Quizás, siendo optimistas, hubiésemos visto reflejado en ellos nuestra debilidad y ese reflejo de hombre mínimo que tendríamos frente a nosotros nos hubiese llevado a cuidar más de ellos, y cuidándoles hubiésemos sido más respetuosos con el hábitat que compartimos.

En ese cuento de hadas de mi imaginación, el hombre de Flores sería nuestro ángel redentor, porque veríamos en él nuestras limitaciones, hasta qué punto estamos condicionados por nuestra naturaleza.

Si, ojalá, ese hombre indefenso hubiese pervivido, tendríamos una escala en la que compararnos y nuestra idiotez como grupo se relativizaría. Entenderíamos qué es importante y lo que no, porque tal vez ese hombre pequeño de mentalidad corta sería feliz disfrutando de las pequeñas cosas.

sábado, abril 24, 2010

Susceptible

Con el paso de los años se ha ido diluyendo afortunadamente en mí esa tendencia a tomar cualquier comentario como un ataque más o menos despiadado a mi persona. Haber tenido tantos complejos en la infancia contribuía a ello. No tenía piernas sino palillos de dientes, bizqueaba de un ojo y eso me obligaba a llevar un parche para hacer trabajar a ese ojo vago, era el más pequeño, en dimensiones, de la clase, jugaba al fútbol como un pato en las horas de recreo, era tímido hasta decir basta.

Mi susceptibilidad se convirtió en coraza; como el mundo mundial me atacaba y tenía tendencia a ridiculizarme, yo me defendía; y lo hacía con la mejor de las armas que encontré: la inteligencia, la seriedad, el distanciamiento. Haciéndome respetar.

Cuando con 13 años me llevaron en autobús a mi primer campeonato de España de remo, en Mequinenza, yo sufrí lo indecible viendo como los mayores denigraban a los novatos, bajándole los pantalones, dándoles collejas, riéndose a carcajada limpia de sus voces aún de imberbes. Recuerdo que, cuando pararon a echar gasolina, me acerqué al Jefe de la banda y le dije que ni se les pasara por la cabeza hacer nada conmigo. No lo hicieron y yo tardé muchos años en abadonar las pesadillas de ese autobús.

La madurez te aleja de esos períodos de hipersensibilidad en que uno va formando su carácter y eligiendo a los primeros amigos.

Los residuos de susceptibilidad que queden en mí me desagradan, aunque en tiempos me hicieran bien. Ahora, con 42 tacos, me siento fuerte para defenderme, para aceptar las críticas razonadas y para entender que el mundo, por fortuna, no gira a mi alrededor.

sábado, abril 17, 2010

La bufanda morada

Yendo al cine en un pueblo de Cádiz hace pocos días vi, desde mi puesto de copiloto en el coche, a una chica joven, vestida para salir, con medias y un vestido violeta, a la que se le caía la bufanda por la acera solitaria. Pedí frenar para avisarla cuando me di cuenta que era un paquete de patatas vacío. Ella seguía hacia adelante, chupándose los dedos aceitosos y yo me arrepentí justo después de no haberla avisado por su 'bufanda' caída. La vergüenza hubiera sido mayor, o no; con ese caldo de cultivo lo mismo me llama 'cabrón' y nos tira una piedra a la luna trasera del coche.

No hace mucho, saliendo de cenar de noche, tomamos un taxi. Dimos las buenas noches antes de indicar la dirección de casa. La respuesta, ninguna. A mí, entonces, me dio por protestar. Le pregunté si no iba a devolvernos el saludo y el hombre, mayor y malhumorado, calló. Como el trayecto era largo y la tensión alta, quiso sacar conversación con el argumento del parte meteorológico. A mí no me sirvió como atenuante y le pedí un poco más de educación.

Presumimos de país, de ciudad, 'aquí se vive mejor que en ningún sitio' y de simpatía. No digo que no. Afortunadamente, en mi vida diaria, no trato con gente ensucia-ciudades ni retira-saludos, incluso se puede pensar que soy demasiado tiquismiquis, que hay cosas más importantes de las que preocuparse.

Yo tengo suficiente tiempo para reflexionar sobre lo más importante y lo que no.

El civismo es una muestra del nivel humano de nuestra sociedad.

martes, abril 13, 2010

Repetir

En uno de mis nuevos viajes a París, y a pesar de mi montaña de libros por leer, he tomado para mis horas de aeropuertos, aviones, cafés y habitaciones de hotel a 'Carol', una novela de Patricia Highsmith de la que guardo un feliz recuerdo y, sin embargo, no pongo en pie.

