En nuestra sociedad a veces se dan mensajes políticamente correctos pero, a mi entender, desacertados de raíz.
Se habla, por ejemplo, de la violencia de género como algo que ocurre por igual en todos los estratos sociales, que no hay distinción estadística en función del nivel cultural de los implicados.
Y no es verdad. Ni lo puede ser ni lo es.
No es el mío un discurso clasista o de alguien que vive en una nube desde la que no se ve la calle.
Cuando vemos las cifras de los asesinatos machistas nos damos cuenta que la proporción de emigrantes es altísima, la de barrios miserables también.
Asesinos machistas sin escrúpulos hay potencialmente en cualquier lado. No pienso que haya en los genes de ningún hombre tendencia a despreciar a las mujeres, a maltratarlas, a condenarlas en vida a un continuo bombardeo de mensajes desmoralizantes.
Es cierto, sin duda, que hay personas que por muy buen entorno en que hayan crecido siempre serán malas malísimas. Pero hablamos de excepciones.
Si pasas tu infancia rodeado de familiares que tienen el mal gesto como rutina, que no saben lo que es un periódico y se jactan de ello, que no respetan un letrero indicativo porque no se preocupan de leerlo, que no dan las gracias cuando te sirven un café, que tiran los papeles al suelo o escupen como animales, si creces en un ambiente donde la única meta es sobrevivir para ganar dinero fácil, sin escrúpulos, donde no se valoran los afectos ni dan importancia a la educación de los críos porque se considera que estudiar es perder el tiempo, se están plantando las semillas para crear un ser indolente, despreocupado, insolidario, desclasado, retrasado respecto a los valores mínimos exigibles a la sociedad, acomplejado y peligroso.
Así, desgraciadamente, hay muchas personas en mi querida España. No digamos en el mundo.
En nuestro país durante muchos años hemos visto gente analfabeta funcional soltando billetes de 500 euros y riéndose de ti por depender de una nómina, vemos niñatos cuya única preocupación es ponerse hasta arriba de alcohol en descampados los fines de semana, encerrados en conversaciones que lo máximo a lo que llegan es a comparar el precio de sus camisetas de marca.
Ahora vienen estos lodos. Se crea a la fiera y nos asustamos cuando no conseguimos amansarla.
En determinados barrios el único objetivo de una cría de quince años es echarse un marido que la mantenga, porque no le han enseñado que pueda servir para otra cosa. Las pintan como puertas y las sacan de las escuelas en cuanto pueden para ponerlas a trabajar en casa.
Sé que es complicado lanzar este mensaje, pero se ven muchos menos asesinatos machistas en familias de clase media, donde la educación está estructurada.
El reto de esta sociedad es la educación, la formación, enseñar a conversar, a apreciar al otro, al diferente, la tolerancia. Hay violencia de género en Suecia, seguro, pero cierto es también que es la vigésima parte de la existente en Bolivia, la centésima parte de la de Camerún.
Luchar contra el maltrato es transmitir valores, crear disciplina, comunicar la importancia de leer, aprender, practicar, escuchar, respetar.
Cuando los valores son cuántas cadenas de oro tengo colgadas al cuello o lo bonito que es mi coche verde fluorescente tuneado, mal vamos.
¿Criminaliza mi discurso a los barrios obreros? Nada más lejos de mi intención. Mi razonamiento es un grito a esta sociedad para que sepa configurarse de modo que asegure la oportunidad de igualdades, una educación gratuita y de calidad, en que se ejemplarice con conductas nobles, no con mangantes, chuletas y caricaturas de la prensa rosa.