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viernes, octubre 31, 2008

Fronteras de no retorno

Tal como se han desarrollado los acontecimientos, el comportamiento ético de la periodista Pilar Urbano queda, a mi entender, bastante en entredicho. No vale todo por vender libros o conseguir una portada. Comprar un ejemplar de la publicación sobre la Reina que viene de lanzar al mercado no está entre mis planes, pero habría que comprobar si realmente las frases que ayer se pusieron en boca de la Reina son realmente literales, ya que supuestamente la Casa Real dio el visto bueno a todo lo incluido en dicha publicación.

Independientemente de todo esto y aún teniendo en cuenta la rectificación de la institución monárquica, parece que los comentarios de la monarca no andan lejos de los reflejados ayer en gran parte de los medios de comunicación.

Error fatal a mi juicio.

Desde mi posición ideológica, firme, argumentada y abierta a razonamientos de quien no piense como yo, no puedo estar más en desacuerdo con las opiniones de la Reina. Apoyar la teoría de que venimos de la costilla de Adán y que sea ésa la información que tienen que recibir los chavales para entender de dónde viene el hombre, estar absolutamente en contra del aborto o la eutanasia, negar el matrimonio homosexual aprobado por el Parlamento con frases desafortunadas de carrozas y manifestaciones, es absolutamente aceptable viniendo de cualquier persona que no sea miembro de la Familia Real. Porque a ellos se les paga por no opinar, por no tomar partido, por representarnos a todos.

Desde ayer no me siento representado por la Reina. Un personaje al que siempre he admirado, con el que simpatizaba por su dulzura, discreción y generosidad.

No hay que entrar a discutir sus posiciones exageradamente conservadoras (quiere para la Educación lo que Sarah Palin), hay que criticar con contundencia el hecho de que tome partido.

En este sentido, se han visto declaraciones desafortunadas de políticos socialistas (irresponsables las declaraciones de Javier Rojo, Presidente del Senado, justificando lo injustificable) frente a otras afortunadas del Partido Popular (Esteban González Pons ha dicho con claridad que no se puede tomar partido desde la Casa Real, independientemente de lo que se diga).

La grandeza está en saber discernir cuál es la discusión. No estamos analizando las declaraciones de una mujer católica de 70 años, con esa escueta descripción nunca saldrían sus pensamientos reflejados en las portadas de los periódicos. Estamos hablando de los comentarios realizados por la Reina de España.

La jornada de ayer sirvió para perder el respeto, por muchos hasta ahora incondicionales, a una institución que es de las más queridas del país.

La vida es así de dura. Cuarenta y cinco años de exquisita profesionalidad se pueden venir al traste por unas declaraciones desafortunadas. Cuando se está en niveles tan altos entiendo que se pueda sentir vértigo, pero precisamente a personas en esa máxima responsabilidad se les debe exigir lo máximo.

La Reina no debe olvidar que adquirir una posición de Jefe de Estado por cuestiones hereditarias no puede ser más anacrónico. Si lo hemos aceptado así es precisamente porque nos sentimos representados en ellos, porque nos transmiten actitudes ejemplares.

jueves, octubre 09, 2008

La gente normal

Hay un comentario recurrente en Mariano Rajoy que me saca especialmente de quicio. Me refiero a cuando hace uso de la referencia a la gente normal, o bien al criticar al gobierno, o determinada política, utilizando mi nombre (porque soy a todos los efectos ciudadano español) en sus ya consabidos razonamientos apoyados en el ‘como todos los españoles saben’, ‘como todo el mundo quiere’, ‘como la gente normal desea’.

Yo deseo una Ley de Educación para la Ciudadanía, ¿soy anormal entonces? Yo deseo que se revise la actual Ley del Aborto, ¿no soy buen español? Estoy a favor del matrimonio entre homosexuales, ¿no soy un ciudadano correcto? No quiero crucifijos en los edificios públicos, ¿tengo que esconderme por pensar así?

¿Qué es ser gente normal?

¿Es necesario estar casado para ser normal?, ¿hay que ser de misa diaria o semanal?, ¿es anormal un ciego?, ¿es anormal un homosexual?, ¿es anormal un musulmán?, ¿lo es un divorciado?, ¿una mujer que ha abortado?, ¿es anormal una madre soltera?, ¿es anormal quien de forma democrática quiere la independencia de su región/nación?

Cuando se invoca la normalidad para argumentar se corren riesgos muy altos. Quien busca definir fronteras para lo que es ‘la gente normal’, está admitiendo de facto que hay ‘gente anormal’. ¿Dónde está esa gente?, ¿pertenezco a ese grupo?

Cuantos más complejos se tienen, más cómodo se siente uno definiéndose como dentro de los estándares y constriñéndolos bien. Si uno está infelizmente casado y no tiene el valor de separarse, maldice a los divorciados, cuando vas a misa sin fe, por apariencia, maldices a los irreverentes, cuando te mueres por acostarte con un tío mientras paseas por el parque con tu esposa te conviertes en un homófobo compulsivo.

La verdadera libertad está en el respeto. La normalidad hay que entenderla estrictamente en el respeto a las reglas del juego, a la Ley. Punto.

Nadie tiene derecho a dar lecciones de moral a nadie, ni a meterse en la alcoba de ninguna pareja, ni a tirar de tradición para clasificar actitudes. Nadie puede decir lo que toca o no toca legislar amparándose en la sensibilidad de todo un pueblo.

La continua señalización del diferente como anormal es dañina de raíz y dinamita la verdadera convivencia. Nadie es mejor que nadie por su carnet de identidad, su lugar de nacimiento, su sexo, su raza, sus creencias o su forma de vestir. Es algo tan básico que duele tener que recordarlo.

Por favor, señor Rajoy, cuando argumente para descalificar o para construir razonamientos en positivo, no se arrogue con las ideas de todo un país.

A mí usted no me representa en ningún caso. No hable en mi nombre, ni en el de la gente normal.

Hágalo en todo caso en nombre de su partido y de sus votantes, que ya son muchos.