Sé que es la historia de amor entre dos mujeres de edades lejanas en el Estados Unidos de la posguerra, recuerdo que las dos tenían un compañero en sus vidas que no les hacían necesariamente infelices; pero olvidé las sutilezas, los encuentros que les hicieron abandonar su vida previsible para arriesgar por otra más auténtica, menos sencilla, en una America puritana.

Llegaré, en pocas páginas, a viajar con ellas recorriendo Estados Unidos, en coche, sin rumbo fijo, escapando.

Milan Kundera decía en 'La insoportable levedad del ser': El tiempo humano no da vueltas en redondo sino que sigue una trayectoria recta. Ese es el motivo por el cual el hombre no puede ser feliz, porque la felicidad es el deseo de repetir. Sí, la felicidad es el deseo de repetir.

Sin quererlo, siempre me he negado el placer de repetir. Tal vez el ansia de descubrir nuevas historias, mundos desconocidos, la eterna provocación, dejando a un lado las 'Carols' que un día me enseñaron a amar paisajes que no tengo por qué enterrar.

¿Será la puñetera madurez?

domingo, abril 11, 2010

Arrastrarse

Hablo desde mi experiencia personal, ya lejana, en que unos cuentos revolcones sentimentales me llevaron a plantearme qué es lo que hace que, dejando a un lado las premisas imprescindibles de la atracción física y personal, una relación de amor muera a las primeras de cambio.

Eso sí, el tema me lo planteo a día de hoy no por mí, felizmente enamorado y correspondido, sino por gente a la que quiero, cercana, que no termina de encauzar una vida en pareja, que se obsesionan con ello, creyendo equivocadamente que una vez atravesada esa línea la felicidad aparece con luces de neón.

Mi principal teoría, casi que única, tiene que ver con la estrategia, sí, estrategia, de no arrastrarse.

El ser humano es, generalmente, tan vanidoso que confunde el que alguien muestre un fuerte interés por ti con una batalla ganada. Entiende que recibir dos mensajes diaros de móvil es tener a la persona en la palma de la mano.

Por eso yo recomiendo mesura. A pesar de que el estómago se te revuelva pensando en la persona amada que acabas de descubrir, por muy hermoso que sea el sexo con ella, o las caricias, aunque creas ver brillo en sus ojos cuando compartes una cerveza, o proyecta contigo planes que sólo son creíbles en alguien que pierde el alma por ti.

Mesura para mostrarte poco a poco, para hacer ver la realidad, que tu vida es completa, que tienes grandes inquietudes, que se colman en gran parte con tus amigos, familia, compañeros de trabajo.

Es duro, pero cuando te echas en los brazos de aquella persona con quien, en el fondo de tu corazón, deseas compartir tu vida, estás desprotegiéndote de su vanidad, arma peligrosísima cuando las bases aún no son sólidas.

Amor sí, pasión toda, pero sin desesperación, sin prisas.

Si el ser humano fuera más sano no serían necesarias estrategias... pero se sufre mucho.

martes, abril 06, 2010

Amistades maduras

Mi reflexión no viene acerca de la capacidad de hacer madurar nuestras amistades de siempre, que más veces de lo que quisiéramos guardamos en formol cuando los puntos de unión y el cariño han ido sustituyéndose muy a nuestro pesar por llamadas formales y felicitaciones de cumpleaños; hago referencia a nuestra capacidad para introducir, a edades adultas, nuevas gentes en nuestro mundo afectivo.

El panorama en el que nos movemos es poco favorecedor a dejar tiempo para aproximarnos a 'extraños', para incluir en nuestra cotidianeidad otras caras, dándonos oportunidades, que merecemos, para descubrir que, aún casados, aún con cuarenta o cincuenta años, aún con niños, aún con diez horas de trabajo diarias, tenemos el derecho a disfrutar del placer de integrar aire fresco en nuetras relaciones personales.

Dicen que no hay nada más estresante que tratar de mantener a flote amistades moribundas, pero sin embargo, y por lo general, no nos damos oportunidades para ir 'recambiando' éstas por otras más semejantes a lo que la vida ha ido construyendo en otros territorios presentes que no queremos a veces reconocer como propios, añorando otras personas con nuestros mismos nombres y apellidos que ya no somos.

Yo dejé de ser el niño introvertido, el adolescente empollón, el universitario juerguista, el competidor en campeonatos de remo, el descubridor del mundo de la perversión, el obsesionado por el trabajo... Ése era yo y algo de mí queda, y en esas estaciones pasadas tomé trenes en compañías muy gratas que, en algunos casos, hermosos, aún comparten mi vida.

Pero quiero seguir cogiendo trenes. Sí tengo tiempo para dedicarlos a nuevos compañeros de viaje, sí quiero saber de sus vidas, sí tengo interés en conocer las intimidades y vivencias de personas que aún no han llegado al andén de una estación en la que uno de mis trenes parará tarde o temprano.

Y, claro que sí, podrán ser tan amigos como aquel Gregorio del parvulario que yo creí inseparable de por vida en esos tiempos en que mi mundo se escribía con libros de caligrafía.

viernes, abril 02, 2010

Paolo

El azar y la buena suerte me llevaron a dar con Paolo a los pocos días de llegar a París, en una misión laboral de tres años acordada con mi empresa.

Italiano algo mayor que yo, llegado a la ciudad por un amor que ya había terminado, traductor freelance como oficio, experto en historia de Egipto y 15 metros cuadrados en el barrio de Les Halles.

Quedábamos cualquier día de la semana para tomar vinos. Escuchábamos con atención todo lo que nos contábamos. Yo le proponía museos, cenas, viajes... y todo le parecía bien. Cada visita de familia o de amigos de España que venía, hacía migas con Paolo y quedaban encantados.

Si le llamaba para ir a visitar Orleans, a él le parecía fantástico, pero si se truncaban los planes él veía una oportunidad para dormir una siesta maravillosa.

Con Paolo no había problemas. Lo bueno y lo malo, todo venía bien.

Era un ejemplo vital para mí. Yo quería ser como él, quería 'paolizarme'.

Recuerdo que, a partir de una noticia leída en el periódico, descubrí que Carmen Maura, actriz fetiche para mí, vivía no muy lejos de mi apartamento parisino. Investigué y conseguí su teléfono. La llamé, inocente, para invitarle a cenar en casa. Pero siempre salía el contestador. Era ella. Hola, soy Carmen, ahora no estoy en casa pero te devolveré la llamada... Llamé muchas veces antes de contárselo a Paolo, que me pidió hacer un nuevo intento delante suya. Él tomó mi móvil y, ni corto ni perezoso, le propuso al contestador:

'Hola Carmen, soy Paolo, llámame...' y a continuación le daba su teléfono en francés.

Nunca lo llamó (que yo sepa).

Cada primavera venía conmigo a Sevilla. No se perdía una Feria, conoció la Semana Santa. Sabía en qué bares de Sevilla ponían cada tapa, hizo migas con todas mis amistades, con mis hermanas, las madres de mis amigas la querían como futuro yerno...

Un día, paseando por París, me contó durante horas la historia de Akhenaton, el primer faraón que intentó imponer un único dios al pueblo. Enlazaba todo con tal fluidez que recuerdo esa tarde otoñal en París como deliciosa.

Eran las tres de la mañana cuando me despertó el móvil. Varios mensajes seguidos, indescifrables. Venían de Paolo. Lo llamé al día siguiente, y durante varios días, sin poder dar con él.

Un mes después me llamó para decirme que un amigo suyo se asustó por haber recibido muchos mensajes en 'egipcio' y llamó a una ambulancia. Se lo llevaron con camisa de fuerza y así lo tuvieron un mes. Yo le confesé haber recibido también esos mensajes. Lo imaginé emporrado hasta las trancas, volando por su estudio de 15 metros cuadrados en comunión con Akhenaton y las momias no lejanas del Louvre.

La última Feria que estuvo en Sevilla yo no sabía dónde meterme. A cada palabra que hablaba trataba de buscarle sus orígenes en Grecia o Roma, salía de copas con los cascos puestos y bailando a Madonna en medio de un bar de tapas, se maquillaba como un faraón para, según él, no infectarse los ojos.

Yo le dije que no podía seguir así con él.

Entonces Paolo me dio la explicación: Salva, hermano mío, tú sabes que yo soy de otro planeta...

Hice un esfuerzo, años después, por quedar con él en París. Yo iba con Mariángeles y Fran, que me animaron a hacer un último intento.

Pero Paolo ya estaba en esos mundos hermosos donde Akhenaton predica que el mundo es fantástico, maravilloso...

Me asusta pensar qué es de él.